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20 de abril de 2025 Observatorio del Roque de los Muchachos, Gran Canaria, España
Esa mañana comenzó como cualquier otra para Paco Benavides. Desayuno ligero, una ducha rápida, el ritual de preparación para el trabajo. Paco carecía del entusiasmo espontáneo que las empresas esperan de sus trabajadores. Su cinismo latente apenas atenuaba el agradecimiento que sentía por al menos tener un trabajo estable mientras que otros de su edad sufrían los efectos de una tasa de desempleo del cincuenta por ciento.
Era cierto que le apasionaban el enfoque y el objetivo de su trabajo, pero no tanto los medios para lograrlos. Se le hacía pesadísimo tener que sudar tinta diariamente y el politiqueo de oficina. No obstante, todos los trabajos contienen algo de monotonía y el suyo al menos estaba relacionado con las estrellas.
Se encaminó hacia la parada de autobús mochila y resacón en ristre —había pasado la mayor parte de la noche en una fiesta de trabajo que terminó desbocándose—. El implacable sol canario le azotaba la sesera con su habitual furia. Paco era una de las pocas personas —en aquella isla llena de turistas con complejo de salmonete— que preferían la luz de los flexos.
Se subió al autobús del observatorio y se dejó caer en uno de los asientos traseros, lejos de los demás ocupantes. Sacó de su mochila un informe trimestral y comenzó a hojearlo mientras repasaba mentalmente los sucesos de la noche anterior.
Recordaba vagamente que habló con una chica que resultó ser la hija de su jefe. Todo un lodazal de situación pero que, en plena euforia, no resultó suficientemente preocupante como para disuadirle. La joven se le había antojado una amazona nórdica cuando la vio con sus ojos ya enturbiados al otro lado de la habitación. El cabello dorado le caía en cascada sobre unos hombros desnudos. Hablaba con desparpajo con un grupo de amigos y vestía prendas diáfanas que le flotaban cerca del cuerpo. Paco recordó haber experimentado una especie de trance astral, una vivencia extracorporal realzada por el alcohol, la oscuridad y la percusión repetitiva de la música electrónica.
Se le acercó al final de la fiesta, cuando ya la mayoría de la gente estaba plenamente aliñada en alcohol. Bailaron y bebieron y bailaron aún más. Sugirió que se retirasen a un lugar menos frecuentado y, para su sorpresa y deleite, la chica aceptó la propuesta. La sala del telescopio nunca le había parecido tan acogedora a Paco.
A la entrada del edificio, y tras pasar por el rutinario chequeo de seguridad, subió en el ascensor hasta la planta de operaciones donde trabajaba. Sus colegas le recibieron con escaso entusiasmo —todos ellos sufrían los mismos síntomas de resaca—.
—Qué hay, Paco… Se te ve bastante pulcro esta mañana, pero ni se te ocurra quitarte las gafas de sol el resto del día —dijo Arturo, el asistente del jefe del departamento y su compañero más cercano.
—Debería haberme quedado en casa de baja por enfermedad, pero no quería privaros de mi presencia por demasiado tiempo.
—Nunca te sacrifiques por mí. No soy digno.
—En eso tienes mucha razón. —Paco encendió su ordenador y miró el informe de sistemas para averiguar cómo había salido el rastreo estelar durante la noche.
Uno de los muchos usos del observatorio astronómico era la búsqueda de planetas similares a la Tierra. Durante este proceso, el equipo examinaba grandes franjas del universo conocido. Las posibilidades de descubrimiento eran excitantes, pero las empañaba una exquisita monotonía diaria. Nuestro cosmos es una sopa casi infinita con demasiado caldo y algún que otro trozo de zanahoria. Para cuando uno se topaba con un bocado de carne ya tenías la barriga llena de líquido.
—Nada nuevo —dijo Paco a nadie en particular.
—Ni yo —respondió un coro de cinco voces discordantes. El primer mantra que recitaban todas las mañanas. Y así comenzó oficialmente su jornada.
Paco abrió el PowerPoint para trabajar en el nuevo informe trimestral. Le gustaría saber algo de diseño gráfico para hacer más elegantes sus presentaciones, pero en realidad lo último que se espera de un astrónomo son gráficos deslumbrantes. Su jefe era más comprensivo que la mayoría. No obstante, eso no convertía en menos temidas e irritantes aquellas sesiones trimestrales, sobre todo para un introvertido confeso como Paco.
Y luego estaba el pequeño asunto de la hija del jefe (¿cómo dijo que se llamaba?). Esperaba fervorosamente que el padre no se hubiera enterado de lo que pasó entre ellos durante la fiesta.
Paco pensaba en todo esto cuando su visión periférica captó un leve movimiento. Algo que nunca había visto antes. Se pasó las manos por el cabello para asegurarse de que no estaba soñando. —Chicos, venid a ver esto.
—¿Qué pasa? —preguntó Arturo.
—No tengo ni idea, pero no es normal.
Esa no era la primera vez que alguien del equipo pronunciaba las palabras «no es normal» pero siempre había resultado no ser nada. Como mucho ruido de fondo o anomalías estadísticas. Prácticamente corrieron a la mesa de Paco porque, aunque estaban aburridos con la deriva sin incidentes de su trabajo, se sentían muy motivados por la búsqueda quimérica de planetas capaces de albergar vida.
—A ver qué es lo que has encontrado —dijo Martín con impaciencia. Era el miembro más joven del grupo.
—Todavía no estoy seguro. Puede que sea algún tipo de error.
Agolpados alrededor de Paco veían los datos desplazarse furiosamente por la pantalla mientras intentaban procesar su significado. De primeras estuvieron confundidos, pero sus conocimientos, entrenamiento y experiencia les revelaron enseguida de lo que se trataba.
En mucho menos de un minuto el equipo entero compartía la misma sensación de desasosiego y excitación. Si lo que estaban viendo resultaba ser cierto, nada volvería jamás a ser lo mismo. Aquel instante pasaría a la historia.
—Bueno, vamos a ver… Como esto no es ni remotamente probable, hagamos un diagnóstico a fondo de los sistemas para ver de qué tipo de error se trata ¿eh? —sugirió Arturo antes de repartir las tareas de limpieza del sistema con el fin de obtener nuevos datos.
Paco se encargó de verificar las conexiones de cable, reiniciar el ordenador principal, comprobar el estado de los bancos de memoria y cargar de nuevo la información. Tras unos minutos el sistema mostraba datos idénticos a los de antes y no dio ningún indicio de avería. En ese momento procedieron a realizar un análisis espectrográfico preliminar del fenómeno.
La pantalla no mentía. Lo que observaban no era ni una broma ni un error.
El largo silencio colectivo se rompió con un susurro de Paco.
—Martín, ve a buscar al jefe. Va a tener que hacer un par de llamadas.
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Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), Estados Unidos
—¿Qué responderían ustedes si les dijese que el caos presenta un tipo de orden propio? —Así comenzó el doctor Kyle Santiago del MIT su seminario trimestral sobre patrones fractales. Apenas superaba la treintena y era ya un matemático de renombre mundial. Es cierto lo que dicen: en matemáticas o despegas temprano o te quedas en tierra. Y Kyle definitivamente había despegado.
No tenía nada de extraordinario más allá de sus impresionantes credenciales como la máxima autoridad en análisis de patrones y semiología. Se ajustaba perfectamente al estereotipo del genio bohemio: un misántropo de pelo revuelto que vivía solo, trabajaba solo y vestía fatal. Tenía un toque de empollón odioso, pero bajo su actitud condescendiente se ocultaban profundas inseguridades.
En un pasado no tan lejano, las maneras de Kyle habían sido algo más benignas. Samantha se encargaba de mejorar su talante. Esos habían sido días felices.
—Permítanme añadir que este seminario requiere su activa participación. Aunque no lo parezca, no me gusta perpetuar mis discursos.
En ese momento, una joven bajita, morena y con grandes ojos verdes aventuró su opinión, sentada como estaba al frente de una clase casi vacía.
—La naturaleza del caos es la ausencia de cualquier patrón, ¿no? Si aceptamos esto, yo diría que su afirmación no es correcta.
—Estás pensando en un nivel inadecuado de especificidad. ¿No surge el caos con increíble previsibilidad cada vez que no se encuentran presentes ciertas condiciones?
—Pero eso es la entropía, la tendencia general del universo en estado puro.
—Correcto. Y el universo está ordenado, ¿no es así?
—Sí. Pero entonces el orden del que usted habla sería inherente bajo cualquier condición pues todo conduce a la larga a la entropía y al caos. El caos per se no tiene orden porque no exhibe ningún patrón.
—En cierta manera sí que lo hace. ¿Cómo puede generarse desorden desde el orden mismo? Existe una capa superior de la realidad que es muy predecible. Es la realidad que percibimos. Pero el mundo familiar que nos rodea incluye las condiciones que generan los niveles inferiores, los subatómicos, y estos aún muestran una lógica interna a pesar de su fachada caótica, como señaló Heisenberg.
—Y por eso existen los fractales.
—Exacto, pero los fractales son solo una de las muchas manifestaciones de ese «orden caótico». La imprevisibilidad cuántica es otra. La teoría de cuerdas podría ser otra más.
—Pero si eso es cierto, ¿no eliminaría la posibilidad del libre albedrío? ¿No nos llevaría a concluir que vivimos en un universo determinista? O peor aún, ¿en uno completamente caótico?
A Kyle le estaba gustando la forma de pensar de la alumna, pero alguien llamó a la puerta del aula interrumpiendo su diálogo. Él indicó a sus estudiantes que esperasen un segundo y fue a abrir la puerta.
Se encontró frente a un hombre con gafas y demacrado.
—¿De qué se trata?
—Disculpe la interrupción, doctor Santiago. Soy George Maxwell el encargado de relaciones públicas. Hay dos hombres esperándole en el vestíbulo. Parece que es urgente.
Kyle estaba molesto y se notaba.
—¿Dos hombres? ¿Quiénes son? Estoy dando clase.
Son del FBI.
Una pausa.
—Oh.
—Ya.
—Extraño. ¿Dijeron para qué me necesitan?
—No, a pesar de que se lo pregunté.
—Está bien. Por favor, comuníqueles que iré en breve —dijo Kyle con cierta aprensión mientras cerraba la puerta.
Se giró para dirigirse a la clase.
—Parece que tendremos que retomar esto la próxima semana. Mientras tanto, lean el libro de Gleick sobre la teoría del caos. Les mostrará a nivel básico lo que quiere decir eso del orden dentro del caos.
Kyle echó mano de su mochila y salió de la habitación mientras los alumnos recogían sus cosas. Recorrió el largo pasillo al final del cual le esperaban George y dos hombres enormes de traje oscuro que le mostraron sus placas y se presentaron como los agentes O’Neill y Malvisco.
—¿En qué puedo ayudarles, caballeros? —preguntó Kyle, ocultando apenas su molestia.
—Hablemos en el coche si no le importa, doctor Santiago. No hay tiempo que perder —dijo el agente Malvisco que procedió a escoltar a Kyle hacia un todoterreno negro estacionado a la entrada del edificio.
Subieron al vehículo y se acomodaron en su amplio interior de cuero. Kyle volvió la mirada y vio la cara aturdida del administrador mientras se alejaban.
Era un día soleado, pero aun así sentía que una «tormenta no meteorológica» iba cobrando fuerza.
—Bueno, ¿de qué se trata todo esto?
—Es algo de máxima prioridad para la seguridad nacional. —Malvisco le miró a través de sus gafas de sol.
—Sí, estoy seguro de que está clasificado y todo eso… pero si me están buscando, para algo me necesitarán, así que ¿por qué no me lo cuentan?
—Porque, francamente, doctor Santiago, no somos conocedores de los detalles. Lo que sí sabemos es que usted está a punto de emprender un largo viaje. Le llevamos al campo de aviación de Hanscom donde le espera un avión privado.
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Base de las Fuerzas Especiales Estadounidenses, Al-Hadah, Yemen
—El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas. Me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú vas conmigo…
El coronel Brad Turner paró en seco para descolgar el impertinente teléfono, cortar de inmediato a quienquiera que estuviese al otro extremo y asegurarse de que el encanto inspirador de su lectura bíblica no se disipara por completo. Se había estado dirigiendo a un grupo de diez hombres listos para el combate reunidos en una tienda de campaña en medio de Yemen. Sabía bien cuánto necesita toda tropa la tranquilidad que les infunde su líder antes de una misión.
Lo que tenían que llevar a cabo esa misma noche estaba lejos de ser una simple tarea rutinaria, si es que existe algo así en las Fuerzas Especiales. Entrar en un complejo terrorista armado y fuertemente vigilado en la cima de una montaña inexpugnable para capturar a su líder iba a resultar especialmente complicado incluso para este equipo.
—¡Turner! —gritó Brad en el teléfono.
Hubo un largo silencio mientras escuchaba la respuesta.
—Hmmm… ¿cuándo?
Un silencio aún más largo esta vez.
Las tropas se miraron los unos a los otros mientras comenzaban a preguntarse qué estaba pasando. Eran profesionales y no se permitían expresar emoción alguna a estas alturas de su preparación, pero esta llamada tenía algo de extraño.
—Entiendo, señor. Sin embargo, estamos a punto de ir a una misión y mis hombres necesitan…
El coronel acababa de ser interrumpido por quien estaba al otro extremo de la línea y eso no era algo que uno presenciara todos los días precisamente.
—Sí, señor. Me presentaré allí lo antes posible.
Brad colgó el teléfono, encorvando su enorme cuerpo ligeramente, y miró a sus hombres. Trataba de ocultar su perplejidad, pero no lo consiguió del todo.
—Me acaban de llamar de arriba, muchachos. Os vais a tener que arreglar sin mí esta noche. El capitán Williams tomará el mando.
Nadie movió un músculo y, sin embargo, se notaba que la decepción y la tensión del grupo aumentaron notablemente.
—¿Permiso para hablar libremente, coronel? —dijo el más veterano de la tropa.
—Adelante.
—Bueno, coronel, es solo que llevamos planeando esta operación durante meses. Usted sabe que la vamos a llevar a buen término en su ausencia. Ese no es el problema, pero ¿qué puede ser tan importante incluso para la gente «de arriba»?
—Es materia clasificada.
Tras la lacónica respuesta, el capitán Williams se levantó.
—Ya habéis oído al coronel. Preparaos y en marcha.
Brad cogió su gorra y se dio la vuelta, tan solo parando a la entrada de la tienda para despedirse de sus hombres con un tenso «mucha suerte».
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Radio Observatorio Astrofísico «Dominion», Kaleden, Colombia Británica, Canadá
La doctora Hannah Coleman cerró su oficina. Había sido un día largo y ansiaba relajarse en casa. Se consideraba afortunada de que Peter, su esposo, fuera un padre cariñoso, un gran cocinero y un profesional que trabajaba desde casa. Su oficio de escritor le otorgaba una gran flexibilidad y podía compaginarla con el cuidado de los niños.
Se acercó al aparcamiento, ya vacío a esas horas, entró en su Toyota y emprendió el familiar trayecto de vuelta al hogar por la carretera 97. Canadá era diferente de los Estados Unidos, pero aun así se percibía una cierta aura de familiaridad. Todavía no estaba totalmente enamorada de la zona, pero trabajar allí tenía sus ventajas. No por nada el topónimo «Kaleden» se compone de «edén» junto al vocablo griego kalos, que significa «bello». Penticton —la ciudad donde vivía— lo atestiguaba, situada entre el inmenso lago Okanagan al norte y el Shaka al sur, con sus casitas de verano y la hermosa playa de Pioneer Park. Hannah consideraba la pequeña urbe un tanto aburrida, pero también reconocía que tanto ella como su familia disfrutaban de una vida muy cómoda.
El trabajo de Hannah consistía en reunir diversos datos sobre diferentes lunas, planetas, asteroides y otros objetos estelares dentro y fuera del Sistema Solar. El objetivo era hacerse una idea lo más precisa posible de sus diferentes entornos, temperaturas y composiciones químicas. Todo ello ayudaba a planificar misiones espaciales exploratorias. Amaba su trabajo. De hecho, se podría decir sin exagerar demasiado que vivía para él.
Hannah aparcó en su cochera, cogió sus papeles, salió del coche y abrió la puerta de casa. De inmediato pudo oír el ruido de voces infantiles y pequeños pies que corrían a saludarla.
—Mami, tengo hambre —dijo Caleb, el mayor.
—Hola, chicos. ¿Qué tal el día?
—¡Hemos ganado el partido de baloncesto! —contestó Paul, el más pequeño.
—No, no fue así. ¡ha ganado el equipo de Philip! —Le desafió Caleb.
—¡Mentiroso!
—Está bien niños, ya basta —intervino Peter, conciliador pero firme, mientras saludaba a Hannah—. Hola, cariño. Lo siento, pero no hay cena hecha.
—No hay problema. Hacemos algo rápido. ¿Qué tal espaguetis? —Sabía que a los niños les encantaría esa idea y no se equivocaba: dejaron de discutir inmediatamente y comenzaron a jugar persiguiéndose el uno al otro.
Hannah y su marido se pusieron a preparar la pasta.
—Entonces… ¿cuál es el veredicto? ¿Tienes que ir a Japón? — preguntó Peter.
—Sí —contestó Hannah mientras alcanzaba una sartén—. Prácticamente todo el que es alguien en exobiología irá a la conferencia. No me la debo perder.
—Esperaba que pudieras dejar pasar este viaje. Ya sabes, bajar el ritmo un poco. Podríamos hacer una pequeña gira por Penticton y alrededores tú, yo y los niños. Han pasado dos años desde que nos mudamos aquí y todavía no conocemos el lugar… ¡y esta ciudad es tan pequeña!
—Lo sé, lo sé. Ya me siento lo suficientemente culpable como para que me sigas atosigando. ¿Podrías lavar los tomates mientras saco la licuadora?
—¡Venga mujer! Solo esta vez. ¿Por qué no te relajas un poco y pasas más tiempo con nosotros, anda? Trabajas muchas horas y no te has tomado vacaciones en… no sé cuánto tiempo. ¿Qué es lo peor que puede suceder si no vas a Japón?
Ella entendía bien la súplica de su marido, pero también le molestaba su insistencia. Ya habían hablado de esto con anterioridad y pensaba que habían alcanzado un acuerdo: precisamente esta conferencia era un evento especial y ella debía asistir. Aun así, Hannah sintió remordimientos y no sabía cómo responder a Peter. La última vez que discutieron acerca de su trabajo y de la conferencia en Japón ya se había sentido presionada para al menos plantearse no ir. Se arrepentía de haberle dado falsas esperanzas a su marido.
Estaban a punto de tener otra pelea, pero la salvó la campana —es decir, el timbre de la puerta—. Alguien estaba llamando.
Peter la miró algo desconcertado. ¿Quién podría ser a la hora de la cena y sin haber llamado con antelación? Dejó el cuchillo y se dirigió a la puerta. Hannah se sintió aliviada por la interrupción y continuó preparando la comida con la esperanza de que su marido se olvidase de la conversación en aquel intervalo.
—Hannah, es para ti.
Ella levantó la vista de la olla y caminó hacia la entrada donde había dos hombres de aspecto oficial y con el pelo muy corto que la miraban mientras su marido se apoyaba en el quicio de la puerta.
—Hola, doctora Coleman. Soy el agente Van Oort y mi compañero es el agente Gómez. —Le enseñaron sus insignias del FBI—. Estamos aquí bajo órdenes del Secretario de Defensa de los Estados Unidos para pedirle, por favor, que venga con nosotros.
—¿Qué? ¿A dónde? Hannah y Peter intercambiaron miradas, pero hicieron todo lo posible por seguir siendo cordiales.
—Es información clasificada. Lo siento.
—¿El Secretario de Defensa? Madre mía. Pero esto es…
—Inesperado, sí. Pero también es inevitable.
—Pero mañana tengo que estar de vuelta en la oficina para preparar un viaje dentro de dos días, y…
—Lamento escuchar eso. Me temo que nuestro asunto no puede esperar a su regreso —dijo Van Oort.
—No pueden llevarme sin más, pedirme que deje a mi familia. ¿Tiene el FBI jurisdicción en Canadá siquiera?
—Doctora Coleman, ¿de verdad quiere hablarnos de legalidades?
Hannah no se esperaba este tipo de amenaza velada y dio un paso atrás.
—Ya nos hemos tomado la libertad de notificarlo a su supervisor. Le dijimos que estará ausente por un tiempo indefinido. Por favor, meta en una maleta solo lo esencial y acompáñenos —continuó el agente.
—¡Un tiempo indefinido! —Hannah casi grita a su marido mientras éste la miraba petrificado.
Mil escenarios y probabilidades pasaron por su mente en unos pocos segundos, pero al fin pudo liberarse de su trance y subió las escaleras para hacer un ligero equipaje de mano mientras los agentes regresaban a su vehículo para esperarla.
Peter cerró la puerta y subió a unirse con Hannah que ya estaba seleccionando sus cosas, alterada.
—¿Qué está pasando? Esto es más que extraño.
—Que me lo digan a mí. ¿Pero qué podemos hacer? Se trata del Secretario de Defensa. Aun así, es una pena que no pueda ir a Japón después de todo. ¿Me harías un favor, Peter? ¿Puedes llamar a la oficina mañana por la mañana y averiguar qué les han dicho sobre mi ausencia?
—Claro, no te preocupes. Lo haré a primera hora. Y tú mándame un texto en cuanto llegues para que sepamos que todo está bien.
—¿A dónde va mamá? —Los niños notaron que algo pasaba y se arremolinaban inquietos entre su madre y la maleta.
—Tengo que volver al trabajo, Caleb. Mamá está muy ocupada estos días. Pero no te preocupes. Id a jugar a los videojuegos mientras papá termina de preparar la cena.
—Jooo, ¿por qué tienes que irte? ¿Cuándo volverás? —preguntó Paul.
—No estoy segura, pero os llamaré en cuanto lo sepa. No será por mucho tiempo, ya verás.
Peter se llevó a los niños a la sala de estar para que Hannah pudiera prepararse. Los agentes no tenían aspecto de ser personas pacientes y ella se apresuró a terminar de hacer el equipaje para tener unos minutos y poder despedirse de su familia.
//
Los tres estaban sentados en una habitación sin ventanas dentro de un vasto complejo en medio de la nada. Aquel lugar olía a mil teorías conspiratorias.
Menos de diez minutos antes Kyle, Hannah y Brad habían aterrizado en un lugar soleado de vegetación exuberante, Dios sabe dónde. Cruzaron unas puertas metálicas imponentes que daban entrada al interior de una gran montaña. Iban acompañados por escoltas militares que les llevaron a un ascensor de gran tamaño para descender varios pisos.
Su estado de shock les impidió hacer las presentaciones incluso después de que se les dejó solos en aquella pequeña habitación. En contraste, Brad parecía tranquilo. Su uniforme militar sugería que estaba acostumbrado a esta forma de «abuso» institucional y, de todos modos, algo en su porte desalentaba la conversación. Se miraron unos a otros con recelo y permanecieron en silencio un buen rato.
—¿Alguien sabe de qué demonios va todo esto? —dijo Kyle finalmente. Necesitaba respuestas. Más respuestas que las pocas que consiguió extraer de los lapidarios matones oficiales que le «secuestraron» del MIT ese mismo día.
—Ni idea. Yo estaba haciendo la cena en casa y al rato me veo metida en un avión privado rumbo aquí rodeada de un montón de energúmenos. Eso es todo lo que sé.
—Lo averiguaremos muy pronto —contribuyó Brad sin ceremonias.
Y tenía razón. Al poco rato entró una airosa pelirroja de mediana edad con tacones altos. Caminó rápidamente hacia la mesa del fondo donde dejó caer un fajo de papeles. La seguía una mujer de gafas gruesas y ligeramente encorvada.
—Buenas tardes a todos. Mi nombre es Sonia Rogers y soy la persona a la que deben enviar todas sus quejas. Conmigo está la doctora Laura Henry, nuestra científica principal y defensora perpetua de todo lo razonable.
La doctora Henry encogió sus delgados hombros en un gesto de resignación. Era mayor que Sonia y parecía más sabia.
—Déjenme primero pedir disculpas por la forma tan abrupta en la que les hemos convocado. Su gobierno les ha llamado en varias ocasiones con anterioridad, pero ahora es diferente.
—No puedo estar más de acuerdo. Sí, yo diría que esta vez es diferente —dijo Kyle.
—Al menos es bueno saber que alguien se hace responsable de algo en el gobierno —agregó Hannah.
—¿Verdad? Gracias, doctora Coleman. Permítame que les presente en caso de que no hayan tenido tiempo de hacerlo ustedes mismos. La doctora Coleman trabaja en el Radio Observatorio Astrofísico de Kaleden en Canadá y es la persona con mayores conocimientos del infravalorado campo de la exobiología.
—¡No me diga que nos encontramos en el Área 51 y que vamos a ver a esos hombres verdes que llevan analizando desde los años 40! Mi sueño cumplido al fin.
—Y este es el doctor Kyle Santiago. Nadie sabe más sobre patrones simbólicos y criptografía. Me encanta comprobar que además tiene sentido del humor.
—Pue sí, he tenido mi público.
—Por último, el coronel Brad Turner de las Fuerzas Especiales.
Brad asintió con la cabeza al grupo.
—Vayamos al grano ahora que nos hemos deshecho de los prolegómenos. —Sonia cogió uno de los documentos y pareció reflexionar antes de proseguir.
—Un objeto desconocido de cinco kilómetros de largo se encuentra estacionado en una órbita baja sobre el lado oscuro de la Luna.
Eso atrajo toda la atención del grupo.
—Hace un par de semanas, astrónomos detectaron el Objeto mientras cruzaba la heliopausa y atravesaba el sistema solar en cuestión de minutos. Se dirigía directamente a la Tierra, pero se detuvo de repente en su ubicación actual y permanece en reposo. No hay duda de que es artificial y que su origen no es terrestre.
Les pareció que el aire se había escapado súbitamente de la habitación. Nadie pudo moverse durante unos segundos. Esos eran los hechos básicos: unas pocas y sencillas palabras de implicaciones colosales —y no únicamente para la humanidad en su conjunto, sino para cada uno de ellos de forma muy personal—. Particularmente para Hannah. Ella había pasado toda su vida tratando de demostrar que no estamos solos en el universo. Todas esas horas de estudio, los largos y agotadores días de investigación, la constante publicación de artículos, las conferencias, la docencia, las funciones de teatro escolar y las prácticas deportivas de sus hijos que tuvo que perderse. Todo ello convergió en aquel momento para infundirle un enorme significado personal. Se sintió emocionada.
—No sé qué decir. He soñado con esto toda mi vida. Es por esto que me hice astrofísica. Yo solo… —Se interrumpió, sin saber cómo terminar la frase.
La doctora Henry retomó la narración donde Sonia la había dejado.
—Debido a su progresión extremadamente rápida no creemos que nadie haya detectado aún la anomalía, salvo varios de los observatorios internacionales, pero todos ellos están siguiendo los protocolos de confidencialidad establecidos para casos como este. —En ese momento, la doctora pasó una carpeta llena de fotos que mostraban un artefacto triangular brillante y liso sobre la Luna.
—Estas son imágenes tomadas por el satélite chino de retransmisión lunar Queqiao. Como algunos de ustedes saben, el Queqiao se encuentra en una órbita halo Lagrange L2 a 65.000 kilómetros más allá de la cara oculta de la Luna, lo que le permite una perspectiva privilegiada del fenómeno. Tenemos suerte de que nuestros colegas chinos hayan considerado apropiado compartir estas fotos —dijo la doctora Henry mientras repartía las fotos.
—Increíble. Tengo un millón de preguntas… ¿Qué es lo que planean hacer al respecto? —preguntó Hannah mirando las instantáneas.
—Hemos de verificar la naturaleza del Objeto, obviamente, pero no hay tiempo para sentarse y estudiarlo a distancia —respondió Sonia—. Quién sabe qué podría hacer en cualquier momento o si cambiará su posición. Le hemos pedido a los rusos y a los chinos que nos ayuden a construir un vehículo espacial en tiempo récord para llevar un equipo de doce miembros a la órbita lunar. El plan está esbozado, pero hay muchísimos detalles que aún necesitan ser resueltos. Sin embargo, los presidentes de los tres países no solo han aprobado la misión de inmediato, como máxima prioridad de seguridad nacional, sino que esperan que les informemos sobre la exacta naturaleza e intenciones del Objeto antes de finales de año —siempre y cuando continúe estático antes de que nos acerquemos a él—.
Eran mediados de mayo.
—En caso de que manifieste malas intenciones… bueno… tengan la seguridad de que también estamos trabajando en un plan B —agregó Sonia.
—Entendido. ¿Y ahora qué? —preguntó Kyle.
—Todo a su debido tiempo, doctor. Intente dormir unas horas. Volaremos a Rusia mañana para comenzar el entrenamiento acelerado de astronáutica. Bienvenidos al Proyecto Ática.
Kyle miraba el plato de su desayuno, indeciso. Eran las siete de la mañana y era raro que estuviese solo en la cafetería. Solo habían pasado veinticuatro horas desde el comienzo de esta odisea y ya echaba de menos su rutina diaria. No obstante, lo que más echaba en falta era la luz del sol. ¿Cómo se puede trabajar en un lugar sin ventanas como este? La perpetua iluminación fluorescente se hacía insoportable incluso para una persona introvertida como él.
No había dormido bien y carecía de apetito. Creía que iba a venirle un fuerte dolor de cabeza, pero se sintió algo aliviado al ver que Hannah se acercaba a su mesa con un plato de avena caliente y un vaso de zumo de naranja. El hecho de que ambos fueran de la misma quinta no se le había escapado a Kyle.
—¿Puedo? —preguntó ella.
—Por supuesto. ¿Ha dormido bien, doctora Coleman?
—Puedes llamarme Hannah.
—Bueno, pues entonces para ti soy Kyle.
—Tardé una eternidad en quedarme dormida. Este lugar me da mal rollo y no sé qué esperan de nosotros. No acabo de verlo claro.
—Ya somos dos. Le he estado dando vueltas toda la noche. Es como si estuviese inmerso en una pesadilla y en cualquier momento despertaré de vuelta en mi desordenado apartamento y a punto de llegar tarde a clase.
—Sin embargo, piensa en lo que todo esto significa. Un primer contacto con vida exterior al planeta. La emoción de conocer una civilización extraterrestre. Y tal vez el peligro que conllevará, por desgracia. Estoy abrumada así que imagínate cómo se sentirá la gente de a pie una vez corra la voz. —Hannah se pasó la mano por su pelo negro y bajó la cabeza para mirar sin expresión alguna los copos de avena que se enfriaban.
—Ni lo pienses. Estos tipos son expertos en mantener un control férreo de la información cuando les conviene.
—Estoy preocupada por mi familia. Me va a ser muy difícil no revelarles en qué andamos metidos. ¿Quién sabe cuánto tiempo voy a estar separada de ellos?
—Tengo la ventaja de no tener que preocuparme por esas cosas. Beneficios de soltero. De todos modos, estoy bastante incómodo. No me puedo hacer a la idea de que me vayan a mandar a la órbita lunar en un cohete de latón camino a un misterioso triángulo alienígena.
—Solo espero que nos dejen salir pronto de aquí para ver a nuestras familias antes de subirnos en ese cohete.
—Yo no me preocuparía. Tu familia piensa que estás ayudando al gobierno. Seguro que están más que acostumbrados a tus viajes profesionales. No se van a extrañar.
—Sí, pero esta misión durará meses. Nunca he estado fuera tanto tiempo.
—Yo, por el contrario, y egoístamente, estoy más preocupado por nosotros —confesó Kyle—. Dios sabe a quién nos encontraremos allá arriba. O por qué decidieron darse una vuelta por nuestro querido satélite.
—El mundo entero se verá afectado por esto.
—¿Barajas alguna hipótesis preliminar? —preguntó Kyle.
—Me acabo de encontrar al coronel Turner en el pasillo. Me dijo que no existen datos nuevos sobre el Objeto. Sigue allí arriba inmóvil, así que aún no ha comenzado lo que sea que haya venido a hacer.
—Quienes hayan construido esa cosa tienen un nivel increíble de conocimientos de matemáticas y física —dijo Kyle, sintiéndose más entusiasta de repente—. Y de eso sí que sé algo. No me hago ilusiones, porque seguro que me considerarían un ignorante en comparación, pero si conseguimos entablar comunicación podríamos averiguar si usan símbolos recurrentes para representar conceptos como las constantes universales. De esa forma tal vez pueda desentrañar su lenguaje, aunque a un nivel muy elemental.
—Perdóname, Kyle, pero lo que dices es un poco ingenuo.
—¿Ingenuo?
—El lenguaje está inexorablemente enlazado a la anatomía y ésta depende del medio ambiente y del proceso evolutivo. Como exobióloga, ese es mi campo de estudio. Cuanto menos se parezca esta especie a la nuestra desde un punto de vista fisiológico, más inescrutable nos resultará su lenguaje. Con matemáticas o sin ellas.
Kyle hizo mueca de desacuerdo y siguió con su desayuno. Era demasiado temprano en la mañana para discutir y, de todos modos, le resultaba difícil enojarse con Hannah.
—¿Te consideras cautivo de nuestro gobierno? —preguntó ella rotundamente.
—Interesante. En cierto sentido sí porque estamos aquí contra nuestra voluntad. No me malentiendas, supongo que nos dejarían irnos si nos empeñásemos. Todavía vivimos en una república, o al menos en eso confío, pero…
—¿Pero?
—No estoy del todo convencido de que nos retengan aquí bajo amenaza de fuerza, aunque claramente ejercen cierto poder contra nosotros. Si decidiésemos irnos, me pregunto si comenzaríamos a recibir cada vez menos invitaciones a simposios, si nos resultaría más difícil publicar artículos académicos, o si seríamos acosados por los administradores universitarios hasta que nuestras carreras no fuesen más que un recuerdo nostálgico de lo que podrían haber sido —confesó Kyle.
—Ruina al ralentí. No estoy segura qué es mejor, la verdad: colaborar a la fuerza o por «las buenas».
—Yo tampoco, pero aquí nos encontramos.
Permanecieron sentados en silencio un rato más, el uno frente al otro. Al poco, Hannah se levantó y dijo adiós. Kyle observó la marcha sinuosa de la doctora. De repente recordó a Samantha mientras salía de su habitación en Boston para preparar el desayuno un domingo cualquiera. Volvió a picotear con desgana sus nada apetecibles huevos con patatas.
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La noche estaba despejada en el desierto de Gobi, pero el aire cortaba. El capitán Chen Liu enderezó su cuerpo esbelto y se subió el cuello de la chaqueta distraídamente para entrar en calor. No le importaba mucho el frío, al menos hoy. Había sido seleccionado para trabajar en el reciente proyecto de comunicación extraterrestre pero no sabía cuál sería su cometido. Aún no tenía ningún papel oficial asignado, pero una misión internacional de esta escala no se la confiarían a cualquiera. Esto le indicaba que sus superiores tenían un buen concepto de él.
Al menos esos es lo que le dijo a su esposa tan pronto como se enteró. Ella había comenzado de inmediato a hacer planes para la renovación de la cocina, cortesía de la promoción que estaba segura le darían a su marido.
Chen caminaba rápidamente por la base en respuesta a la llamada del general Wang, pero se encontró inesperadamente con el superior antes de que pudiera llegar a su oficina. Wang hablaba por teléfono con evidente entusiasmo y Chen no quiso entrometerse por lo que, algo incómodo, mantuvo la distancia.
—Sí señor. Entiendo. —Oyó decir a Wang—. Estamos en el proceso de selección del personal y seguiremos los procedimientos establecidos. Únicamente enviaremos a los candidatos más brillantes. Aquellos en los que podemos confiar, se lo aseguro.
Hubo una pausa.
—Van a volar a Rusia de inmediato, señor. Tan pronto como les sea notificado, lo que planeamos que suceda mañana a más tardar.
El corpachón de Wang se relajó de forma gradual mientras escuchaba a la persona con la que estaba conversando.
—Gracias, señor —dijo al fin colgando el teléfono.
El capitán Liu aceleró el paso para unirse a él.
—Buenas tardes, mi general. ¿Quería verme?
—Nuestros superiores están muy preocupados por el problema extraterrestre, capitán. Por eso quería hablar con usted. Estaba camino a la oficina cuando recibí la llamada.
—¿Qué es lo que les preocupa, general?
—Dudan si colaborar con los Estados Unidos y Rusia, como les proponen, para construir una nave espacial. La Teseo, la llaman. Por no mencionar el hecho de que tenemos un objeto gigantesco y desconocido sobre la luna y nadie sabe cuáles son sus intenciones.
—Entiendo, por supuesto. Imagino que mantener nuestros secretos tecnológicos resultará difícil con sus ingenieros extranjeros trabajando codo con codo junto a los nuestros. Sin embargo, también nos dará la inusitada oportunidad de aprender algunas cosas en el proceso.
—Exactamente. Ese artefacto debe contener secretos valiosísimos.
—Secretos que podrían dar a nuestros rivales una gran ventaja técnica —dijo el capitán Liu.
—O viceversa. Una vez allá arriba solos, y sin vigilancia, nuestros aliados teóricos no se detendrán ante nada para obtener inteligencia exclusiva. Su cometido, capitán, será evitar esta posibilidad a toda costa.
—¿Mi cometido, general?
—¿Ha estado alguna vez en Rusia?
—Nunca.
—Bien, pues está a punto de hacerlo. Usted y el teniente Bo Zhang se unirán a los americanos y los rusos en la misión de la nave Teseo —dijo Wang dejando al capitán que sopesara la importancia de esta noticia.
Si Chen se había sentido afectado por la impactante revelación, no lo demostró en absoluto.
—Su misión no será fácil. El primer objetivo es garantizar la seguridad de la Tierra empezando por la de China, por supuesto. El plan es armar a la Teseo con misiles termonucleares y usted tendrá acceso a los códigos de lanzamiento junto con el resto del equipo. También nos hará saber todo lo que averigüen los científicos extranjeros. Ya es suficiente con que no hayamos podido negociar que nuestros propios expertos vayan a bordo. El espacio es muy reducido en la nave y hubo que hacer concesiones.
—Entiendo, general. Dejaremos que recopilen datos de inteligencia mientras los vigilamos, pero traeremos el material de vuelta para que nuestros científicos lo estudien.
—Exactamente. Todo dependerá de usted. No habrá comunicación posible entre nosotros desde el momento en que comience su entrenamiento debido a la clasificación secreta del proyecto. Sea cauteloso y sobre todo asegúrese de que usted y Zhang regresen a salvo pase lo que pase.
—¿Y si el Objeto resulta ser peligroso? —dijo Chen sin mostrar ningún temor.
—Si es peligroso, usted lo destruirá.
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Sonia Rogers, de pie y con los brazos cruzados, se preparó mentalmente para dar información a una sala llena de miembros de la misión —algunos de ellos nuevos— sobre lo que pasaría a continuación. Cuando comenzó a hablar, sus palabras se le escaparon a raudales.
—Buenos días a todos. Como saben, hoy embarcaremos en un avión de transporte militar con destino a Rusia. Se les proporcionará todo el equipo que necesiten así que no se preocupen de hacer las maletas —aunque no creo que hayan traído demasiados enseres personales precisamente, ¿no es cierto?—.
El equipo no captó la broma.
—Disculpen mi humor negro. —Sonrió.
A Kyle le estaba empezando a caer bien la señora Rogers. Sin embargo, estaba lejos de confiar en ella.
—El coronel Turner y los doctores Coleman y Santiago ya se conocen. Sus cometidos serán, respectivamente, el de jefe de seguridad, exobiólogo, y descodificador, pero también tenemos varios recién llegados a los que me gustaría presentar antes de proseguir. —Sonia cogió una página impresa y continuó hablando sin mirarla.
—Sin más dilación, por favor demos la bienvenida al profesor de química doctor Anderson Ragland que nos ayudará a determinar la composición del Objeto y sus contenidos, al sargento Raúl Carter, a Iris McCoy y Thomas Adkins —ambos especialistas—. Los tres sirven junto a Turner en un comando de las Fuerzas Especiales de los Estados Unidos. Hemos viajado muchas horas para estar aquí así que empecemos de la mejor manera posible, ¿de acuerdo?
Los miembros del equipo asintieron sin mucho convencimiento y Kyle notó que había más militares que científicos en este nuevo grupo.
—El vuelo durará más o menos quince horas. Espero que nuestro transporte militar les resulte cómodo. Aterrizaremos en el aeropuerto de Pletsy cerca del cosmódromo de Plesetsk donde iniciarán su entrenamiento al día siguiente. Plesetsk ha sido designada como base internacional del Proyecto Ática. También es donde se está construyendo y será lanzada la nave Teseo. ¿Tienen alguna pregunta hasta ahora? —Sonia se detuvo brevemente.
—Conocerán allí a más miembros de la expedición que sumarán los doce necesarios: el doctor Alex Krasnov, la doctora Valentina Dyakova, y el capitán Boris Vasiliev. Habrá también fuerzas de seguridad adicionales procedentes de China. El coronel Turner ya ha sido informado sobre esto y sobre el hecho de que él estará a cargo de todos los aspectos militares de esta misión. Los soldados chinos son el capitán Chen Liu del servicio de inteligencia y el teniente Bo Zhang bajo el mando de Liu. Es imprescindible para el bien de la misión que todos trabajen al unísono y por ello también serán entrenados al unísono. No nos podemos permitir ninguna desconfianza entre ustedes, real o percibida, que pueda interferir con sus objetivos.
Ragland, el profesor de química, levantó la mano y Sonia le cedió la palabra.
—Gracias por la información, señora Rogers…
—Llámeme Sonia, por favor.
—Gracias, Sonia. Estoy interesado en saber cuál será mi objetivo individual en todo esto. Estoy seguro de que todos los demás en la sala se preguntan lo mismo.
—Claro, vayamos directamente a eso. La cuestión es, doctor Ragland…
—Anderson, por favor. Tengo la sensación de que todos entraremos en confianza muy pronto.
—Muy bien, Anderson. La cuestión es que tenemos un conjunto bastante general de parámetros para la misión. Básicamente, deben ejercer su juicio científico y aplicar su experiencia en función de la información que encuentren sobre el terreno. Para los miembros militares, el objetivo es garantizar la seguridad de la misión y, por extensión —y lo que es más importante— de nuestro planeta. En circunstancias más normales les daríamos un dossier lleno de detalles para que lo revisaran durante el vuelo a Rusia. Sin embargo, tenemos muy poca información sobre el Objeto. Nos enfrentamos a lo desconocido y el amplio esquema de la misión se enfocará en reunir la mayor cantidad de datos posible, comunicarse con la tripulación del Objeto de alguna forma —si es que hay alguien dentro— y volver sanos y salvos.
Anderson no era el único que miró fijamente a Sonia en ese momento.
—Bien, si no hay más preguntas, tenemos que coger un vuelo. —Sonia salió de la habitación y el grupo fue escoltado para que realizaran sus preparativos finales.
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El recorrido desde el aeropuerto hasta el Cosmódromo fue corto, pero Kyle estaba ansioso por descansar después del largo vuelo. Desde la ventanilla del tren, le pareció que Arkhangelsk Oblast —la región rusa donde se encontraba el centro de la misión— era muy hermosa. Cubierta de pinos y lagos. El cielo era enorme y de una belleza fría, inabarcable.
Tan pronto como llegaron fueron escoltados hacia unos barracones con habitaciones individuales a ambos lados de un único corredor. Kyle contó doce puertas. ¿Habían construido el edificio exclusivamente para la misión? Estaba maravillado de la velocidad y eficiencia con que se estaba llevando a cabo el proyecto.
Entró en su habitación e inmediatamente soltó su bolsa, dejándose caer agotado sobre la cama. Aún no se habían reunido con los miembros de los equipos ruso y chino —¿tal vez no habían llegado?—. Esperaba verlos a la mañana siguiente. Lo que no anticipó fue que tocaran a la puerta cuando estaba empezando a relajarse.
Se forzó a levantarse y abrir la puerta.
—¿Señora Rogers?
—Hola, doctor. —Sonia lo miraba con una extraña sonrisa desde el otro lado del umbral.
—Um, ¿qué puedo hacer por usted? ¿No está cansada?
—¿Yo? ¿Cansada? ¡Nunca! Escucha, no te entretendré mucho, pero hemos de hablar. ¿Puedo entrar?
—Claro, supongo. Bienvenida a mi humilde morada.
—Voy a ir directa al grano. Eres la pieza clave de toda esta misión —dijo mientras cruzaba la puerta—. Claro, los demás miembros también son importantes. Necesitamos un piloto, fuerzas de seguridad por razones obvias, y así todo lo demás. Sin embargo, lo que más precisamos es encontrar respuestas y tu trabajo en lógica, patrones simbólicos, y semiología es la única esperanza que tenemos para resolver este asunto. ¿Entiendes?
—Sí, pero no tengo la menor idea de por dónde empezar a indagar o lo que me voy a encontrar allí. Incluso los extraterrestres podrían despegar cuando nos acerquemos a su nave o lo que esa cosa sea.
—Sin duda hay muchas preguntas por contestar, pero eres nuestra única esperanza de poder hacerlo. Nadie más de la tripulación podrá descifrar este misterio. Quienes sean que habiten ese enorme triángulo hablarán en galimatías y escribirán garabatos extraños. Tú eres quien puede empezar a comunicarse con ellos. Y además eres ciudadano americano, lo cual está a nuestro favor. ¿Capisce?
—Um, ¿sí?
—Lo que digo es que no es necesario que seas demasiado generoso compartiendo información. —Sonia le guiñó un ojo—. Si te encuentras con datos que crees que deberían ser exclusiva de los Estados Unidos por intereses nacionales, guárdalos en secreto y podrás informarnos cuando estés de vuelta.
—Bueno, señora Rogers…
—Por favor, llámame Sonia.
—Correcto, bueno, Sonia… el método científico se basa en la apertura y el intercambio. Además, yo no sé nada del interés nacional. No es lógico esperar que podamos resolver este rompecabezas, y mucho menos beneficiarnos de él, solo por nuestra cuenta.
—El caso es que yo tengo mis órdenes y tú las tuyas. Durante el entrenamiento recibirás un curso de inteligencia exclusivo y secreto con el fin de que sepas identificar lo que es de nuestro interés como nación. ¿No te parece emocionante?
—Pensaba que este tipo de cosas solo ocurría en las películas. Pero por favor, el primer contacto con otra civilización y lo único que les preocupa a ustedes es…
—De lo que me estoy empezando a preocupar, Kyle —no te molesta que te llame Kyle, ¿verdad?— es que tal vez hayamos cometido un error al elegirte para esta misión —dijo Sonia con un brillo sarcástico en los ojos. En ese momento se dio la vuelta y salió lentamente de la habitación, cerrando la puerta a su paso.
No se fue sin ser observada.
Bo, que ya estaba en la base, vigilaba el corredor a través de la puerta ligeramente entreabierta de su cuarto. Vio a Sonia salir de la habitación de Kyle y tomó nota para informar de lo sucedido a su superior, pensando que debería ser importante.
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A la mañana siguiente, el contingente estadounidense se reunió con el resto del equipo de la misión. Alex Krasnov, el geólogo; Valentina Dyakova, la médico; y Boris Vasiliev, el piloto… y, por supuesto, Chen Liu y Bo Zhang, el equipo de seguridad chino.
Kyle notó enseguida que Valentina era tan radiantemente bella que no parecía pertenecer a la misma especie que él. Con su cabello dorado en cascada, su majestuosa figura y sus profundos ojos verdes parecía claramente superior al resto de los humanos.
La segunda cosa que experimentó fue una fuerte aversión hacia Chen, quien de primeras le pareció un personaje sombrío. El capitán no había hablado mucho durante las presentaciones, pero tenía un aire que no inspiraba confianza. Parecía incapaz de producir una sonrisa aun si lo intentase. Por supuesto, la habilidad para la socialización de Kyle dejaba mucho que desear y sus primeras impresiones a menudo eran equivocadas. Esperaba que este fuera uno de esos casos, pero lo dudaba.
A Kyle nunca le había gustado conocer gente nueva, pero se dio cuenta de que cualquiera de los integrantes de este equipo podría terminar salvándole la vida. Esta vez le convenía hacer un esfuerzo y abrirse un poco.
El equipo completo se encontraba de pie alrededor de una piscina muy profunda y estrecha. Varios buzos nadaban en el fondo y miraban hacia arriba expectantes. Un hombre musculoso de espaldas anchas, cuello grueso y un ligero acento ruso explicaba el ejercicio que estaban a punto de realizar. Kyle solo escuchaba a medias ya que estaba ensimismado. Tras un momento se acercaron todos a una pared cercana de la que colgaban imponentes trajes espaciales. Eran de color gris oscuro y estaban confeccionados en tela gruesa y ajustada —un compuesto fuerte y flexible—. Los zapatos parecían botas de esquí con articulaciones que permitirían el movimiento del tobillo. Completaban el conjunto unos guantes grises y un casco con visera gruesa para proteger la cara contra la metralla durante cualquier posible ataque. No se parecía demasiado a los primeros trajes de alunizaje. Sin duda, la tecnología y los materiales habían mejorado enormemente desde los tiempos de Buzz Aldrin y Neil Armstrong, allá por los años sesenta.
El primer desafío del equipo fue aprender cómo ponerse los trajes de forma rápida, lo que era más fácil de decir que de hacer.
Kyle luchaba contra sí mismo por ponerse el casco a la velocidad que lo hacían sus compañeros, pero se notaba mucho más torpe que Hannah, Valentina o el resto de colegas. El instructor tuvo que ayudarle a colocarse correctamente cada accesorio del traje. Finalmente, ya vestido, Kyle respiró profundo y se reunió con los del equipo.
Sin embargo, esa no fue la peor parte de la mañana. Ni por asomo. El instructor les había explicado que iban a practicar un paseo espacial en aquella piscina —lo más parecido a un entorno de gravedad cero que se podía encontrar en la Tierra aparte de los aviones en caída libre—. Kyle tenía solo un pequeño problema con eso de la piscina espacial: no sabía nadar.
Trató de concentrarse en lo positivo en vez de preocuparse demasiado. Por un lado, se dijo que los buzos de rescate estaban allí para asegurarse de que los alumnos no tuvieran problemas. Por otro, en realidad no iban a necesitar nadar. El ejercicio requería simplemente realizar diferentes tareas y maniobras mientras flotaban sumergidos. El traje espacial era una cápsula de seguridad autónoma con su propia temperatura, presión atmosférica y oxígeno… No podía ahogarse aunque quisiera.
El lado racional de Kyle le decía todo esto. Una parte menos evolucionada de su mente seguía gritando de pánico de todos modos.
—Van a bajar en grupos de cuatro. Tres inmersiones en total, diez minutos cada una. —Oyeron decir al instructor a través de los auriculares de sus cascos.
—Recuerden: una vez que dejen de hundirse, a mitad de camino entre el fondo y la superficie de la piscina, encontrarán su banco de herramientas individual y las mochilas del Sistema de Propulsión Personal, o SPP para abreviar. Todo estará etiquetado con sus nombres. Pónganse el SPP, cojan sus herramientas y vayan al otro extremo de la piscina. Cuando lleguen allí, simplemente coloquen las herramientas en los contenedores etiquetados. Hoy solo practicaremos esta tarea básica porque se trata de su primera sesión, pero pronto harán cosas más serias en inmersiones de hasta dos horas. ¿Alguna pregunta?
Kyle casi levanta la mano, pero no lo hizo.
—Bueno pues. El primer grupo está compuesto por el coronel Turner, el doctor Ragland, la especialista McCoy y el especialista Adkins. Sumérjanse cuando estén listos.
Los cuatro caminaron hasta el borde de la piscina y bajaron un grupo de escalones sin dudarlo, uno tras otro. Kyle los vio hundirse mientras el instructor ordenaba a los alumnos restantes que se sentaran en un largo banco a esperar su turno. Obedeció tratando de calmarse, pero sin éxito.
Su mente reproducía una serie interminable de escenarios catastróficos como sacados de una pesadilla a la vez que se lamentaba de que su orgullo hubiera prevalecido. ¿Cómo podía ser tan estúpido?
—Kyle, ¿me oyes? —Hannah estaba llamándole por el canal abierto.
—Uh, sí. ¿Qué pasa? —respondió como despertándose.
—Te estaba preguntando si tienes alguna experiencia de buceo. Peter y yo lo hemos practicamos algo en Cancún.
—No, en realidad no. Nunca me han gustado los deportes acuáticos.
—No sabes lo que te pierdes. En serio, creo que deberías probarlo. ¡Apuesto a que te encantaría! Tal vez después de este entrenamiento te termine gustando. ¿Quién sabe?
—Lo dudo mucho.
Los diez minutos habían pasado. Los buzos de rescate ayudaron al primer grupo a salir a la superficie. Todos ellos parecían imperturbables. Alegres, a decir verdad. Eso era tranquilizador.
El segundo grupo realizó los mismos movimientos con resultados también positivos y pronto el instructor llamó a Kyle.
—El último lote consta del doctor Krasnov, el doctor Santiago, el capitán Vasiliev y el sargento Carter.
Ese era el momento de la verdad que había temido toda la mañana. Era muy tarde para arrepentirse. Debía sumergirse. Levantándose, se tomó su preciado tiempo mientras arrastraba los pies hacia la piscina, muy por detrás del resto de sus compañeros que ya habían desaparecido bajo la superficie.
—Doctor Santiago, a este paso van a pasar los 10 minutos sin que usted se meta en el agua.
La voz del instructor sonó apagada y distante. Todo parecía moverse a cámara lenta. Kyle solo pensaba en el agua cubriendo su cara, sus fosas nasales y llenándole los pulmones.
Agonizante, bajó el primer escalón y luego el segundo, lentamente. El tercero fue el de la suerte. Se resbaló y perdió el equilibrio cayendo a la piscina con un gran chapoteo, a la vez que su espalda golpeaba el borde de cemento. El mundo se le volvió del revés y se dio cuenta de que se hundía sin poder volver a la superficie. Ni siquiera sabía qué dirección era arriba.
Miedos atávicos, terrores de la infancia, leyendas urbanas… todos unieron fuerzas y conspiraron para crear un caos insoportable de recuerdos inquietantes en la mente de Kyle. Comenzó a gritar y agitarse mientras se hundía. Sus manos recorrían despavoridas las superficies de su traje, moviendo palancas sin ton ni son, tratando en vano de quitarse el casco o el cinturón de flotabilidad. Lo que más anhelaba era deshacerse de esa pesada armadura.
Luchó contra los buzos de rescate que acudieron en su ayuda, pero ellos insistieron. Tras unos minutos y de aquella manera fue llevado a la superficie mientras pateaba y gritaba. Los buzos lo colocaron en el suelo y el resto de su equipo le rodeó a la vez que él empezaba a calmarse un poco, jadeando.
—¿Cómo te sientes, grandullón? —preguntó Hannah.
—Estoy bien. De verdad, gracias. Lo siento mucho. Lo único que tengo magullado es el ego.
—¿Qué le ha pasado, doctor Santiago? —preguntó el instructor.
—Mi estupidez, eso es lo que me ha pasado. Debería haberle dicho que no sé nadar y que le tengo miedo al agua.
—¡Vaya! —gritó Hannah—. Estos hombres… no son capaces de admitir sus limitaciones aun cuando les va la vida en ello. ¿Tan difícil es pedir ayuda o instrucción adicional?
—Tienes razón, pero no me des la tabarra, por favor. No estoy pasando el mejor de los momentos.
El instructor intervino.
—El ejercicio de la piscina ha terminado por hoy. Salgan de sus trajes y diríjanse al gimnasio para tonificación muscular. Doctor Santiago, si no se siente bien puede volver a su habitación o ir a la enfermería. Lo que prefiera.
—No gracias, me he tranquilizado. Un poco de ejercicio me hará bien.
—¡Así se dice! —exclamó Raúl—. En poco tiempo va a hacerse usted un soldado como nosotros, doctor Santiago.
—Otro gallo me cantaría.
//
—Laura, necesito información. —Sonia estaba de pie a la entrada de la oficina de su científico principal.
—Claro, ¿qué quieres saber?
—Lo más reciente sobre la naturaleza y los orígenes del Objeto. Me estoy impacientando y no soy la única. —La delicadeza y el tacto no eran las principales cualidades de Sonia.
—Por desgracia, no sabemos nada nuevo. Los primeros astrónomos que lo detectaron realizaron un análisis espectrográfico preliminar, pero sus resultados no nos dicen mucho. La prueba fue apresurada y no concluyente. Sin embargo, los componentes del Objeto no parecen ser metálicos. Podríamos estar equivocados al respecto, por supuesto, y será necesario realizar más análisis a bordo de la Teseo cuando lleguen a la órbita lunar.
—Está bien, ¿algo más?
—Es imposible concluir con absoluta certeza de dónde vino. Todo lo que podemos deducir es que su vector de aproximación hacia la luna podría haberse originado en Aldebarán, en la constelación de Tauro —un gigante naranja con cinco estrellas que se encuentra relativamente cerca de la Tierra—. Aún más interesante: sabemos de un planeta relativamente similar al nuestro en ese sistema. Está ubicado a dos unidades astronómicas de su estrella más cercana. El hecho de que se encuentre dentro del área de condiciones favorables lo hace potencialmente habitable.
—Eso no es para nada seguro. Que ese planeta sea habitable no es más que una teoría. Además, el Objeto podría haber cambiado de trayectoria en su viaja aquí, ¿cierto?
—Correcto. Y también es posible que su punto de origen se encuentre a lo largo del mismo vector de Aldebarán, pero más allá. El Objeto sigue en órbita alrededor de la cara oculta de la luna y eso es todo lo que sabemos.
—Supongo que la situación podría ser peor.
—Desde luego. Lo que me recuerda… ¿cómo va todo en el frente político?
—Lo de siempre. Nadie confía en nadie. Si bien cada país reconoce la urgencia del proyecto, todos nos sentimos como que los demás se están guardando algunos ases bajo la manga —y el resto de las cartas cerca del pecho—. Hay algunas buenas noticias, sin embargo. El público todavía no está al tanto del suceso… y espero que eso siga siendo así durante mucho tiempo. Lo último que necesitamos es un pánico global en medio de todos los preparativos.
—Bueno, te haré saber en el momento en que algo cambie.
—Sí, por favor, Laura —dijo Sonia saliendo de la habitación seguramente camino a alguna reunión exasperante.
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El teniente Armand Bisset tenía una apariencia cúbica. Sus tres dimensiones gigantescas resultaban casi equivalentes. El instructor parecía invulnerable con su impecable uniforme y un corte de pelo al cero.
—Las cuatro ojivas a bordo de la Teseo permanecerán armadas en todo momento —dijo—. Eso no significa que tengan ustedes que preocuparse de no estornudar en su proximidad, pero sí que deben ser cuidadosos y conscientes. Dos miembros de la tripulación —cualquiera de ustedes— deberán introducir los códigos de disparo de los misiles. Repasaremos cómo hacer eso en muchas ocasiones durante las próximas semanas.
A Kyle no se le había pasado por la mente la posibilidad de hacerle preguntas a ese monolito de hombre. Si realmente lo hubiera pensado, la idea le habría parecido tan desaconsejable como mearle la pata a un oso salvaje. Es por eso que casi se atraganta cuando escuchó a Hannah levantar la voz para hacer una pregunta.
—¿Cómo sabremos que una situación dada requeriría el lanzamiento de los misiles?
El cuello de Armand giró lentamente en la dirección de ella como la torreta de un tanque. Antes de que pudiera responder, Iris intervino.
—Yo no tengo un doctorado como usted, pero le aseguro que no vamos a dudarlo ni un segundo.
Thomas soltó una carcajada y congratuló a su compañera pelirroja. Tenían una camaradería natural tras años de combate juntos.
—Precisamente —acordó el teniente Bisset sin humor—. No hay forma de anticipar cómo se desarrollarán las cosas allí arriba, por lo que tendrán que usar su criterio en función de las circunstancias del entorno. A eso se le llama iniciativa, doctora Coleman, una noción que aprenderá a fondo en mi clase.
—Gracias por la lección, teniente. De lo contrario, no hubiera sabido jamás qué significa «iniciativa», respondió Hannah con una molestia apenas disimulada.
—Enfoquémonos de nuevo, ¿de acuerdo? —Intervino Brad, conciliador, tomando nota de hablar con Hannah después de la sesión de entrenamiento.
Había que admitir que la dama era valiente, pensó Kyle.
—La parte práctica de la clase de hoy será más divertida. En los últimos días han aprendido todo lo que necesitan saber sobre el funcionamiento interno de su rifle M30. Un arma especialmente diseñada, probada y construida para esta misión. Han aprendido cómo llevarlo de forma segura mientras visten su traje espacial y sus mochilas, cómo mantenerlo y cómo montarlo y desmontarlo. Hoy aprenderán a dispararlo. Cojan sus armas y síganme —ordenó Bisset.
El rifle estaba unido a la mochila a través de tubos gruesos y resistentes. La combinación de rifle y mochila tenía dos propósitos: evitar la pérdida del arma en situaciones de gravedad cero y, lo más importante, dejar que una mezcla aluminotérmica de termita, conocida en lengua vernácula como «fuego griego», fluya desde la mochila al rifle haciendo veces de lanzallamas.
No estaba claro si el personal científico necesitaría llevar armas en misiones exploratorias, pero estaban siendo entrenados por si acaso.
La caminata de cinco minutos hasta el campo de tiro le había dado a Kyle la oportunidad de conversar con Hannah. Se encontraba más a gusto con ella que con cualquier otro compañero. Siempre buscaba oportunidades para acercarse a ella, intentando que sus maniobras no fueran demasiado obvias.
Una vez en el campo de tiro, cada uno ocupó sus respectivos puestos y se puso un par de auriculares de comunicación con supresión de ruido externo. La estancia era profunda y estrecha, de techos muy altos y con múltiples objetivos en la pared del fondo.
—¡Atención! Primero demostraré cómo se dispara el M30. Disculpas a los soldados profesionales presentes porque lo que voy a decir es muy básico. —Bisset manipulaba su rifle de manera que todos pudieran verlo claramente—. Lo más seguro es que normalmente usen el arma en modo semiautomático. En este modo se dispara una bala cada vez que se aprieta el gatillo. Supongo que recordarán que pueden seleccionar los diferentes modos de disparo con esta palanca —dijo señalando un pequeño control al costado del arma de fuego.
—Una vez coloquen la palanca en automático su M30 disparará continuamente mientras mantengan el gatillo presionado. Tal vez se pregunten por qué no usar el rifle en modo automático siempre. Parece una buena idea, ¿no? Pues confíen en mí: no lo es. En primer lugar, les resultaría más difícil apuntar. El rifle se comportaría como una mula dando patadas y necesitarían una fuerza descomunal para que no se les cayese de las manos. Dado que su puntería estaría comprometida, su precisión también se reduciría drásticamente. Y debido a que su precisión se vería afectada, tendrían que acercarse peligrosamente al enemigo. En otras palabras, utilicen el fuego automático solo en lugares cerrados contra múltiples objetivos dispersos o contra un enemigo tan enorme que solo una rápida descarga de balas podría neutralizarlo. ¿Entendido?
—Los científicos asintieron nerviosamente mientras los militares se mostraban impasibles.
—Genial. Ahora hablaremos de municiones antipersonal. Cada uno de ustedes podrá llevar hasta diez granadas y habrá muchas más almacenadas en el arsenal de a bordo por si las necesitasen. El rifle puede lanzar cada granada a unos cien metros de distancia y su alcance explosivo está bastante contenido —a propósito—. No queremos que la metralla vuele por kilómetros debido a la baja gravedad. Podrán lanzar estos explosivos de forma segura siempre que se mantengan al menos a diez metros del objetivo.
Cada miembro del equipo se tomaba el entrenamiento de manera diferente. Alex era diestro con el arma, rebosaba confianza y desprendimiento en toda situación. Kyle no quería caer en estereotipos, por lo que se esforzó en no bromear con que Alex pertenecía a la mafia rusa.
La expresión de Valentina no era precisamente de autoconfianza. Sostener un monstruoso instrumento de diez kilos en un campo de tiro no se correspondía con la imagen que ella tenía de sí misma —aunque sus compañeros masculinos quizá no estuviesen del todo de acuerdo. Pero la verdad era que las armas seguramente habían ocupado un lugar muy bajo en la lista de prioridades de una doctora con aspecto de supermodelo.
Ella no era la única incómoda. A pesar del entrenamiento previo, Anderson todavía sostenía el rifle como si apestara.
—Cuando disparen una granada denle un vector parabólico ascendente. No vaya a ser que aterrice a su lado por accidente. Recordad que cuanto más alta sea la parábola, más tiempo tardará la granada el alcanzar su objetivo. Si hace un arco muy alto, la distancia se acortará proporcionalmente. Esto es física simple y, para todos ustedes, mucho más fácil de entender que para cualquier otro mortal —continuó Bisset.
—Anderson, recuerda: ¡se supone que el lado con el agujero debe apuntar en dirección contraria a tu pecho! —bromeó Thomas, riéndose a carcajadas y haciendo el tonto con Iris.
—Ya vale, Adkins, es suficiente. Creo que todos lo han entendido —dijo Raúl, tratando de imponer un poco de seriedad.
—Por último, pero no menos importante, tenemos el horror de los horrores. El lanzallamas. —Bisset se empezaba a excitar.
Cada vez que Kyle oía mencionar el lanzallamas su mente se inundaba de imágenes de trincheras en la Primera Guerra Mundial, máscaras de gas, soldados conmocionados, enfermeras de blanco y jeringas metálicas.
—Utilícenlo solo como último recurso. No es fácil de apuntar y, una vez que prendan fuego a algo no lo podrán apagar fácilmente. Por eso el control de selección de este modo en particular está un poco fuera de alcance en la parte superior del arma y deben oprimir dos botones distintos para evitar activarlo accidentalmente —continuó el instructor.
Bisset se dio la vuelta quedando frente a los objetivos del campo de tiro y desató una cortina de balas con increíble destreza. Un grupo de maniquíes reventó en pedazos.
—Voy a pasar a las granadas —anunció como si hablara del tiempo.
En cuestión de diez segundos disparó cinco pequeñas granadas de un cargador largo que había encajado perpendicularmente en el rifle. Los objetivos eran barriles llenos de confeti. Las explosiones fueron pequeñas y sonaron amortiguadas, como implosiones, pero de todos modos terminaron devastando los contenedores. Las nubes de confeti flotaban en un área sorprendentemente limitada.
A continuación, Bisset activó los dos controles que desataban el fuego griego. El objetivo, un simulacro de tanque, se volvió un infierno de fósforo que no dejaba de arder. El aire de la estancia se calentó de manera insoportable en cuestión de segundos.
—Es su turno, damas y caballeros —dijo Bisset, mostrándoles lo que seguramente pensó era su más encantadora sonrisa.
Durante los minutos siguientes el equipo cargó y disparó sucesivamente sus armas en modos semiautomático y totalmente automático. Kyle estaba agradecido por los auriculares. Incluso con ellos puestos el ruido era tremendo.
Su propia actuación no había sido estelar. Varios de sus maniquíes permanecieron más o menos intactos.
—Cambien a las granadas —ordenó Bisset.
Mientras Kyle llenaba su cargador de cartuchos del tamaño de un dedo escuchó una serie de chillidos inhumanos. Se dio la vuelta para averiguar de dónde procedían y vio a Anderson gritar y correr el ancho del campo de tiro directo a la salida.
Bisset interceptó al pobre hombre que se retorcía intentando liberarse.
—Por Dios, hombre, ¿qué está haciendo?
—¡Las dejé caer! —respondió Anderson, completamente aterrado.
—¿Dejó caer las granadas?
—¡Vámonos de aquí, suélteme!
—Contrólese, doctor Ragland. No hay peligro. Las granadas no detonan simplemente por dejarlas caer.
—Pero, pensé que eran bombas.
—Ha visto usted demasiada televisión y presta muy poca atención en clase, amigo mío.
—Bueno… estaba llenando el cargador. Cogí un montón de cartuchos a la vez, perdí el agarre y… Dios mío. —La respiración de Anderson disminuyó y dejó de retorcerse. En ese momento miró hacia abajo avergonzado. Kyle se dio cuenta de que el químico por fin había notado la sensación cálida que emanaba de la muy visible mancha que iba cubriendo paulatinamente la bragueta de sus pantalones.
//
El equipo no tenía mucho tiempo libre. Cada día estaba dedicado casi por entero al entrenamiento y los preparativos para la misión. Disponían de una hora para relajarse después de la cena. Podían ver la televisión, jugar al ping-pong, al ajedrez o simplemente estar solos.
Era viernes por la noche en la cafetería y Kyle se sentó en una pequeña mesa de la cafetería a cenar en compañía de Alex y Anderson: pastel de carne y puré de patatas al ajo.
—¿Os animáis a ir a nadar? — preguntó Alex.
—Buena idea —respondió Anderson.
Kyle tenía ganas de descansar. Habían sido unos días particularmente duros y el fin de semana no iba serlo menos.
—Lo siento. Estoy bastante cansado. Creo que me voy a la cama.
—Dulces sueños entonces. No te lo vamos a tener en cuenta. Por esta vez —bromeó Alex.
Después de dejar su bandeja, Kyle salió del pasillo y subió las escaleras hacia su habitación cuando vio a Hannah saliendo de la suya.
—Hola, Hannah. No te he visto en el comedor —dijo Kyle.
—¡Hola! No, no tenía hambre. Y tampoco ganas de socializar.
—Lo entiendo. Estoy agotado. ¿Se me antoja a mí o se ha vuelto el entrenamiento cada vez más insoportable?
—Están aumentando la intensidad, eso es seguro.
—¿Dónde vas? ¿Te molesta si te acompaño?
—Solo quería caminar para despejar la mente. Puedes venir conmigo siempre y cuando prometas no hablar de trabajo.
—Oh, no tendrás que preocuparte por eso, créeme —dijo Kyle.
La base subterránea era enorme y tenía innumerables pasillos, túneles y plazas amplias, todo iluminado artificialmente. Kyle se preguntaba cuánto tiempo les llevó construir una estructura tan masiva bajo tierra.
Bajaron las escaleras juntos y Kyle esperaba que ni Anderson ni Alex los vieran. Sería incómodo después de haberlos abandonado para ir a dormir tan solo hacía unos minutos. Sin embargo, esa posibilidad no le preocupaba lo suficiente como para rechazar un rato de paseo con Hannah.
—¿Siempre supiste que querías ser astrónoma? —preguntó.
—Astrofísica, quieres decir.
—¿Cuál es la diferencia?
—Un astrónomo estudia el universo en general. Un astrofísico trabaja en algo más específico. Nos centramos en las propiedades físicas y las interacciones entre los cuerpos celestes. Pero en realidad tienes razón. No hay mucha diferencia, particularmente para mí. Comencé en física y apliqué mi disciplina a la exobiología.
—Pero no has respondido a mi pregunta —insistió Kyle, con una sonrisa.
—Cierto. Bueno, sí, creo que lo quise desde pequeña. Siempre me ha intrigado el espacio. Tal vez me viene de mi padre. Era un fanático de la ciencia ficción y comenzó a prestarme sus libros en cuanto aprendí a leer.
—Yo también entré en matemáticas a través de la ciencia ficción. Isaac Asimov y Stanislaw Lem eran mis autores favoritos, y leí casi todo lo que podía encontrar del género.
—¿Por qué las matemáticas precisamente? —preguntó Hannah.
—Siempre me ha frustrado la entropía, el desorden y la imprecisión —la falta de control—. Odio la vaguedad y me encanta que la precisión y la certeza estén consagradas en las matemáticas —a pesar de que no siempre se logran.
—¿Dónde estudiaste?
—En el MIT. Soy profesor en mi alma mater. ¿Y tú?
—En UCLA. ¡Vivan los Bruins!
—No pensé que fueras animadora.
—Créeme, no lo era.
—Debe haber sido agradable vivir en California. Tanto sol, la playa… Boston tiene su encanto, claro, pero no podemos competir con Hollywood —dijo Kyle.
—Apenas tuve tiempo de salir y disfrutar de Los Ángeles. Mis estudios me mantenían ocupada y, de todos modos, no era del tipo marchosa. Nunca lo he sido.
Permanecieron en silencio durante un rato, caminando uno al lado del otro y contemplando las escasas vistas disponibles: técnicos yendo y viniendo con sus cascos y batas blancas, coches que transportaban altos mandos militares, pelotones haciendo jogging, grúas y cargamento.
—¿El toque de queda a las diez de la noche es oficial o es más una sugerencia? ¿Qué pasaría si no llegásemos a tiempo? —preguntó Hannah finalmente.
—¿Quieres averiguarlo?
—Puede ser que me sienta nostálgica o simplemente cansada, pero no soporto la idea de volver al barracón. Sin embargo, no quiero llegar tarde. Esta gente todavía me asusta un poco.
—Ya te entiendo. Yo también ando algo melancólico hoy, y eso que ni siquiera tengo una familia esperándome en Boston.
—Regresemos. Se está haciendo tarde.
—Claro.
—¿Eres originario de Boston?
—No. Lo sabrías si lo fuera.
—¿Por qué? Oh, cierto, el acento.
—Exactamente señora, es usted muy inteligente —bromeó Kyle, haciendo lo mejor que podía por imitar el acento bostoniano.
—Vale. Entonces, ¿de dónde eres?
—Nací en Rota, una base militar en España. Mi padre es puertorriqueño y mi madre irlandesa.
—Toda una mezcla. Ambas etnias son muy divertidas. ¿Y cómo fue que surgió este matemático introvertido, eh?
—Vengo del espacio, supongo. ¿Y tú de dónde eres?
—De Arizona, pero nunca me acostumbré a aquel tremendo calor.
—Lamentablemente parece que nos acercamos a los barracones —dijo Kyle, asintiendo educadamente hacia Brad y Raúl que estaban hablando en voz baja en un rincón. No devolvieron el saludo.
—Muy amigables.
—Desde luego. Supongo que también se necesitan gruñones en una misión como esta.
—No se puede hablar de trabajo esta noche, ¿recuerdas?
—Uy, perdón.
Subieron las escaleras y Kyle se detuvo en la puerta de su habitación antes de desearle buenas noches a Hannah, tentado de invitarla a tomar un café.
Pero al final fue sensato y la dejó ir.
//
—Son ustedes conscientes de que cualquier cosa que vea durante la misión será también y muy probablemente percibida por el resto del equipo ¿verdad? Imagínense que nos encontramos con un gran alien peludo que hace ruidos extraños. Y supongamos que, de alguna manera, soy capaz de traducir esos sonidos. Los rusos o los chinos lo estarán grabando todo también. Se lo llevarán a sus propios expertos una vez que nos hallemos de vuelta en la Tierra. Cualquier ventaja con la que los Estados Unidos pueda contar y cuya traducción yo mantenga en secreto durará muy poco tiempo. —A Kyle le estaban fastidiando los cursillos de inteligencia.
Los dos espías al cargo habían estado explicándole hasta la saciedad qué tipo de información les interesaba. Obviamente, cualquier cosa con la más mínima posibilidad de aplicación militar: tecnología para viajes interestelares, todo dispositivo encontrado en el Objeto, el proceso de construcción de la nave, los materiales utilizados, etc. Pretendían que ocultara estos conocimientos al resto del grupo, particularmente al contingente extranjero.
—La clave, doctor Santiago, es que encuentre oportunidades para que solo usted registre los datos importantes. Somos plenamente conscientes de que no será fácil. Sin embargo, es crítico para la seguridad nacional y los intereses de los Estados Unidos —dijo el matón más alto. Se llamaba Agente Smith, probablemente un alias.
—Es menos crucial que proteja ese conocimiento de sus compañeros de equipo estadounidenses, especialmente de las tropas. Sin embargo, los doctores Ragland y Coleman nunca deben descubrir cuál es su verdadera intención —dijo el agente Jones.
¿Sería ese su verdadero nombre?
—Supongamos que de alguna manera logro reunir información secreta. ¿A quién notifico de ello cuando regrese? —preguntó Kyle.
—Puede informarnos a cualquiera de nosotros dos. A nadie más. Ni siquiera a la señora Rogers —dijo Jones.
—¿Sabré dónde encontrarlos?
—Nosotros le encontraremos a usted.
//
Bo caminaba por el pasillo y tocó la puerta de Chen, repasando en su mente el esquema básico de lo que tenía que contarle.
—Buenas tardes, teniente —dijo Chen, conservando su habitual formalidad cada vez que los dos estaban solos. No terminaba de acostumbrarse al tono casual que el grupo había adoptado.
—¿Puedo pasar, capitán?
—Por supuesto.
Bo entró y se quedó pensativo unos segundos. Era incómodo reunirse con un superior en su habitación.
—Por favor, tome asiento —dijo Chen señalando un par de sillas alrededor de una mesa circular.
—Capitán, creo que debe saber lo que vi la otra noche. He observado al equipo y están sucediendo algunas cosas interesantes. Debemos ser precavidos.
—¿A qué se refiere?
—Vi a la señora Rogers saliendo de la habitación del doctor Santiago. No sé cuánto tiempo estuvo allí ni cuál fue el propósito de su visita.
—Tal vez lo visitó para asegurarse de que todo fuera de su agrado.
—Ella no ha venido a vernos ni a usted ni a mí ¿verdad? Capitán, con el debido respeto, dudo que Rogers haya ido de habitación en habitación para arroparnos a todos.
—Podría haber sido un encuentro romántico. Algo extraño, pero nada preocupante si ese fuera el caso.
—Supongo que es una posibilidad, pero no sé… El doctor Santiago no me da la impresión de ser un casanova y aún no ha tenido ni tiempo suficiente ni la oportunidad de seducir a la señora Rogers. Y no nos olvidemos de su clara preferencia por la doctora Coleman.
—No pensé que fuera usted tan experto en asuntos del corazón, teniente —bromeó Chen.
—Poseo talentos ocultos, capitán, qué le voy a decir. Volvamos a la doctora Coleman. Ella y Kyle puede que se conozcan de hace tiempo. Esto no sería nada importante, pero empezaría a esbozar un panorama de alianzas espontáneas. Y si no se conocían con anterioridad, la verdad es que se han metido muy de lleno a formar pareja en esta ocasión.
—¿Y te preocupa que puedan conspirar para mantenernos ignorantes de lo que pueda suceder?
—Precisamente, capitán.
—Gracias por informarme de estos asuntos. Estoy de acuerdo en que debemos mantener la vigilancia, pero también he estado pensando desde que llegamos a Plesetsk… —La voz de Chen se apagó un tanto.
—¿Qué ocurre, capitán?
—No creo que nadie pueda guardar secretos durante esta misión. Vamos a ir juntos de expediciones o las presenciaremos en vivo mediante enlace de vídeo. Ocuparemos espacios minúsculos. No tendremos muchas oportunidades para reuniones secretas o conversaciones separadas.
—Es cierto, capitán. Pero aun así…
—Eso no es todo, teniente. La principal razón por la que no estoy muy preocupado es que este proyecto es tan crítico para la humanidad que cualquier animosidad entre las naciones se reduce a nada en comparación. Estamos ante una amenaza global e histórica. O quizá una oportunidad única para un desarrollo técnico exponencial. Algo me dice que todos dejaremos de lado nuestras diferencias cuando nos encontremos ahí arriba solos. Tendremos que confiar mucho los unos en los otros para aprender lo que sea que podamos aprender sobre el Objeto, incluso para sobrevivir, si llegase el caso.
—Entiendo, señor, pero sigue existiendo un problema. Kyle es el único que puede descifrar cualquier lenguaje o documento extraterrestre con que nos encontremos. No tenemos ningún científico chino para verificar la fidelidad de sus traducciones.
—Correcto, pero como usted y yo no podemos hacer nada por cambiar esto, no vamos a poder influir en el resultado de ninguna manera. Y aunque no podamos traducir las cosas en vivo durante la misión, filmaremos todo lo que sucede. Nuestros científicos estudiarán la evidencia en vídeo más tarde.
—¿Puedo hablar libremente, capitán?
—Por supuesto —respondió Chen.
—Lo consideraba a usted más… ¿cómo decirlo?
—¿Comprometido con nuestra ideología?
—Sí, supongo que sí. Más a bordo con la línea oficial del partido, si no le importa que se lo diga, capitán.
—En absoluto. Estoy comprometido con nuestros objetivos, pero lo estoy aún más con la realidad de las cosas. Al fin y al cabo, la realidad siempre impone su voluntad pase lo que pase.
—Muy cierto, señor. Gracias por la perspectiva.
—En pocas palabras, Bo. —Chen usó el nombre de pila de su subordinado a propósito—. A partir de ahora mantente tan alerta como puedas, pero también debes estar tranquilo porque la dinámica de la misión será tal que ninguna acción traicionera quedará oculta por mucho tiempo.
Se necesitaron cuatro intensos meses, mil quinientos técnicos de diez países y veinticinco mil millones de dólares para construir la Teseo. Afortunadamente para la Tierra, el desconocido Objeto permaneció en órbita estática alrededor de la luna durante todo ese tiempo. Tranquilo, quieto y oculto en el lado oscuro.
Sin embargo, para vivir en una era de comunicaciones globales instantáneas, biotecnología avanzada e inteligencia artificial, nuestras capacidades para desarrollar misiones tripuladas se habían oxidado considerablemente.
Las sondas robóticas que la NASA, la ESA y otras agencias similares habían lanzado al espacio desde los tiempos del programa Apolo fueron hazañas extraordinarias, sin lugar a dudas. Aterrizaron en cometas, recorrieron Marte, llegaron al cinturón de Kuiper e incluso más allá. Por impresionante que fuera todo esto, resultaba mucho menos abrumador que enviar a doce personas con equipación científica, un módulo lunar, un dron, armas de combate, municiones y varias ojivas termonucleares a orbitar la Luna.
Se tuvo que llamar a los pocos octogenarios del programa Apolo que aún vivían. Ayudaron al equipo del Proyecto Ática a redescubrir cómo se desarrollan las misiones tripuladas fuera de nuestra propia órbita.
La mayor parte del trabajo se realizó en secreto en el Cosmódromo de Plesetsk. Muchos de los componentes tuvieron que ser trasladados por barcos y trenes procedentes de varios países.
La Teseo sería lanzada a la órbita de la Tierra en tres cohetes rusos Angara modificados. Tres módulos distintos tendrían que ser conectados en el espacio —no existía ningún cohete capaz de transportar simultáneamente tantísimo peso—.
Cada lanzamiento tendría lugar en secuencia. Como medida de precaución, el módulo de comando sería el último para evitar enviar a la tripulación en caso de que alguno de los otros cohetes fallase y no alcanzara la órbita.
Los compartimentos de la nave estaban conectados en serie. Al frente se hallaba el comando de vuelo; en el centro estaban la estación científica, la armería y el polvorín; y en la parte posterior, el compartimiento de transporte para el dron, las doce mochilas propulsoras SPP y un vehículo de aterrizaje lunar capaz de ir y venir a la superficie de la Luna, así como de reingresar en la Tierra.
Mientras tanto, justo al lado de donde se construía la Teseo, la tripulación continuaba una versión acelerada del agotador entrenamiento astronáutico. Los cursos clandestinos de inteligencia de Kyle lo dejaban con ganas de darse largas duchas y Sonia lo tenía vigilado todo el tiempo —como lo hacían Bo y Chen—.
Día tras día, la tripulación se enfrentaba al simulador de vuelo, ensayos de paseo espacial, máquinas centrifugadoras, instrucción de armas, artes marciales y levantamiento de pesas. Estas sesiones a menudo terminaban con alguien vomitando violentamente o camino de la enfermería.
Pero todo ello era necesario.
El relativo aislamiento que sufrían era posiblemente la peor parte. A nadie se le permitía utilizar el teléfono móvil y cada llamada tenía que hacerse desde un teléfono fijo —seguramente intervenido y supervisado por la Junta Directiva.
A cada miembro del equipo se le permitía una única llamada a la semana a familiares y amigos… y eso solo después de solicitar y recibir permiso oficial. En un par de ocasiones la gente tuvo que turnarse para hablar por teléfono porque varios querían llamar al mismo tiempo. Y, por supuesto, todos debían cuidar lo que decían por temor a ser acusados de una violación de la confidencialidad.
Los dos cohetes no tripulados subieron sin problemas y dejaron su carga útil en órbita. El día anterior al lanzamiento final, los miembros de la tripulación pudieron hacer una llamada personal. Era la última vez que tendrían que fingir en el teléfono para que pareciese que su trabajo era largo y arduo, sí, pero bastante rutinario. Debían idearse una manera de decir adiós —posiblemente por última vez— sin que pareciese como si estuvieran diciendo ese tipo de adiós.
//
—Quiero que sepas que te quiero. Y que quiero a los niños. Eres un buen hombre, Peter.
—Hannah, eso me ha sonado un poco inquietante. No me asustes. ¿En qué demonios estás trabajando, en una nueva versión del Proyecto Manhattan?
—Sabes que no puedo darte ninguna información y me temo que es muy probable que esto no cambie en un futuro inmediato.
—Lo entiendo. De verdad que sí ¡Pero a mí me parece un secuestro puro y duro! Cuatro meses van ya y seguimos aquí. Los niños te echan de menos. Yo te echo de menos. Y ahora vas y me sueltas esta despedida melancólica.
—Yo también os echo de menos.
—Suenas como si estuvieras a punto de llorar, Hannah.
—Oh no, solo estoy algo triste… no te preocupes.
—Lo entiendo, pero desearía que pudieras regresar y dejar este trabajo de astrofísica. Podríamos mudarnos a un lugar tranquilo y volver a ser una familia normal ¿no te parece?
—Peter, en este momento un lugar tranquilo sin trabajo ni preocupaciones suena celestial. Y una vez que acabe mi compromiso aquí, incluso podría estar dispuesta a considerar tu sugerencia.
Terminó la frase con una sonrisa, pero ninguno de los dos habló durante algún tiempo. Escuchaban la rítmica respiración del otro a través del teléfono.
—¿Puedes pasarme a los niños, Peter? No quiero que olviden a su madre.
//
La televisión estaba encendida en el cuarto de estar, pero Brad no la estaba viendo. Mientras las noticias sonaban en el fondo, él miraba la puerta, sentado completamente solo, y pensaba en lo que iba a decir.
Su ensueño no duró mucho. El plantel íntegro de seguridad internacional entró y se mantuvo en pie frente a él. Brad apagó la televisión.
—Por favor, tomad asiento. Esta es la última noche antes de la misión. Os invité aquí porque creo que es importante que responda a vuestras preguntas por difíciles que sean. No me refiero a cuestiones de procedimientos operativos, mantenimiento de armamento o escenarios de emergencia. Ya hemos practicado lo suficiente y además —sabiendo a dónde vamos— la mayor parte de todo eso resultará inútil en el momento mismo en que divisemos lo que hay allá arriba.
Todos estaban atentos. Habían escuchado muchísimos discursos preparativos durante sus carreras militares, pero este era diferente.
—Sé lo que estáis pensando y es cierto: esta misión es diferente a cualquier otra cosa que hayamos hecho antes. No sabemos si nos enfrentaremos a amigos o enemigos. De hecho, no sabemos ni siquiera si habrá alguien allí. Abrigamos sospechas incluso dentro de nuestras propias filas… y eso es inevitable. Nuestras respectivas naciones han sido antagónicas durante décadas. Este problema no tiene precedente y, por eso, es de una importancia enorme. También es liberador porque habrá que improvisar según las condiciones con que nos encontremos. Hay muy pocas cosas que puedan prepararnos adecuadamente para lo que está por venir y nadie podría llevar a cabo esta misión mejor que nosotros. Es por ello que la mitad de la batalla ya está ganada. No necesitamos llevarnos bien, pero debemos ser capaces de confiar los unos en los otros. Todo —y quiero decir todo— depende de ello.
—Gracias, Brad —añadió Chen—. Todavía no podía acostumbrarse a usar nombres de pila, pero así lo habían acordado desde el primer día. Si bien todos permanecían muy conscientes de las diferencias de rango, la misión exigía una cadena de mando horizontal que facilitase una mayor independencia e iniciativa si las circunstancias lo requerían. Los nombres de pila fomentaban las buenas relaciones y también decir «Brad» sencillamente era más rápido que decir «coronel Turner».
—Solo quiero agregar que Bo y yo estamos aquí para ayudar —continuó Chen—. Nos encontraremos completamente solos en el espacio a partir de mañana, lejos de los países que hemos prometido proteger. En lo único que podremos confiar será en nuestra nave y en los compañeros. Tenemos la suficiente experiencia como para entender que nuestros gobiernos seleccionaron a cada uno de nosotros para que descubramos todo lo posible sobre este artefacto desconocido y que el resto de la tripulación no pueda dejarnos en la ignorancia. Y eso está bien porque deberíamos ser capaces de defender al mismo tiempo los intereses generales de la misión, los de nuestros países respectivos, así como los nuestros propios. Esos intereses deben superponerse de manera efectiva o fracasaremos miserablemente. Y aquí no hay lugar para el fracaso.
Bo fue el siguiente en hablar, en voz baja como un cordero, pero el tipo era astuto como una serpiente.
—Yo no tengo ninguna pregunta. Ninguna queja. Hemos dispuesto de meses para cuestionar cualquier cosa que se nos ocurriese. Pero tal vez otros aún se sientan ansiosos. El entrenamiento pasó más rápido de lo que suponíamos y uno siempre obtiene claridad renovada la noche antes de toda misión. Si tenéis alguna cosa que decir, ahora es el momento.
Los soldados chinos y los americanos se miraron en silencio. Raúl, Iris y Thomas llevaban luchando juntos en las Fuerzas Especiales durante varios años, en todo el mundo y en las más variadas condiciones y circunstancias. Brad había sido su jefe la mayor parte de ese tiempo.
—No es fácil para mí hablar de miedo, ya sabéis —dijo Thomas finalmente—. Todos pretendemos ocultar nuestras inseguridades. Si os soy sincero solo hay una cosa que me aterra sobre esta misión: ¿la comida va a ser la misma que nos dan aquí en la base?
//
Al igual que todas las mañanas, Peter dejó a Paul y Caleb en la escuela y se dirigió de vuelta a casa a trabajar en su próximo libro, una novela histórica basada en los tiempos de la expedición de Lewis y Clark.
Iba por la mitad del primer borrador y, como de costumbre, no estaba contento con el resultado. La prosa terminaría siendo más refinada en el manuscrito final. Ese no era el mayor problema. Lo que más molestaba a Peter era que no pensaba que los personajes fueran creíbles. Siempre le resultó difícil definir los personajes de sus novelas. Tenía que hacer un ejercicio de psicología literaria y de estudio de las emociones profundas que no iba mucho con él. No era precisamente ágil para saber contactar con su yo interior, con sus emociones.
Al cabo de unas horas de escritura le dolía la espalda, así que se levantó, se estiró y preparó su almuerzo.
Llevó al sofá un sándwich de jamón y queso junto con el libro «Plataforma» de Michel Houellebecq. Houellebecq era uno de los escritores favoritos de Peter y consideraba imperdonable el que nunca hubiese leído su novela más famosa.
Llevaba leyendo menos de cinco minutos cuando escuchó que alguien tocaba a la puerta.
Peter no esperaba a nadie. Pensó que sería alguien que vendía algo de puerta en puerta y se sintió naturalmente molesto. Se levantó, caminó hacia la entrada y miró por la mirilla. Se trataba de un caballero alto.
Peter abrió la puerta y el hombre se presentó.
—Hola, señor Coleman. Me llamo Clover. ¿Puedo entrar? —Tenía acento extranjero, vagamente escandinavo o quizá germánico.
—¿Qué puedo hacer por usted? —preguntó Peter.
—Tengo información importante que le interesará.
—Lo siento. No necesitamos nada.
—No soy un vendedor.
—Que tenga un buen día. —Peter hizo ademán de cerrar la puerta, pero el hombre la obstruyó con el pie.
—¿Disculpe? —dijo Peter alarmado.
—No hay necesidad de ser grosero, señor Coleman. Sé que es usted un buen hombre. Vi lo tiernamente que dejó a sus hijos en la escuela esta mañana. Como todas las mañanas.
Peter sintió un escalofrío.
—¿Qué quiere? —Peter echó un paso atrás, asustado, dejando entrar al desconocido a pesar de que todos sus instintos indicaban que no debía hacerlo.
—Sentémonos. Estaremos más cómodos —dijo Clover dominando la situación como si fuera el dueño de la casa. Como si Peter tuviese el deber de prestarle toda su atención.
Caminaron hacia el sofá, donde reposaba la novela boca abajo.
—¿Trabaja usted para el gobierno?
—Digamos que represento a ciertas partes interesadas. Partes que necesitan saber a qué se dedica su esposa.
—A ella no le permiten discutir nada conmigo.
—Cierto, pero contamos con su saber hacer y sus maneras, señor Coleman.
—¿Saber hacer? —Preguntó Peter incrédulo. Ese término sonaba un tanto absurdo dada la situación.
—Necesitará enterarse de detalles sobre sus proyectos sin que ella sospeche que está usted indagando, ¿entiende?
—¿Por qué no puede ella saber que ustedes quieren información?
—Nos gusta mantenernos encubiertos, por así decirlo. No puedo arriesgar que los superiores de la señora Coleman se enteren de nuestros esfuerzos.
—¿Qué planean hacer con esa información?
—Usted hace demasiadas preguntas, señor Coleman, y en contra de las apariencias, no soy un hombre paciente.
—Ella nunca ofrecerá la información que está buscando voluntariamente, créame. Lo he intentado…
Clover interrumpió las quejas de Peter.
—Tendrá que esforzarse más, señor Coleman.
—¿Y si no? Se sintió envalentonado sin razón alguna, tal vez debido a los refinados modales y apariencia del extraño. Un personaje así no podía ser un criminal ¿cierto?
—¿Alguna vez ha llevado a sus hijos a pasar el día en el centro de recreo comunitario aquí mismo en Penticton? Se lo iban a pasar bomba. Me encantaría llevarlos yo mismo. ¿Le parecería bien que lo hiciera?
Una pausa.
—Hemos estado siguiendo a su familia por algún tiempo. Tenemos cámaras y micrófonos en sus coches y en toda su casa. No podrá encontrarlos, aunque lo intente.
Eso fue suficiente para poner a Peter como una furia, pero debía mantener la calma por el bien de su familia.
—Me alegro de que reconsidere su actitud, señor Coleman. Ha sido un verdadero placer, pero el tiempo es oro. Conozco la salida. Gracias por su hospitalidad. —Clover se levantó lentamente y salió de la casa.
Peter se quedó pensando en qué hacer a continuación. No podía llamar a la policía. Ni siquiera sabía qué denunciar aparte de una velada amenaza por parte de alguien que no conocía y que, probablemente, era mucho más poderoso que las autoridades locales. Tampoco podía llamar a Hannah para pedirle consejos o que proporcionase la protección del gobierno debido a las amenazas de Clover.
Se quedó sentado durante un buen rato, perplejo y dejando que su ansiedad le consumiese poco a poco.
La mañana era diáfana: el tiempo perfecto para el lanzamiento. Unos agradables dos grados centígrados y ni una sola nube. Un aura sombría envolvía la base en un silencio incómodo que nadie quería romper.
El grupo se despertó antes del amanecer y «disfrutó» de un insípido desayuno preparado para eliminar toda posibilidad de náuseas durante el despegue. Se sometieron a un examen físico final para comprobar el buen estado de la tripulación y caminaron a la sala de equipos para mentalizarse y escuchar algunas instrucciones de última hora de la jefe del Proyecto Ática.
Sonia pronunció un discurso de naturaleza bastante práctica. Se centró en qué hacer frente a una inteligencia alienígena potencialmente agresiva e imbuida de un código moral desconocido. Todo se reducía a encontrar formas de sobrevivir y evitar a toda costa que ninguna amenaza llegase a la Tierra.
Después de eso, los astronautas se quedaron solos por unos minutos. Nadie dijo una palabra. Pasaron el tiempo pensando, recordando, anticipando, preparándose emocionalmente o rezando.
A la hora señalada Brad, el coronel a cargo del contingente militar, se levantó para dirigir la procesión de doce miembros a un ascensor que los llevaría a la cima de la Teseo. Caminaban lentamente con sus trajes de presión, escoltados por un grupo de técnicos uniformados con las batas blancas oficiales.
El ascensor era sorprendentemente rápido y tan grande como para acomodar al menos a veinte personas. Brad se sintió mareado mientras subían a gran velocidad hacia la cima del cohete. Podía ver todo el territorio circundante casi hasta el borde de la estepa.
Cuando llegaron a la entrada del módulo de vuelo en la parte superior, el técnico principal abrió la puerta y entró para verificar que todo estuviera en orden. Un minuto después Brad recibió el visto bueno y se convirtió en el primer miembro del equipo en entrar al cohete. Encontró su asiento asignado, se puso el arnés de seguridad y su casco de vuelo. Todos los demás hicieron lo mismo.
Los técnicos se mantuvieron ocupados durante varios minutos revisando los arneses de la tripulación y realizando otras tareas de última hora. Cuando terminaron, salieron del módulo con un conciso «vayan con Dios» y cerraron la escotilla.
El espacio estaba organizado en cuatro filas de tres asientos cada una. Boris, el piloto, se ubicaba en el centro de la primera fila, ligeramente por delante de otros dos miembros de la tripulación que tenía a ambos lados.
—¿Estáis listos? —preguntó. Uno por uno, respondieron en positivo.
—Plesetsk, aquí la Teseo. Los sistemas y la tripulación han sido verificados. Estamos listos para proceder.
—Entendido, Teseo. La secuencia de cuenta atrás comenzará en T menos cinco. Acomodaos y disfrutad del paseo.
—Bien, Plesetsk. Teseo fuera.
Fueron cinco largos minutos. Boris realizó un seguimiento de cada indicador tal como lo había hecho mil veces durante el entrenamiento mientras que el resto de la tripulación simplemente esperaba. En un momento dado, Kyle y Hannah volvieron la cabeza, asintieron y se sonrieron mutuamente. Con los cascos puestos apenas podían escuchar el amenazante silbido de fondo de los motores que comenzaban a calentarse.
—Teseo, preparaos para el lanzamiento en diez, nueve, ocho…
Se tensaron involuntariamente, aferrándose a los brazos de sus sillones.
—… siete, seis, cinco, cuatro…
La tripulación se preparaba para el despegue inmediato. Unos mirando fijamente al cuadro de mandos principal, otros sencillamente cerraban los ojos, como si todo estuviera a punto de estallar.
—… tres, dos, uno. Despegamos.
Y entonces llegó el fin del mundo.
El rugido y el empuje de los cuatro motores del cohete los abrumó. Brad sintió como si sus pulmones se le enrollaran en la columna vertebral. La energía empleada en levantar una carga de cuarenta mil kilogramos era inimaginable para ellos y la tripulación completa sintió sus efectos.
Junto con la aceleración aplastante, los temblores y retumbos eran profundamente alarmantes. Todos habían sido advertidos de esto durante el entrenamiento, por supuesto. Sabían a qué atenerse, pero nada puede prepararte realmente para la sensación que conlleva estar atado a una gran bomba en ignición y que, además, incorpora cuatro ojivas termonucleares.
Los temblores disminuyeron considerablemente después de unos angustiosos minutos de vuelo. La tripulación pudo relajarse un poco al atravesar la atmósfera inferior y soltar los enormes motores, lo cual proporcionó al vehículo mayor estabilidad.
Sonia se animaba poco a poco a medida que el cohete iba cortando etapas.
—Teseo, preparaos para el despliegue de la tercera y última etapa.
—Entendido, Plesetsk —respondió Boris.
El empujón final se sintió como una gran sacudida dentro del módulo. En unos momentos el ruido desapareció casi por completo. Por fin, la nave espacial en sí se veía libre de su ruidoso «remolcador», pero aún quedaba por realizar una delicada danza sincronizada: unir el módulo de comando con los dos no tripulados que les esperaban en órbita desde hacía varios días y que ya se habían unido independiente y automáticamente bajo la supervisión del Centro de Control de Plesetsk.
La maniobra final de acoplamiento también sería automatizada —se realizaría con la ayuda de sensores y balizas colocadas en cada módulo— pero, en última instancia y como piloto, Boris debía asegurarse de que todo saliera bien. Necesitaba estar listo para actuar como respaldo a la primera señal de desalineación.
Tardaron algo más de cincuenta minutos en sincronizarse con los módulos 2 y 3 ya en órbita pues viajaban a cuarenta mil kilómetros por hora. Boris activó la rutina de acoplamiento y cogió el joystick, por si acaso.
El resto de la tripulación se mantuvo muy callada y expectante mientras trabajaba. Según se acercaban, podían ver cómo la esclusa de aire sellada del módulo 2 se hacía cada vez más grande delante de ellos.
A pesar de que su acercamiento fue paulatino, no podían evitar el temor a problemas inminentes, aunque, en teoría, el peligro de dañar el casco de la nave era mínimo debido a los «parachoques» que rodeaban cada esclusa, y ellos lo sabían.
—La alineación parece estar dentro de los parámetros establecidos —anunció Boris.
—Entendido —respondió Sonia.
Se necesitaron treinta segundos más para completar el ensamblaje de la nave, pero por fin la Teseo estaba completa.
—¡Lo logramos! —gritó Boris mientras el resto de la tripulación y el Control de la Misión jaleaban el éxito de la maniobra. Sonia aplaudió tan fuerte que tuvieron que bajar el volumen de su transmisión.
—Me alegro de que te alegres, Sonia —bromeó Boris—. Sin embargo, no descorches el champán todavía. Aún hay que empujar este bebé hasta la Luna.
—Tenemos fe en ti, Boris.
El piloto procedió a apuntar la nave hacia el satélite terrestre activando el sistema de propulsión que los llevaría a su destino final. El alivio que la tripulación sintió fue solo el preludio de una sensación más extraña: se apresuraban hacia un enorme ente de origen desconocido.
Sonia dejó escapar un suspiro y todo el personal de control de la misión aplaudió. Lo peor ya había pasado. Al menos por ahora.
—Teseo, parece que estáis completamente desplegados y camino a la Luna. En nombre de todos los presentes, y como jefe de operaciones, os felicito por un lanzamiento perfecto. Tenéis nuestros mejores deseos para todo el viaje.
—Sonia, aquí Boris. Gracias a todos y estamos en contacto.
—Por supuesto. Plesetsk fuera.
Como todos los demás a bordo, Brad estaba feliz de que el lanzamiento hubiera terminado, pero también sintió un nudo en la boca del estómago: la débil esperanza de que en ningún momento tuviera que usar el terrible arsenal que latía en el vientre de su nave espacial.
//
Kyle se estaba poniendo nervioso y le pidió a Hannah que lo acompañara a las bicicletas estáticas para que pudieran desahogarse. Había establecido una buena relación personal con ella a pesar de haber estado tan ocupados durante todo el programa de entrenamiento. Sus horarios se planificaban de antemano para cada minuto de cada día. Durante las horas de almuerzo —y justo antes de irse a dormir— habían compartido mucho sobre sus vidas. Las ambiciones profesionales y los problemas de socialización de Kyle encontraron un complemento en el propio impulso de Hannah para alcanzar el éxito y los sacrificios que tuvo que hacer para simultáneamente dedicarse también a su familia.
Ella aceptó y flotaron juntos hacia la pequeña área de ejercicio donde había dos bicicletas estáticas contra la pared esperando que alguien las usara. Con solo tocar un botón, ambas máquinas se desplegaron, listas para la acción.
—¿Cuántos kilómetros? ¿Veinte? —preguntó ella.
—¿Estás loca? ¿Qué tal la mitad?
—Eres un cobarde, pero venga, nos vemos en la línea de llegada.
Estaba maravillado de lo fuerte que ella pedaleaba. Más de una vez estuvo tentado a rendirse, pero su orgullo no se lo permitía. Cruzó la línea de llegada totalmente agotado y muy por detrás. Por el contrario, Hannah estaba fresca como una rosa después de veinte minutos de ejercicio intenso. Su cola de caballo flotaba en la gravedad cero como una cascada oscura, cambiando de forma mientras se movía.
—¿Qué pasa? —preguntó ella.
—Nada. Solo estoy cansado —respondió un poco avergonzado de que lo hubiese descubierto mirándola con tanta atención.
—¿Llevas menos de media hora en la bici y ya estás cansado? ¿Cómo nos vamos a apañar para ponerte en forma, Kyle?
—¿Qué tal te fue con Peter por teléfono? Ya sabes, antes del lanzamiento. —Cambió de tema.
—Oh… —Hannah bajó la cabeza.
—Lo siento, no quise entrometerme.
—No, no pasa nada. Me alegra que me lo hayas preguntado. Fue un momento agridulce, si te digo la verdad. Sentí que necesitaba decir un adiós emotivo. Después de todo, podría ser el último, ¿no? Pero tampoco quería alarmarle. No sería justo preocuparlo cuando no se me permite decir lo que estoy haciendo. De todos modos, se olió que algo andaba mal y se puso nervioso. Tuve demasiada precaución por mi parte, supongo.
—¿Cómo se lo están tomando Caleb y Paul?
—Lo llevan bien. Quizá demasiado bien. Llevo tanto tiempo fuera de casa que quizá solo les quede un recuerdo lejano. Parecía como si estuvieran hablando con un primo en lugar de con su madre —dijo Hannah, de repente muy seria.
—Son niños. Todos se centran en sí mismos y son resistentes, pero por supuesto que echan de menos a su madre. Te quieren. ¿Cuántas veces debo recordártelo?
—Lo sé. Pero no se trata solo del Proyecto Ática. Todos mis años de trabajo lejos de ellos también influyen. Y ahora que estoy dentro de esta lata, las personas que más amo en el mundo parecen pertenecer en una vida pasada. Dulce y distante como un recuerdo atesorado. Me arrepiento de muchas cosas, te lo aseguro.
—Nadie puede entender por lo que estamos pasando, ni siquiera nosotros —admitió Kyle—. Amas a tu familia y eso ya es ganar la mitad de la batalla. Mis propios padres nunca estuvieron involucrados en nada de lo que hice, pero yo sabía que me querían tanto si pasaban tiempo conmigo como si no. Saber eso me dio estabilidad y seguridad —lo que más necesitan los niños—. Pienso que es lo mismo en el caso de Paul y Caleb.
—¿Y tú qué te cuentas? ¿No tienes intención de formar tu propia familia algún día?
Kyle se acordó repentinamente de su vida con Samantha y sintió la amargura de aquella pérdida, pero no le pareció oportuno desvelar sus sentimientos a Hannah.
—Primero tengo que encontrar con quién formarla, ¿no? Hasta ahora he sido un lamentable fracaso en ese tema.
—¿Por? —preguntó Hannah.
—No termino de encontrar el tiempo ni la energía para dedicarme a una relación seria. O incluso poco seria, si se da el caso. Cuando conozco a una chica con la que puedo imaginarme un futuro, siempre resulta que no está disponible.
—Dame un ejemplo.
—Te sorprenderías si te lo dijera.
—Anda, pruébame.
Kyle vaciló. Le quedaba claro que intentar cualquier cosa con Hannah era una mala idea. Sin embargo, le gustaba imaginarlo y esta conversación le daba la oportunidad de jugar con fuego sin quemarse. Un coqueteo sin consecuencias.
—De acuerdo. Hay una mujer. Inteligente, bella, sensible. Cuando estamos juntos me paso el tiempo simplemente mirándola, admirándola, preocupándome por ella, ¿sabes? Además, es una excelente conversadora. Me encanta estar con ella.
—Qué bonito, Kyle. ¿Ves? Ya sabía yo que lo llevabas dentro.
—Sí, bueno, resulta que ella está casada y no he querido entrometerme ni por asomo. Nunca le he desvelado mis sentimientos. ¿Para qué abrir la caja de Pandora, no?
¿Se percataría Hannah de su insinuación? El lado «malvado» de Kyle deseaba que ella mordiese el anzuelo, mientras que su lado bueno lo temía.
—¿Cuánto tiempo hace de esto?
—Muy poco en realidad.
—¿En ningún momento te dio pie?
—Oh no, nada de eso. Todo se desarrolló en mi cabeza, estoy seguro.
—¿Fijo que fue así?
Una pregunta interesante, pensó él.
—Sí, créeme. Tal vez le estoy dando más bombo de lo que el asunto merece. Pero ya está bien de hablar de mí. ¿Cómo conociste a Peter? —Kyle pensó que era mejor reconducir la conversación hacia Hannah.
—Nos presentó un amigo común.
—Las citas a ciegas a veces funcionan —dijo como de pasada.
—Supongo que sí. Cuando nos conocimos yo estaba a punto de terminar la carrera y Peter ya era un escritor publicado. Su primera novela había sido un éxito. Un amigo en común pensó que los dos deberíamos conocernos y me invitó a la fiesta de presentación del segundo libro de Peter. Nunca había estado en un evento glamuroso como ese y me sentía como una palurda entre los literatos de Nueva York. Peter era culto y sofisticado. Guapo, pero tampoco tanto. Se comportó como el invitado perfecto, pero luego me confesó que se sentía secretamente aterrorizado. Es introvertido, como tú, Kyle. Pero no me di cuenta de ello esa noche. Se comportaba como alguien que habitaba la cima del mundo y me hizo sentir bienvenida. No, mucho más que eso: noté que se sentía a gusto conmigo, a pesar de que nos acabábamos de conocer. Y bueno, hasta hoy.
—Qué hermosa historia.
—¿De verdad lo piensas? Siempre la creí ordinaria, al menos en lo que a mí respecta. Yo era una empollona pueblerina en la metrópoli. La gente probablemente pensó que yo era una pariente pobre de Peter. Sea como fuere, esa noche él encarnó la definición misma de encanto.
—Estoy seguro de que se sentía feliz en tu compañía, Hannah. Lo contrario sería una imposibilidad matemática.
—Qué cosa tan dulce y halagadora, sobre todo viniendo de un matemático de renombre mundial.
—Tu esposo es un hombre afortunado, no cabe ninguna duda.
—Soy yo quien tiene suerte, Kyle. Peter es la razón principal por la que estoy aquí.
Ambos guardaron silencio por un momento.
—Me voy a la ducha. Si no salgo en diez minutos envía un equipo de rescate. —Bromeó Kyle. Darse una ducha en gravedad cero requería más destreza de la que se sentía capaz de desplegar en esos momentos. Estaba algo aturdido después de una conversación que creyó demasiado reveladora.
—Oye, Kyle —Hannah le llamó antes de que pudiera ir al baño—. Qué pena que no exploraste esa oportunidad con aquella mujer. Quizá la próxima vez deberías ser menos cauteloso.
Kyle se encogió de hombros, sonrió mansamente y se alejó flotando.
Después de casi cuatro días en gravedad cero recorriendo los 386.000 kilómetros que separan la Tierra de su satélite, la nave Teseo se encontraba cerca del lado visible de la Luna.
El viaje resultó ser cómodo —casi encantador— para todos. La nave incluso proporcionaba espacio suficiente para que doce personas tuvieran un mínimo de privacidad, aunque algo restringida. Flotaban alegremente, realizaban tareas de vuelo, se ejercitaban, engullían comidas «de bote» sorprendentemente sabrosas y todo casi sin chocar entre sí.
—Plesetsk, estamos a punto de llegar a la órbita predeterminada alrededor de la luna —anunció Boris.
—Excelente. Dirigíos a vuestras estaciones. Activad la rutina de deceleración. Una vez estabilizados en órbita, proceded a rodear la luna hacia el oeste a velocidad de crucero. El Objeto debería ser visible dentro de una hora.
—Dicho y hecho, Plesetsk. De acuerdo, hombres verdes. Allá vamos.
La vista desde el comando de vuelo era un nuevo homenaje a la conquista del espacio. Ante sus ojos, la luna había crecido en tamaño para cubrir prácticamente todo el campo de visión. Kyle observó con asombro las formaciones escarpadas claramente visibles a través de la ventana prístina de la nave. Hannah ofreció una secuencia interminable de «guaus». El brillo de nuestro satélite ocultaba la mayor parte de las estrellas por lo que todo el panorama era de un inhóspito negro y gris, hermoso y misterioso a la vez.
—Teseo, activad las armas.
—Entendido, Plesetsk. Un momento —dijo Raúl, el artillero de la misión, mientras Kyle y Anderson intercambiaban miradas inquietas.
La Teseo avanzaba rápidamente a lo largo del camino orbital hacia el Objeto y, por fin, entraron en el hemisferio lunar que se encuentra permanentemente oculto de la Tierra. Podían ver claramente el borde difuminado del lado oscuro justo debajo de ellos, cubierto por una de sus noches de dos semanas de duración.
Solo los astronautas del Apolo habían volado sobre ese hemisferio y lo único que alunizó allí habían sido sondas robóticas. Ningún ser humano se había plantado en su superficie. La majestuosidad de la experiencia hizo que el silencio colectivo de todo el equipo resultase aún más ensordecedor que el rugido del lanzamiento del cohete hacía unos días.
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—Plesetsk, acabamos de verlo. —Boris aún podía conversar casi en vivo con el equipo de la Tierra, al triangular su señal gracias al satélite Queqiao que orbitaba detrás de la Luna.
—Muy bien, Teseo. Activad la secuencia de aproximación para mantener una distancia constante con el Objeto de veinte kilómetros. Apuntad las armas y comenzad el análisis espectrográfico.
—Recibido —confirmó Anderson, preparando su instrumentación de escaneo.
A primera vista, el Objeto carecía de elementos distintivos. Parecía una estrella muy brillante en la distancia. A medida que se hacía más grande pudieron apreciar por fin su forma triangular y un ligero tinte amarillento.
—Plesetsk, soy Anderson. Voy a intentarlo de nuevo, pero hasta ahora los resultados del análisis espectrográfico no son concluyentes, lo mismo que el primero que realizaron desde la Tierra. Recibo un error como si hubiera apuntado la herramienta hacia el vacío del espacio. No entiendo lo que está pasando.
—Anderson, por favor, recalibra el espectrógrafo y realiza el análisis de nuevo. ¿Cuál es tu distancia del Objeto? —respondió Sonia.
—Dos mil trescientos kilómetros, pero nos acercamos rápidamente. Todavía está demasiado lejos para que podamos ver los detalles a simple vista —respondió Boris.
—Plesetsk, Anderson aquí de nuevo, el espectrógrafo no dice nada. La herramienta está en perfecto estado de funcionamiento, pero no hay manera. Es como si la composición del Objeto no fuera química en absoluto, lo cual es imposible, lo sé, y sin embargo ahí lo tenéis. ¿Quizá Hannah pueda ofrecer algún tipo de explicación?
—Tal vez su configuración atómica esté disfrazada de alguna manera. O quizá los componentes elementales sean demasiado diáfanos como para proporcionar una señal lo suficientemente fuerte para el espectrógrafo —ofreció Hannah en respuesta, confundida.
—Teseo, esperad a tener buen contacto visual antes de decidir cuál es el escenario de contingencia a seguir —aconsejó el Centro de Control.
—Entendido —respondió Boris.
El Objeto crecía rápidamente de tamaño y definición en la ventana frontal.
Alex tomó la palabra.
—Hemos alcanzado la distancia terminal de veinte kilómetros. Se trata de un triángulo isósceles cuyos lados más largos miden aproximadamente cinco kilómetros de longitud cada uno. El lado corto es de unos dos kilómetros. Esto confirma las estimaciones iniciales. Por lo demás, el Objeto es plano. De un espesor inferior a doscientos metros. Posee una coloración blanquecina, casi amarilla, y la superficie es lisa y sin componentes notables. Parece estar fabricado en una sola pieza. Del interior irradia una tenue iluminación sobre toda su superficie que da al Objeto un aura como «polvorienta». No creo que nadie haya visto jamás algo así. Brad, ¿te parece amenazador?
—Es imposible decirlo con certeza, Alex. No se ha movido en absoluto desde que iniciamos la maniobra de aproximación, lo cual es una buena noticia, pero debemos mantener nuestra distancia con precaución siempre con las armas listas. El equipo científico debería recomendar posibles líneas de acción para establecer contacto.
—Sugiero enviar el dron de reconocimiento. ¿Ves alguna razón por la que no deberíamos, Brad? —preguntó Hannah.
—No sabemos cómo va a reaccionar esta cosa, pero tampoco podemos permitirnos el lujo de no descubrirlo. Debemos empezar nuestras observaciones más pronto que tarde. ¿Alguien desea ofrecer una alternativa?
—Me parece un buen plan —dijo Anderson—. ¿Alex?
—Estoy totalmente de acuerdo.
—Está bien, entonces. Boris, lanza el dron —ordenó Brad.
A Kyle todo aquello le parecía extremadamente surrealista y eso que él no era ningún profano. Pero en el fondo seguía siendo una rata de biblioteca, a pesar de todos esos meses de entrenamiento intensivo. No pudo dar crédito a sus ojos cuando vio al pequeño robot volador apresurarse hacia el Objeto. En solo unos minutos el dron se volvió un minúsculo punto de luz tragado por la inmensidad del triángulo que tenía en frente.
—El dron se encuentra directamente sobre él. Voy a activar la cámara —dijo Boris.
El dron procedió a volar metódicamente —cuadrante por cuadrante y a solo unos metros de distancia de la superficie— sobre una cuadrícula virtual que trazó alrededor del Objeto. Tanto el equipo del Teseo como Plesetsk pudieron ver en sus pantallas, y con la respiración contenida, la retransmisión completa y en vivo.
Sin embargo, tras una hora aproximadamente, ya completado el reconocimiento, todo lo que habían podido observar era un campo inmutable de un beige difuso, como si los monitores no estuvieran funcionando con precisión.
—Bueno… ha sido un poco decepcionante, ¿no? —dijo Valentina.
—No ha sido lo que esperaba, pero por otra parte nada de esto es lo que se podría calificar de predecible. —Hannah estuvo de acuerdo.
—Tráete el dron de vuelta —ordenó Brad a Boris, quien procedió a conducirlo de vuelta a la Teseo.
Kyle aventuró un pensamiento por primera vez desde que llegaron a la luna.
—No vamos a aprender nada acerca del Objeto observándolo desde la distancia.
—Tienes razón, pero deberíamos considerar la posibilidad de que quienes vayan al volante de esa cosa nos estén estudiando en estos momentos. O quizá planeen iniciar contacto por su parte. Si es que hay un alguien ahí, quiero decir. Vamos a esperar por unos momentos a ver si se animan a efectuar el siguiente movimiento y veremos qué ocurre —sugirió Hannah.
—¿Cuánto tiempo crees que deberíamos esperar? —preguntó Brad.
—Nuestro protocolo recomienda una hora. No tengo mejor sugerencia que esa.
—El Centro de Control está de acuerdo —dijo Sonia a través del canal de comunicaciones.
—Muy bien. Damas y caballeros, manténganse ocupados. Nos vamos a quedar aquí un rato —concluyó Brad.
En seguida Kyle activó una amplia gama de herramientas de escaneo para detectar cualquier posible emisión o comunicación del Objeto. Hannah, Anderson y Alex se le unieron para examinar cualquier dato.
—¿Qué pasaría si la nave resulta estar vacía? ¿Querrá eso decir que se trata de una sonda robótica? —preguntó Valentina.
—¿Una sonda de este tamaño? —siguió Hannah.
—Podría necesitar ser tan grande para poder viajar tales distancias y tan rápido —dijo Kyle.
—Por mi parte, me alegraría si fuera una sonda. No estoy seguro de querer conocer a ningún hombre verde en los próximos minutos —dijo Raúl.
—Pensé que eras un aventurero, Raúl —bromeó Valentina.
—Soy lo suficientemente inteligente como para asustarme de mis propios deseos.
//
—Ni grillos, vamos —dijo Hannah. Había pasado una hora y se estaba impacientando. No habían entrado datos significativos y el Objeto permanecía inerte en el mismo lugar.
—Brad, creo que vamos a tener que hacer el siguiente movimiento. ¿No te parece?
—Está claro que vamos a tener que abordar. Mira por dónde, todo el tiempo que pasamos buceando y haciendo tonterías en aquella piscina quizá haya valido la pena, ¿no, Chen?
—Estoy de acuerdo —dijo Chen—. Quién sabe cuánto tiempo tendremos que esperar a que el Objeto reaccione, si es que alguna vez lo hace. Abordémoslo.
—Muy bien. ¿Alguien una idea mejor?
—Espera, espera. Tiempo muerto. —Kyle lo interrumpió—. Vamos demasiado rápido. Me imagino que a estos seres no les gustará que allanemos su morada interestelar. ¿Qué pasa si se molestan lo suficiente como para tomar represalias? Habéis pensado en eso, ¿verdad?
—Kyle, tus preocupaciones están claramente bien fundamentadas. Hemos considerado esa posibilidad, pero eso no cambia el hecho de que ésta es una misión peligrosa y que nuestra participación conlleva altos riesgos… voluntarios —dijo Brad.
Kyle no pasó por alto la intención con la que Brad dijo «voluntarios» y soltó una risita «involuntaria».
—Se nos ha encargado descubrir el propósito de este enorme artefacto. Debemos actuar sin demora, independientemente de las consecuencias. Nos ocuparemos de cualquier ataque cuando suceda, si es que sucede —finalizó Brad.
—En Control Central estamos de acuerdo —dijo Sonia.
Kyle se mantuvo en silencio, mirando el Objeto y culpándolo por esa inacción que le iba a condenar a formar parte del equipo de exploración de forma inminente. Tal y como Sonia le recordó aquella primera noche en su habitación, él era el único miembro de la tripulación que podía albergar siquiera una leve esperanza de comunicarse con la inteligencia que controlara el Objeto. Había llegado su hora.
—Muy bien expedicionarios, a prepararse. Boris, acércanos al Objeto y mantén una distancia de un kilómetro —dijo Brad mientras se desabrochaba el arnés para flotar hacia el compartimiento de la nave donde estaban los vehículos.
Bo, Thomas y Kyle le siguieron rápidamente y por ese orden. Kyle sintió un bolo de ansiedad en su garganta. Lo único que tenía en mente era la palabra «extraterrestre».
A pesar de cualquier aprensión que pudieran experimentar, el grupo se preparó de forma rápida y eficiente. Todos esos meses de entrenamiento estaban dando resultados, al menos hasta ahora.
Se pusieron sus escafandras con las mochilas SPP (Sistema de Propulsión Personal) y Bo y Thomas cogieron una antorcha de acetileno y un cortador láser respectivamente. Cada miembro del equipo llevaba un arnés enganchado a un cable largo. Eso los anclaría de forma segura a la Teseo en caso de que alguna SPP se averiase.
—Teseo en posición —anunció Boris a través del intercomunicador.
—Ahí vamos —respondió Brad.
Bo y Thomas fueron los primeros que entraron en la pequeña cámara de descompresión mientras Brad y Kyle esperaron a que salieran de la nave. La función que cada uno iba a desempeñar en el equipo de reconocimiento estaba claramente delineada: Brad iba a ser el líder y tomaría todas las decisiones. Bo y Thomas debían proporcionar seguridad y facilitar la entrada. Y Kyle era el cerebro del viaje, el consejero de Brad.
En menos de un minuto, Kyle vio a Thomas a través de la escotilla flotando en el espacio y dándoles el visto bueno. Brad entró en la cámara de descompresión con Kyle en ristre. La puerta se cerró rápidamente detrás de ellos y el aire escapó de la cámara, igualando así su presión con la del vacío del espacio.
—Abrimos la esclusa exterior —confirmó Brad.
La lenta apertura de la esclusa ofrecía a Kyle un panorama parecido a uno de esos hermosos pero aterradores cuadros en negro y amarillo de Rothko: no se veía otra cosa que aquel extraño Objeto cuyas enormes dimensiones cortaban la oscuridad sideral en una gran diagonal. La extraña belleza de esta experiencia pareció calmarle los nervios un poco.
—Comprueba tu arnés de seguridad, Kyle. ¿Estás listo?
—Tan listo como se puede estar en estas circunstancias.
—¿Con eso quieres decir que el arnés está firme, Kyle? —preguntó Brad impaciente.
—Sí, lo está.
—Muy bien, entonces sígueme —dijo Brad mientras saltaba hacia el espacio.
Kyle le siguió momentos después y se sintió sorprendido de lo fácil que había resultado. Flotar en el espacio no era tan diferente a flotar dentro de la nave. La misma falta de gravedad, la misma temperatura. Y también era muy similar a aquellos ejercicios en el tanque de agua.
—Poned en marcha las SPP, caballeros. Nos vemos al otro lado —dijo Brad alejándose y dejando un rastro de gas comprimido.
//
Kyle podía controlar su SPP mediante un guante de realidad virtual y una pantalla de visualización en el visor de su casco. Hizo un ligero movimiento hacia adelante con la mano derecha que lo empujó repentinamente hacia el Objeto. La sacudida había sido más sustancial de lo que había planeado y la sorpresa le hizo perder el equilibrio y comenzar a girar mientras seguía desplazándose hacia adelante.
Movió su mano enguantada con cierta dificultad para contrarrestar la rotación de su cuerpo. Esto ralentizó su velocidad y lo hizo ir bastante detrás del grupo. Kyle odiaba dar razones para que Brad se quejase de su desempeño. No le gustaban aquellos tipos militares. Le hacían sentirse inadecuado.
La distancia que habían de recorrer era considerable y les llevó varios minutos incluso con la buena velocidad proporcionada por sus SPP. Las enormes dimensiones del Objeto les hacía sentirse muy pequeños.
—Preparaos para el acercamiento final —ordenó Brad.
Redujeron la velocidad disparando gas comprimido en dirección opuesta a su impulso. Debían hacerlo en el momento justo si no querían estrellarse en la superficie del Objeto o, por el contrario, detenerse en seco en el espacio antes de haber llegado a él.
Kyle vio cómo sus compañeros rebotaban uno tras otro tras tocar la superficie.
—¿Qué ocurre, chicos?
—El material es elástico. Ten cuidado —respondió Thomas.
A los pocos segundos Kyle desconectó sus propulsores y se dispuso a tocar la superficie alienígena. Sus gruesos guantes evitarían que percibiese el material del Objeto, por supuesto, pero la sensación de estar a punto de posarse sobre un artefacto tan grande y claramente extraterrestre no podía expresarse con palabras. Se dio cuenta de que el aura que lo envolvía era una especie de capa dorada difusa compuesta por micropartículas.
—Ese aura es extraña incluso para lo que uno se imagina de una nave alienígena ¿Y qué os parece ese resplandor amarillo? —preguntó Kyle.
Aterrizó con un ligero golpe. El impacto de su cuerpo contra la pared fue atenuado como si el material estuviera acolchado. Había adelantado sus botas y guantes magnéticos, pero no hicieron efecto y su cuerpo rebotó de vuelta al espacio vacío, al igual que había sucedido con el resto de los componentes de su equipo.
—Está claro que no es metálico. O eso, o está hecho de una aleación no ferrosa. Los imanes no van a funcionar. Vamos al plan B —dijo Brad.
Kyle cogió dos pares de dispositivos «pies de gecko» de su contenedor de herramientas. Proporcionarían agarre sin necesidad de aire que generase un vacío. Todos se los colocaron en rodillas y codos, lo que significaba que iban a tener que arrastrarse a cuatro patas. No era lo ideal, pero al menos sus manos iban a estar libres para operar con las herramientas de corte.
La maniobra tardó unos minutos —cada movimiento era observado por la tripulación restante a bordo de la Teseo y por el equipo del Control Central de Plesetsk—. Todos estaban listos para intervenir y ayudar en caso de que fuera necesario.
Kyle volvió a poner en marcha su SPP y se acercó al Objeto con las rodillas y los codos listos. Los geckos funcionaban, pero a duras penas. Estaban diseñados para ser utilizados sobre superficies duras y lisas. Conseguir tracción en las blandas paredes del Objeto requería más de un intento.
—¿Veis algo cerca que pueda parecerse a una entrada o escotilla? —preguntó Hannah desde la Teseo.
Se volvieron a un lado y a otro para examinar la superficie lo más lejos que pudieron.
—No. Lo que el dron nos mostró en la pantalla es más o menos lo que hay. Tendríamos que buscar a lo largo de toda la superficie para encontrar algo. Eso nos llevaría horas, si no días. Propongo elegir un punto de entrada al azar y justo donde estamos me parece un lugar tan bueno como cualquier otro —dijo Brad.
—Pues venga, a ello —respondió la Teseo.
—Venga chicos, reunámonos en círculo. Bo, haz lo que sabes que ya comienza el espectáculo —ordenó Brad.
Se cerraron en un área pequeña para abrir brecha en el casco. Juntos de esa manera podrían ayudarse mutuamente en caso de que algo saliera mal. Bo apuntó su antorcha de acetileno perpendicularmente a la superficie y procedió a cortar un cuadrado lo suficientemente ancho para que pudieran pasar con todos sus aparejos.
Kyle no pudo evitar admirar el celo marcial de Bo frente a esta situación totalmente desconocida. Los soldados actúan y los intelectuales reflexionan. La condición humana necesita de ambos, pero en momentos como estos esa supresión voluntaria de los pensamientos no esenciales era envidiable.
Kyle podía sentir el sudor formándose en su frente y axilas. Una sensación de irrealidad comenzó a invadirlo. ¿Era de verdad el Objeto la nave de una civilización alienígena? ¿Se enfadarían sus ocupantes por su intrusión? ¿Qué aspecto tendrían?
El hechizo momentáneo de Kyle se rompió por el tono preocupado de Bo.
—Algo anda mal. La antorcha ni siquiera mancha la superficie y mucho menos la corta.
—Sí… me estoy dando cuenta. Esta maldita cosa es más dura de lo que pensábamos. Intenta mantener la llama muy quieta y cerca de la superficie. Tal vez sea cuestión de concentrar el calor en un área aún más pequeña —sugirió Thomas.
—Lo intentaré —respondió Bo. Sostuvo la antorcha a máxima potencia sobre un pequeño punto durante tres largos minutos.
Cuando la apagó, se miraron incrédulos. La superficie permanecía intacta.
—Ni siquiera está caliente —confirmó Bo mientras colocaba su mano enguantada directamente sobre el área.
—Dejemos de perder el tiempo y usemos las armas grandes. Thomas, te toca a ti.
—No hay problema, jefe —respondió Thomas, un poco demasiado alegremente, dadas las circunstancias.
Utilizaba el cortador láser —una herramienta que podía partir cualquier cosa imaginable—. Su rayo de luz era aún más caliente y quirúrgico que la llama de la antorcha de acetileno, pero consumía tanta energía que el equipo había querido usarlo solo como último recurso.
Thomas lo usó durante varios minutos, pero a la vista estaba que no iba a tener mejor suerte que Bo.
—Teseo, parece que hoy no vamos a lograr hacerle un rasguño a nuestro visitante. ¿Habéis detectado algún cambio en el Objeto después de que comenzáramos a hacer la brecha? ¿Algún movimiento? ¿Emanan energías o frecuencias de radio? —preguntó Brad.
—No, nada en absoluto —respondió Boris.
—Bien entonces. Miremos las cosas por el lado positivo. Al menos nadie se está enfadando con nosotros. Tal vez la cosa ni siquiera esté «tripulada» al fin y al cabo. —Luego Brad se dirigió al Control Central. —Plesetsk, ¿qué hacemos ahora?
—Tenemos que pensarlo. Entretanto, regresad a la Teseo —ordenó Sonia.
Kyle sintió una mezcla de alivio y decepción, pero sabía que Hannah estaba devastada por su fracaso colectivo.
—Chicos, les esperamos con los brazos abiertos —dijo Boris.
//
—Esto es lo que por ahora sabemos: está hecho de un material desconocido y al que no afectan ni las altísimas temperaturas de los sopletes. No tiene puertas, escotillas ni fisuras. Continúa intacto ante nuestros intentos de entrar por la fuerza. En mi opinión, todo apunta a que sea una sonda robótica, ¿no os parece? —La cara de Sonia cubría la pantalla entera. Estaba tratando de dar cierto sentido a sus hallazgos, o mejor dicho, a la falta de éstos.
—Es posible, pero no probable. No logro entender cómo puede dirigirse una sonda desde una estrella distante sin que haya dilación en las señales. Claramente, la tecnología de esta civilización es muchísimo más avanzada que la nuestra. O tal vez el viaje fue programado. Quién sabe, pero debemos continuar tratando el Objeto con la mayor precaución como si estuviera tripulado —contestó Laura.
—Me parece lógico, pero sería demasiado extraño si alguien estuviera dentro y aun así hubieran estado esperando callados todo este tiempo.
—¿Te parece más extraño que el hecho de que haya un triángulo de cinco kilómetros de largo sobre la Luna? Debe haber una razón por la cual llegó al punto exacto donde lo hizo y luego se detuvo —agregó Kyle—. Nada de esto es aleatorio. Tenemos que descubrir el patrón que está detrás de esta serie de fenómenos y les otorga sentido. Sugiero que activemos el Protocolo 15.
Se produjo una tensa pausa.
—Estoy de acuerdo con Kyle, Sonia. A no ser que el Objeto comience a actuar en un futuro muy inmediato, no creo que recopilemos más datos sobre su procedencia e intención simplemente observándolo. Vamos a tener que ir a la superficie de la luna —dijo Hannah con demasiada impaciencia como si las últimas horas no hubieran sido vertiginosas ya de por sí.
—Junta Directiva —dijo Sonia volviéndose hacia una serie de tres ventanas en una pantalla de videoconferencia donde esperaban los representantes de los países responsables de la misión—. Estoy de acuerdo con la recomendación del equipo de la Teseo. No creo que ningún otro curso de actuación funcione mejor, incluso si el Protocolo 15 —es decir, el alunizaje— acaba por ser un tiro a ciegas. Comenzaríamos con un reconocimiento con drones del área justo bajo la órbita estacionaria del Objeto para saber qué nos espera si decidimos alunizar —o, al menos, para confirmar que haya algo de interés—. ¿Están de acuerdo con esta recomendación?
—Sí, reconocer la superficie antes de alunizar sería un buen primer paso. No pueden volver a casa con las manos vacías. Necesitamos una explicación de este fenómeno —respondió el representante ruso.
—China también está a favor —dijo el general Wang.
—Cuenten con nosotros —concluyó el delegado de Estados Unidos.
—Muy bien, Teseo. Preparad el dron para un reconocimiento a fondo del área lunar indicada —ordenó Sonia.
—Entendido, nos pondremos en ello —respondió Brad mientras encaraba al resto de la tripulación.
—Ya la habéis escuchado. Boris, prepara el dron.
//
Iban a tardar dos días enteros en completar el reconocimiento de cuatrocientos kilómetros cuadrados de la superficie lunar. Y solo llevaban menos de un día en ello.
La tripulación se turnaba para ver las imágenes en vivo mientras, en la Tierra, el personal de Control Central hacía lo mismo. El proceso iría más rápido así que si esperaban a ver la grabación tras el eventual regreso del dron —y necesitaban ahorrar todo el tiempo que les fuera posible—.
Kyle y Hannah terminaron su turno de vigilancia de dos horas y fueron relevados por Chen y Valentina.
No habían hablado demasiado durante su turno. No podían permitirse una distracción que les impidiera observar algún hallazgo significativo en la superficie lunar. Pero a Kyle le apetecía conversar ahora que ya habían sido relevados.
—¿Te gustaría un café? Podríamos ir al módulo de ciencias y tomarnos un pequeño descanso —preguntó Kyle.
—Por supuesto.
—Adelante pues, buena señora.
—¿Qué tal allí, entre las estaciones de geología y biología?
—No podría haber elegido usted un mejor lugar. Traeré algo de beber. Me gustaría ofrecerle una rica variedad de sabores y añadas, pero me temo que solo tenemos café «americano».
—No importa, me parece bien —respondió Hannah divertida.
Kyle se dio la vuelta y se dirigió al módulo de comando —donde se encontraba la «cocina»— para coger un par de bolsas de café que procedió a calentar antes de regresar y darle una de ellas a Hannah. Abrió su propia bolsa y de ella salió una esfera preciosa de café caliente. Flotaba y se tambaleaba frente a su rostro y en un abrir de boca se la tragó entera —pero estaba demasiado caliente—.
—¡Ah… me quemo!
—Debes tener cuidado, Kyle. Sorbos pequeños, por favor.
—Te prometo que voy a beber con más decoro.
Kyle pensaba que habían agotado los temas de conversación en tantas charlas anteriores. No se le daba bien comenzar diálogos. Una vez que sabía lo básico de la vida de una persona, se le hacía difícil averiguar de qué más se podía hablar a menos que se tratara de hablar de complicadas anotaciones matemáticas. Por fin decidió soltar una frase un tanto insípida
—Lo has estado haciendo increíblemente bien en esta misión, Hannah. De verdad. Rendimiento estelar el tuyo. Pareces tener más autoconfianza que Brad incluso. No sé cómo lo logras, pero así es. Por el contrario, yo me he estado lamiendo las heridas desde el primer día.
—No digas chorradas. Venga, tu recomendación de seguir el Protocolo 15 fue muy acertada.
—Tampoco teníamos mejor opción, ¿no es cierto?
—Supongo que no —concluyó Hannah—. Hasta ahora no hemos encontrado nada que pueda ser analizado —o a lo que Brad pueda disparar—.
—Hablando de disparar… cuando me uní al proyecto, tenía miedo de no volver con vida de la misión. Después de lo que hemos observado hasta ahora, el peligro opuesto parece más probable: que volvamos sanos y salvos, pero con más preguntas de las que teníamos cuando nos fuimos.
—Pues yo pienso enterarme de qué va esto contigo o sin ti —bromeó Hannah—. No, ya en serio, estoy muy contenta de que estés aquí, Kyle. ¿De qué podría hablar yo con esta gente de no ser así? Vaya panda de raros.
—Puede que ellos piensen lo mismo de nosotros, ¿no?
—Quizá resulte poco saludable que desarrollemos una dinámica de «nosotros contra ellos».
Kyle se sonrojó un poco. Por un millón de razones sabía que no debía sacar conclusiones precipitadas, sobre todo en el caso de Hannah.
—Sería bueno que nos mantuviésemos en contacto cuando todo esto termine. Boston no está tan lejos de la Colombia Británica, ¿no? —bromeó él.
—Sería bueno, Kyle. Aunque quizá no tan realista.
—No, tal vez no.
Eso duele, pensó Kyle.
—Probablemente te hartarás de mí para entonces. Vamos, que es sorprendente que no estemos ya hasta la coronilla el uno del otro —aventuró ella.
—¿Por qué? ¿Porque hemos pasado juntos cada hora de cada día durante los últimos tres meses —noches aparte— mientras los desalmados entrenadores y los médicos nos atormentaban? Bah, eso no fue nada —bromeó Kyle.
—Bien, si insistes, podemos hablar por teléfono de vez en cuando. Solo asegúrate de que…
—Chicos, ¡venid a ver esto!
Hannah no pudo terminar la frase. Valentina acababa de llamarlos a todos para que acudiesen a los monitores.
Hannah y Kyle se miraron y salieron disparados al frente de la nave, apiñándose detrás del resto del grupo que ya estaba reunido.
—Rebobina un poco, por favor, Chen —pidió Valentina—. Ahí, hacia la esquina inferior derecha de la pantalla, ¿veis? Parece una marca débil en la arena en medio del valle.
—¿Puedes agrandar la imagen? —preguntó Alex con el interés propio de un geólogo.
—No sin perder algo de resolución —respondió Chen—. Pero podemos probar a ver si la imagen se mantiene lo suficientemente nítida. Las cámaras del dron son bastante potentes.
Cuando la imagen apareció más grande en pantalla se quedaron sin aliento. Se trataba de una formación simétrica. Un enorme triángulo cubierto de arena.
—Alex, ¿qué te parece? —preguntó Hannah.
—Es algo cercano a la superficie, completamente cubierto por una delgada pátina de arena de un metro de altura o así, a juzgar por las dimensiones del área y la altitud del dron. Podría tratarse de otro Objeto triangular enterrado intencionadamente, como en una tumba poco profunda. Me baso en el hecho de que la luna no tiene atmósfera ni actividad volcánica. Se necesitarían cientos de miles de años de impactos aleatorios de asteroides para que la arena desplazada se acumulase en un área de este tamaño y la cubriese de forma completa y uniforme. Algo demasiado poco probable.
—¿Por qué enterrarían algo así? —cuestionó Hannah.
Todos se detuvieron en silencio, reflexionando sobre las implicaciones de las palabras de Alex. Un objeto perfectamente triangular justo debajo de la superficie lunar. El segundo artefacto alienígena descubierto en toda la historia humana.
— No hay tiempo que perder. La Junta Directiva ha dado el visto bueno a un alunizaje si encontrásemos algo significativo. Yo diría que esto lo es —respondió Brad.
—Control Central respalda la decisión —dijo Sonia.
—Boris, prepara el módulo lunar y permanece en órbita junto con Chen y Raúl. No recuperes el dron hasta que haya terminado de recorrer todo el cuadrante, en caso de que encuentre algo más. El resto de vosotros, preparaos. Nos vamos a la luna.
Kyle se agarró a los reposabrazos de su asiento mientras el módulo lunar se acercaba a la superficie y le venían los sudores. Los retrocohetes se dispararon y el pequeño vehículo tembló. Cuando empezó la cuenta atrás para el alunizaje, Kyle sintió un vacío ya familiar en su estómago: la sensación de encontrarse a mil años luz de todo lo que puede denominarse como normal.
—Diez segundos para alunizar… nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno… contacto.
Nadie se movió por unos segundos.
—Poneos los cascos y revisad vuestros trajes. En formación detrás de mí —ordenó Brad.
Dos de los expedicionarios pasaron a la pequeña cámara de descompresión. La puerta se cerró detrás de ellos y una esclusa exterior se abrió, extendiendo una rampa para dejarlos salir a la superficie. Una vez estuvieron fuera, la esclusa se cerró para que la presión de la cámara pudiera volver a igualarse a la del interior. Kyle y Hannah eran los últimos de la fila y él ya estaba prácticamente hiperventilando.
—Kyle, debes respirar más lento para conservar oxígeno. Intenta calmarte. La ansiedad no ayuda —le aconsejó Valentina, que comprobaba los signos vitales de todos ellos mediante una pequeña pantalla en su antebrazo derecho.
—Tienes razón, doctora. —Pero Kyle no creía que le fuera a ser tan fácil.
Hannah le sonrió cálidamente y le dio un golpecito en el hombro para calmarlo.
—Así me gusta —respondió Valentina antes de desaparecer en la cámara de descompresión.
Después de unos segundos, Kyle y Hannah entraron. Con un silbido, la esclusa exterior se abrió a un vasto mar negro y gris. Kyle pudo ver a Brad, Bo, Thomas, Iris, Anderson, Alex y Valentina de pie en la superficie, mirando cómo ambos bajaban cuidadosamente por la rampa.
—Seguidme todos, que ya tenemos quórum, —dijo Brad mientras se dirigía hacia la formación triangular que el dron había detectado. Habían alunizado en su proximidad, pero no directamente sobre ella por razones obvias, sobre todo para evitar perturbar la formación de manera que les impidiera observarla en su estado original. Brad y Bo lideraron al conjunto de expedicionarios mientras que Iris y Thomas cerraban filas. Tardaron menos de tres minutos en llegar al borde de la formación.
Los científicos se arrodillaron para examinar el borde exterior de una «meseta» de unos cuarenta centímetros de altura que se extendía en tres direcciones durante kilómetros.
—Yo diría que tiene aproximadamente el mismo tamaño que el Objeto en órbita, tal como lo indicaron nuestros cálculos preliminares —dijo Alex. La arena se quitaba con facilidad y en muy poco tiempo pudo ver lo que había debajo.
—Vaya. ¿Qué os parece? —dijo Anderson.
—¿Es esto lo que creo que es, Alex? —preguntó Hannah.
—Parece cemento. Quizá una mezcla de arena lunar a juzgar por su color y textura. Ayudadme a quitar más —les pidió Anderson.
A los diez minutos de comenzar a cavar ya habían expuesto un área del tamaño de media cancha de baloncesto, compuesta toda del mismo tipo de hormigón.
—No se ve entrada alguna —observó Alex.
—No vamos a poder quitar cinco kilómetros cuadrados de arena. ¿Qué hacemos ahora? —preguntó Kyle.
—Podría tratarse del techo de una cámara subterránea. Propongo que perforemos el hormigón. Con suerte no será demasiado grueso —sugirió Brad.
—¿Y qué pasa si resulta ser una plataforma de aterrizaje en lugar de un techo? En ese caso, no estará hueca —advirtió Kyle.
—Supongo que lo descubriremos pronto —respondió Bo. —Esperemos tener más éxito al forzar la entrada que en nuestros intentos anteriores. Volveré al módulo para coger el… —Fue interrumpido por Anderson, quien señalaba a su derecha.
—¿Qué veis en aquella ladera?
Se giraron al unísono para mirar la cara vertical de una pendiente corta, que rodeaba por completo el valle, utilizando la función binocular en el visor de sus cascos.
—Podría ser una entrada, ¿no? —observó Kyle.
—Sí, aunque no recuerdo haberla visto en la grabación. El dron la debió pasar por alto por estar casi perpendicular a su trayectoria de vuelo. Tardaremos unos cinco minutos en caminar hasta allí. Brad, ¿qué opinas? —preguntó Anderson.
—Pongámonos en marcha. Parece prometedor. —Brad echó a andar y el resto del equipo asumió sus posiciones asignadas en fila.
Caminar por la luna resultaba agradable pero no era misión fácil. Sus trajes eran de última generación —ligeros, ajustados y duraderos— y sus mochilas incorporaban hasta tres horas de oxígeno. Sin embargo, nadie quería arriesgarse a caer y romper sus visores o rasgar la tela de los trajes. Además, saltar en baja gravedad era divertido, pero también engañoso. Sus cuerpos aún tenían la misma masa que en la Tierra a pesar de que se sentían mucho más ligeros. El impacto de una caída podría ser desastroso a pesar del diferencial de gravedad.
Después de unos minutos llegaron a una puerta triangular de cuatro por cuatro metros del mismo cemento que habían visto antes. No tenía signos ni marcas de tipo alguno y tampoco se veían controles.
Brad pasó su mano enguantada sobre la superficie para tratar de activar cualquier mecanismo oculto que pudiera abrir la entrada.
—¡Ábrete Sésamo! —gritó Kyle, bromeando nerviosamente y sorprendiendo a todos en el proceso.
—No hagas tanto ruido, ¿vale? —se quejó Iris.
—No hay forma de abrirla. No tiene mecanismos ni sensores de movimiento. ¿Qué sugieres, Hannah? —preguntó Brad mostrando su frustración por la inexpugnabilidad de todo lo relacionado con el extraño objeto.
—La puerta está construida con proporciones humanas, pero quién sabe, puede que fuera diseñada para que cupiesen vehículos operados por seres diminutos. Es el único artefacto relativamente pequeño que hemos encontrado hasta ahora en la misión… todo lo demás es enorme.
Brad llamó a su equipo, impaciente.
—Thomas, Iris, abrid un agujero. El resto de vosotros, retroceded unos doscientos metros. Dejadles hacer su trabajo sin temor a herir a nadie.
Los soldados extrajeron explosivos plásticos y cables de sus mochilas y procedieron a colocar y armar la bomba cuando sus compañeros se hubieron alejado. Esculpieron un rectángulo delgado de explosivo plástico sobre la puerta —lo suficientemente alto como para dejar pasar a una persona en cuclillas— y conectaron los cables al mecanismo de ignición. Regresaron para unirse al resto del grupo llevando en mano un pequeño detonador inalámbrico.
—El explosivo está en posición, coronel —dijo Thomas.
—Adelante, Iris —respondió Brad.
—¡Cubríos! —gritó ella. Una gran nube de polvo y escombros estalló en todas direcciones sin hacer ruido alguno por la falta de atmósfera. Los fragmentos volaron a más de cien metros y la nube de polvo se extendió a diestro y siniestro debido a la baja gravedad. Tardó un tiempo en disiparse antes de que el equipo pudiera comprobar el resultado. Y esta vez parecían haber podido con el muro.
—¡Hurra! —gritó Iris.
—Bo, Thomas, Iris, seguidme en formación defensiva. El resto de vosotros, quedaos quietos hasta que os indiquemos que todo está bien. Si sucede algún problema, volved al módulo lunar y preparaos para regresar a la Teseo —ordenó Brad.
//
Los soldados caminaron de regreso a la entrada, lentamente, con las armas apuntando al frente. Rápidamente formaron un semicírculo frente al agujero.
Thomas tomó la delantera sin dudarlo y lo atravesó. El resto del grupo armado cerró filas alrededor de la apertura.
—¡Qué cosa más rara! Al entrar he sentido como si hubiera atravesado una membrana y las luces se acabaron de encender automáticamente, pero no veo lámparas por ningún lado. Además, me siento mucho más pesado, como si la gravedad fuese más fuerte a este lado. Estoy al comienzo de un pasillo largo y vacío. Las paredes, el suelo y el techo son lisos y están hechos del mismo cemento gris oscuro de la puerta. No percibo amenaza alguna por ahora.
—Entremos —ordenó Brad.
Tan pronto estuvieron todos dentro, Brad les guió a través de un pasillo de suave iluminación.
Habían cubierto una distancia de unos cincuenta metros cuando se decidieron a dar la señal al equipo de científicos.
—Podéis venir. La entrada es fácil, aunque preparaos para sentir un ligero tirón a medida que avancéis por el agujero.
—¿Un tirón? —preguntó Hannah.
—Es una especie de membrana invisible. No os dará problemas, no duele.
—No te vayas a ninguna parte, Brad. Llegamos enseguida —respondió ella con entusiasmo.
El agujero se tragó al grupo completo, en fila india y en muy poco tiempo.
—Teseo, Plesetsk, ¿os siguen llegando las imágenes de nuestras cámaras? —preguntó Hannah tras haber entrado.
—No nos hemos perdido nada —respondió Raúl desde órbita.
—Estamos tan asombrados como vosotros —aseguró Sonia.
—La diferencia en la atracción de la gravedad es muy perceptible. De verdad es alucinante. Nos sentimos como si hubiéramos vuelto a la Tierra.
—Esperad un minuto —dijo Anderson. —Esto es muy extraño. Mis lecturas indican que la atmósfera es respirable. Nitrógeno, oxígeno, dióxido de carbono, argón y las cantidades menores habituales de otros gases, todo en las proporciones correctas de la Tierra. La temperatura es de veinticinco grados centígrados. Quien quiera que haya construido este lugar, su fisiología debe ser similar a la de los seres humanos.
—¿Cómo puede ser posible con el enorme agujero que abrimos en la entrada? —Se preguntó Iris en voz alta.
—Puede tener algo que ver con esa membrana circundante al orificio—dijo Hannah. —Podría tratarse de un campo de contención que se formó inmediatamente después de la explosión. Increíble, pero aún más extraño es el hecho de que el aire y la gravedad de este espacio sean aptos para nuestra subsistencia. No sé cómo interpretar eso, pero mientras tanto, ¿podemos quitarnos los cascos?
—Vamos a seguir con ellos puestos. No es necesario tentar a la suerte hasta que sepamos exactamente a qué nos enfrentamos. Además, necesitaremos continuar con las cámaras del casco activas para grabar y transmitir los sucesos. —respondió Brad.
—Cierto… Te sigo entonces —dijo Hannah.
El equipo avanzó por el pasillo. Los techos tenían cuatro metros de altura y la anchura era de similares dimensiones.
Brad, de nuevo al frente del grupo, llegó a una intersección donde el corredor se bifurcaba y vio dos conjuntos de símbolos tallados en la pared de cemento.
—Kyle, aquí hay algo que deberías ver —dijo.
Kyle se le unió y examinó los símbolos durante un par de minutos.
—Creo que son caracteres alfabéticos. Por supuesto, todavía no sé lo que significan. Tendría que ver más letras en diferentes contextos para comenzar a dirimir su significado. Déjame ver… Tienen un curioso parecido con el alfabeto cuneiforme sumerio. Desde luego, no son lo mismo, pero la similitud es interesante.
—Sigamos adelante. Iris, estás a cargo de desplegar los rastreadores —dijo Brad.
—Shh… ¿escucháis eso? —dijo Bo, de repente.
—No, ¿de qué se trata? —preguntó Anderson.
—Un leve ruido, como una turbina de avión.
—Sí, lo oigo —dijo Brad—. El sonido es uniforme y constante así que sigamos por ahora. Podría ser algún tipo de sistema de ventilación que se acaba de encender.
Iris fue a la pared y colocó un adhesivo fluorescente en forma de flecha que emitía señales para mostrarles el camino de regreso en caso de que las luces ambientales no permanecieran activas. Tras ello se les unió más adelante.
Brad se detuvo al poco tiempo.
—¿Os parece que el ruido se ha hecho más fuerte?
—Yo diría que sí —respondió Bo—. Y se le ha añadido un susurro como metálico.
—Esto no es ruido de ventilación. ¿De dónde crees que viene?
Bo prestó atención por unos segundos más, manteniéndose muy quieto.
—Diría que viene de las nueve en punto.
—Llévate a Iris e id a descubrir de qué se trata. Nosotros continuaremos y nos mantendremos en comunicación.
—Tened cuidado. Ese ruido suena raro —advirtió Sonia desde su puesto en la Tierra.
El resto del grupo continuó su progreso de forma cautelosa pero constante. Durante unos diez minutos dieron varias vueltas más sin encontrar una sola puerta o cualquier otra cosa que no fueran más corredores y símbolos tallados. Sus ritmos cardíacos aumentaban palpablemente a medida que el tiempo y la distancia también lo hacían.
—Boris, tienes los discos duros grabando todo esto, ¿verdad?
—Sí, Kyle, no te preocupes. Acabo de revisarlos de nuevo y el sistema está en orden.
—Nosotros en la Tierra también lo estamos grabando, Kyle —aseguró Sonia.
//
—Brad… Iris y yo nos estamos acercando a la fuente del ruido. —La voz de Bo sonó preocupada a través del canal abierto—. Esta zona es muy ruidosa pero aún no sabemos de dónde procede el sonido. Lo único que vemos son más corredores marcados con símbolos.
—Nosotros también seguimos explorando y os mantendremos informados si encontramos algo nuevo.
El grupo encabezado por Brad reanudó el camino mientras Thomas colocaba marcadores en las paredes a cada cruce. Unos minutos más tarde el corredor dio paso a un inmenso patio interno con una cúpula central y varias puertas triangulares a lo largo del perímetro.
Una de las puertas estaba abierta.
El equipo corrió hacia ella y se reunió alrededor del marco antes de cruzarla. El interior de la estancia estaba oscuro.
—Thomas, ve a echar un vistazo —ordenó Brad.
El especialista se adentró en la oscuridad de la habitación.
—Dios mío, no os vais a creer esto —dijo al poco.
Kyle y Hannah se miraron agitados por la expectativa.
—¿Qué pasa? —preguntó Brad.
—Venid a comprobarlo por vosotros mismos. No os preocupéis que no hay peligro.
Hannah entró corriendo, quitándose de en medio a los demás sin contemplaciones. Kyle y el resto del equipo científico la siguieron al instante. Brad finalmente hizo lo mismo.
Todos permanecieron en silencio durante un buen rato con los ojos bien abiertos y las mentes esforzándose por procesar lo que tenían frente a ellos. Se encontraban a la entrada de una habitación grande y vacía. En el centro había un pequeño pilar ancho de base triangular y, a su derecha, en la pared lateral, una enorme ventana del techo al suelo que daba al hangar más grande que hubieran visto jamás. Contenía dos triángulos estacionados uno al lado del otro —réplicas exactas del inmenso triángulo que orbitaba la Luna—. Las naves o drones estaban estacionados lo suficientemente lejos de la ventana para ser claramente identificables, a pesar de que no se podían ver en su totalidad debido a sus gigantescas dimensiones. El hangar parecía no albergar nada más: no había ningún otro vehículo, ni herramientas o indicios de tripulación alguna.
—¿Estáis viendo esto, chicos? —preguntó Hannah.
—Sí —dijo Boris.
—Te lo aseguro —se unió Sonia desde la Tierra.
Estaban anonadados. Por sus cabezas pasaban multitud de escenarios, cada uno más improbable que el otro. —Hasta que Valentina hizo la pregunta del millón.
—¿Pero… quién demonios construyó esta base?
No hubo respuesta porque, justo en ese momento, el equipo escuchó varias ráfagas de ametralladora junto con los gritos de Iris y Bo.
Y luego nada.
//
—No queda mucho tiempo de análisis, doctores —gritó Brad—. Haced lo que debáis hacer lo más rápidamente posible. Thomas, ve a buscar a Iris y a Bo y tráelos de vuelta. Llévate a Valentina por si necesitan ayuda médica y mantente en contacto por radio.
Después de que ambos se fueron, Brad se agachó junto a la puerta en postura defensiva para proteger el perímetro.
—Vamos a empezar por averiguar qué es ese pilar corto en medio de la estancia. Parece importante —sugirió Kyle a Hannah.
—De acuerdo —respondió ella, caminando ya hacia el centro de la habitación.
La pequeña columna carecía de marcas o controles. Se trataba de un triángulo extruido verticalmente cuya altura llegaba hasta el torso.
Kyle colocó instintivamente su mano enguantada en la superficie triangular superior de la consola y, en ese momento, la habitación cobró vida. La iluminación se atenuó, las paredes se revistieron de una especie de pantallas holográficas digitales de color naranja, la consola mostraba símbolos digitales en su superficie superior y el aire se vio de repente ocupado por lo que Hannah reconoció como una representación tridimensional de la galaxia, la Vía Láctea, entrecruzada por vectores y trazos orbitales, todos dibujados en diferentes tonos de luz naranja.
Kyle se acordó de la orden de Sonia de guardarse los hallazgos más importantes y de las lecciones de inteligencia. Lo descartó todo de inmediato sin dudarlo. En ese momento aquella forma de pensar le parecía raquítica y mezquina, rodeado como estaba de aquella belleza casi trascendental. No le importaba lo que Sonia pudiera pensar de él —o incluso hacerle— una vez regresaran. Estaba dirigiendo el curso de la historia inmerso en un fenómeno que cambiaría para siempre la experiencia humana.
—Qué fuerte —dijo Hannah, dándose cuenta de inmediato de que había empleado un calificativo de lo más inadecuado—. Quiero decir, qué hermosísima forma de que una habitación cobre vida a partir de un espacio de hormigón oscuro y vacío.
—¿Qué hacemos ahora? ¿Tocamos uno de estos símbolos a ver qué sucede? —preguntó Alex.
—¿Y qué pasa si desencadenamos un desastre? —intervino Anderson.
Kyle tomó la iniciativa.
—Estamos en lo que parece ser una sala de control para lanzar naves a través de la galaxia. El holograma que nos rodea es probablemente donde se trazan las trayectorias de cada viaje. Más allá de eso, no tengo idea de lo que estos símbolos significan. Hannah, ¿puedes ir a las paredes del perímetro y grabar tantas de esas pantallas como puedas? Anderson, Alex, grabad cada ángulo de esta proyección galáctica tridimensional. Voy a tratar de descifrar la interfaz de la consola.
—No hay problema —respondió Anderson.
Kyle buscó patrones dentro de un océano de símbolos. Cada carácter estaba formado por diferentes configuraciones de trazos verticales y horizontales, muy parecidos a las antiguas letras sumerias, pero Kyle no podía ubicar la escritura en un contexto específico o compararla con ningún conjunto familiar de símbolos porque el texto era muy diferente. No disponía de una piedra Rosetta para usarla como referencia.
Puso el dedo sobre algunos caracteres y en cada ocasión aparecieron nuevos símbolos en la superficie del pilar, junto con otros elementos adicionales que flotaron en el holograma circundante. Esos eran los únicos cambios en su entorno físico.
La voz irregular y apresurada de Thomas retumbó de repente a través del intercomunicador.
—Brad, no podemos encontrar a Iris ni a Bo, pero el monitor de salud de Valentina muestra que ambos tienen una frecuencia cardíaca equivalente a la de alguien que está durmiendo.
—¿Inconscientes quizá? ¿Qué diablos está pasando? Brad preguntó, esperando malas noticias.
—Podrían estar inconscientes, sí —respondió Valentina.
—Además, Brad, al fin vislumbramos la fuente del ruido. Fue difícil de distinguir porque nos pasó rápido y a lo lejos, pero no parece amigable y se está acercando a nosotros.
—Daos prisa y regresad al lugar donde nos separamos de Iris y Bo al comienzo de la expedición. Nos veremos allí.
Brad se dirigió luego al equipo científico.
—Ya está bien, chicos, se acabó el tiempo. Terminad de una vez y seguidme en fila india.
Kyle entendió la urgencia de aquella orden y la acató junto con el resto, dejando atrás la compleja interfaz. Sin embargo, se sentía frustrado por tener que abandonar el estudio tan pronto sin haber podido alcanzar ningún conocimiento concreto de qué o quién podría estar detrás de todo lo que acababan de presenciar en esa habitación.
El grupo atravesó varios pasillos corriendo, siguiendo los marcadores que habían desplegado con anterioridad. Tardaron solo unos minutos, pero cuando llegaron al lugar acordado, Thomas y Valentina no estaban allí.
—¿Dónde os encontráis? —preguntó Brad por el canal de comunicación.
—A uno o dos minutos de distancia, supongo —respondió Thomas mientras él y Valentina corrían tan rápido como podían—. Esta cosa se nos está acercando, así que prepárate para disparar.
Brad se inclinó sobre una rodilla y apuntó su arma en la dirección de donde esperaba que vinieran, pidiéndole a todos que se agacharan detrás de él.
En aquel momento, el silbido metálico aumentó de volumen y se volvió estridente, casi insoportable. Algo estaba a punto de ocurrir. El miedo les helaba hasta los huesos y Kyle sacó de uno de sus bolsillos la tan manoseada foto de Samantha. Siempre la llevaba consigo.
En efecto, Brad vio a sus dos compañeros doblar la esquina corriendo tan rápido como podían. Thomas inmediatamente se unió a él en una posición defensiva sin siquiera esperar a recuperar el aliento. Valentina estaba visiblemente conmocionada.
—¿Qué es lo que se nos avecina, Thomas? —preguntó Brad.
—Es algo parecido a un tornado. No sé si nuestras armas serán efectivas contra eso.
Esperaron un poco más.
El ruido era estremecedor —un chillido espeluznante, como de huracán—. Los soldados se tensaron, listos para disparar, y tan pronto como tuvieron referencia visual, soltaron una desgarradora cortina de balas.
Kyle, incluso asustado como estaba, observó que la entidad no era en realidad un tornado. Se parecía más a un furioso enjambre de piezas metálicas —cada una del tamaño de un guisante—. Resultaba difícil de describir porque cambiaba de forma constantemente, como un enorme banco de peces y, por desgracia, las balas parecían no causarle daño alguno.
//
En la órbita lunar, a bordo de la Teseo, Chen, Raúl y Boris —al igual que el personal de la Tierra— observaban los hechos en vivo y en directo. El ataque a sus compañeros les sorprendió sobremanera y se lamentaban de su propia incapacidad para ayudarles. La peor de las posibilidades para la misión se había materializado.
—¡Retiraos! ¡Volved al módulo lunar! —gritó Raúl por el canal abierto.
En la extraña base lunar, Brad y Thomas estaban completamente concentrados en tratar de detener el avance del enjambre, por lo que no le respondieron. Las balas no estaban haciendo efecto y pronto cambiaron al lanzagranadas.
Al menos eso pareció ralentizar el progreso del enjambre. Cada vez que detonaba una granada, las diminutas partículas parecidas a robots se dispersaban. Algunas de ellas incluso caían al suelo, inertes. El enjambre necesitaba varios segundos para reconfigurarse después de cada explosión y, curiosamente, parecía capaz de reponer sus filas con nuevos robots a medida que los caídos se disolvían. Al menos eso es lo que Kyle pensó que estaba sucediendo.
En la Teseo, un desesperado Boris apartó momentáneamente los ojos de la pantalla. Giró la cabeza hacia una escotilla y vio algo extraordinario en la distancia.
—Chen, ven a echar un vistazo.
—¿Puede esperar? ¡Nuestros compañeros están siendo atacados! —respondió Chen, molesto.
—Aun así, creo que deberías venir, capitán.
Chen se alejó de la pantalla y se unió a Boris con impaciencia. Miró al exterior del Objeto.
—Se ha abierto una entrada en el costado. ¿La ves? —preguntó Boris.
—Sí —respondió Chen.
—Tal vez Kyle la abrió sin darse cuenta cuando tocó los controles en la base —supuso Raúl mientras se acercaba también.
Chen cerró el canal de comunicación con el equipo en la luna y se quedó quieto, pensando. —O tal vez esa apertura esté diseñada para disparar algún tipo de arma. Ya no queda duda de que el Objeto es una nave —y también una amenaza—. Nuestros compañeros de equipo están siendo atacados y puede que ya hayamos perdido a dos de ellos. Creo que deberíamos volar la nave extraterrestre en pedazos.
—Respeto tu rango, Chen, pero estoy interesado en la opinión de la Junta Directiva —preguntó Raúl a Sonia de manera indirecta.
—También nosotros estamos intentando procesar todo esto —respondió Sonia desde la Tierra, abrumada por los acontecimientos.
—El principal objetivo de la misión es evitar cualquier ataque a la Tierra, Sonia. ¿Tienes idea de lo que hará el Objeto a continuación? ¿Qué pasaría si planea acercarse a nuestro planeta? ¿Y si lanzasen ese enjambre de robots sobre nuestra población? —dijo Chen.
—No estás al mando de los aspectos de seguridad de esta misión —le espetó Raúl—. El coronel Turner lo está. Estados Unidos lo está, no China.
—Turner no se encuentra presente y puede que nunca regrese. Soy el oficial superior en cubierta y el derecho internacional establece que debo comandar la nave.
//
—¡Cambia al lanzallamas! —gritó Brad por encima del ruido ensordecedor de la actividad del enjambre y las explosiones de las granadas. Apenas habían podido contener el ataque mientras corrían de regreso al primer punto de separación del grupo.
De repente la voz de Bo se escuchó fuerte y clara.
—Somos Iris y yo. ¡Ya vamos llegando!
—¿Dónde habéis estado? —preguntó Brad.
—Vimos esa cosa en una escalera. Nos alcanzó de repente y nos hizo perder el equilibrio. Caímos por un largo tramo y quedamos inconscientes. Parece que justo después salió en vuestra dirección.
—Date prisa, Bo. ¡No podemos aguantar mucho más! —gritó Brad mientras seguía lanzando fuego griego al enjambre, que continuaba acercándose a ellos poco a poco.
—A todo el personal no militar, corred tan rápido como podáis y regresad al módulo. Mantendremos esta posición hasta que lleguen Iris y Bo. Si os damos la orden o si veis que el enjambre sale a la superficie, debéis volar de regreso a la Teseo —ordenó Brad.
—Gracias, Brad —respondió Kyle y se unió a Hannah, Valentina, Alex, y Anderson que ya corrían hacia la salida, dejando a los soldados defender su posición.
//
—Laura, con el debido respeto, creo que no entiendes el panorama general al que nos enfrentamos. ¡Recuerda que nos encontramos bajo un ataque en estos mismos momentos! También hemos detectado actividad sospechosa en el Objeto que está en órbita y la expedición encontró dos objetos más en la base lunar. En estos momentos lo que hace falta es una respuesta oportuna y decisiva —dijo Chen.
—No vamos a volarlo y punto. No es seguro que el enjambre se esté comportando agresivamente. ¿Y si solo quiere acercarse al equipo para comunicarse? —respondió Laura.
—¿Comunicarse? ¿En serio? ¿No viste cómo se mueve esa cosa y cómo suena? Es horrible. Y ya ha golpeado a dos miembros de las Fuerzas Especiales volviéndolos inconscientes. Creo que ese enjambre nos ataca porque hicimos volar la puerta de entrada a la base. No ha hecho nada que no haríamos cada uno para defender nuestra propiedad, ¿no?
—No hemos encontrado ningún otro ser consciente aparte del enjambre, ¿verdad?
—Hasta ahora no.
—Y, sin embargo, ¿crees que es posible que un solo alien viva en una base remota por quién sabe cuánto tiempo? Se parece más a una máquina que a una entidad biológica. Podría ser un guardián robótico que se activó una vez nuestro equipo entró y solo está siguiendo instrucciones predeterminadas para defender la base —un ente amoral que de ninguna manera puede reflejar las intenciones de toda una civilización—. En efecto, irrumpimos dentro de su base a la fuerza…
—Podrías tener razón, Laura, pero el argumento de Chen es sólido —interrumpió Sonia—. Las consecuencias de no actuar serían incalculables. Tenemos evidencia de que estamos tratando con una inteligencia inmensamente superior con tecnología capaz de viajar interestelarmente. No tenemos ninguna posibilidad de supervivencia contra tal agresor.
—¡Si en verdad son agresores! —gritó Laura—. Todo lo que pido es un poco más de tiempo para poder decidir el mejor curso de actuación basado en hechos comprobados. Con suerte, y si pensamos entre todos, tal vez encontremos una idea que no incluya medidas destructivas, algo que nos permita un contacto pacífico y que estudiemos a las únicas especies extraterrestres que se han descubierto en la historia.
Tal vez algún día puedas examinar la base lunar y las otras dos naves que alberga, Laura. Pero ahora debemos neutralizar la que está operativa y en órbita —dijo Chen.
—Junta Directiva, el tiempo apremia y la información disponible, aunque incompleta, es clara. ¿Cuál es su decisión? —preguntó Sonia a las tres personas que tenía en su otra pantalla.
//
Iris y Bo llegaron finalmente, jadeando, justo al otro lado del enjambre que se debatía atrapado en el centro del estrecho pasillo bajo el fuego de Brad y Thomas. Ambos comenzaron a su vez a atacar a la criatura con sus propios lanzallamas.
El ataque simultáneo de cuatro armas poderosas desde dos direcciones distintas consiguió entorpecer aún más los movimientos del enjambre que a estas alturas no era sino un temible remolino de partículas incandescentes que se transformaba con una ferocidad inédita. El fuego griego no lo paralizaba. Solo lo mantenía en su lugar, confundiéndolo. A veces la criatura se abalanzaba hacia Brad y Thomas. En otras ocasiones se acercaba hacia Iris y Bo. Tenía la atención dividida entre dos objetivos simultáneos.
—Bo, tenéis que venir a este lado antes de que nos quedemos sin munición o nunca volveréis al módulo lunar. O corréis pasando junto al enjambre o retrocedéis por completo e intentáis encontrar una salida por otro corredor —dijo Brad.
—Quién sabe si hay alguna salida alternativa. —Bo entonces se dirigió a Iris—. Voy a avanzar hacia él disparando mi arma. Una vez que se concentre en mí, echas a correr para cruzar al otro lado. Con suerte lograré mantener su atención el tiempo suficiente para que todos escapéis.
—Bo, ese es un plan suicida. Me voy a quedar contigo. Ya verás cómo podemos eliminar a esta cosa. —Iris se opuso con un débil pero decidido tono de voz.
—Cállate y corre tan rápido como puedas cuando te dé la señal.
—Bo tiene razón, Iris. Nos está ofreciendo la única posibilidad de que la misión continúe —añadió Brad.
Y con eso, Bo se lanzó hacia adelante gritando y arrojando simultáneamente toda su munición a la criatura.
La idea de pasar al lado de tan ardiente y pavoroso torbellino era demasiado para Iris.
—¡Ahora! —ordenó Bo, enojado por su tardanza.
La soldado se echó hacia adelante mientras la criatura se enfocaba completamente en el avance de Bo.
Brad se unió a ella a medio camino agarrándola del brazo y alejándose rápidamente de la salvaje escena mientras Bo continuaba disparando sin pausa.
El enjambre siguió avanzando implacablemente incluso a través de la infernal tormenta de fuego que salía del lanzallamas hasta que, unos segundos más tarde, rodeó por completo al joven teniente, destrozándolo y salpicando las paredes con sus entrañas hirvientes.
//
Kyle anhelaba llegar a la salida lo antes posible. Seguía moviendo las piernas a pesar del shock y la fatiga. Había escuchado toda la conversación con Bo por el canal abierto mientras huían.
Kyle sintió inmensa gratitud hacia Bo. Su admiración se extendía a todos los soldados. Arriesgaban sus vidas para proteger la misión. Pero también sintió una abrumadora tristeza bajo su gratitud y la fuerte descarga de adrenalina. Una amargura arraigada en el hecho de que el primer contacto humano con una civilización alienígena se tornó violento —una desgracia histórica que nunca podría enmendarse—. La humanidad había perdido una gran oportunidad.
Por ahora, lo más apremiante era regresar al módulo lunar y esperar que Brad, Iris, y Thomas también regresaran a salvo. Al fin vieron el agujero de entrada a unos cien metros como una oscura y siniestra herida que, sin embargo, prometía salvación.
Hannah, Valentina, Anderson, Alex y Kyle lo atravesaron uno por uno mientras miraban a sus espaldas. La gravedad se volvió repentinamente más ligera y todo el sonido externo cesó. Kyle salió del agujero demasiado rápido, lanzándose a sí mismo en un salto incontrolado y aterrizando de costado.
—¿Estás bien? —preguntó Hannah.
—Sí, ¡vamos, continuad! —les urgió Kyle levantándose y comenzando a correr.
—¡Daos prisa! —gritó Alex mientras todos continuaban tan rápido como podían hacia el módulo.
—¿Y la cámara de descompresión? Tiene capacidad para dos personas y somos cinco —les recordó Anderson mientras se alejaban de la amenaza a grandes saltos.
—Nos metemos todos a la vez. Es demasiado arriesgado esperar en parejas. Tendremos que caber de alguna manera —dijo Kyle con determinación.
—¡Mirad! —gritó Hannah, dándose la vuelta—. La lucha continúa en el exterior de la base.
Tanto los militares como la horrorosa jauría iban aún muy por detrás de ellos. El enjambre se las había arreglado para salir de su nave a la superficie lunar sin problemas, sin importarle las duras condiciones ambientales. Estaba construido para ser resistente.
Escucharon a Brad dar órdenes mientras continuaba disparando.
—No podemos escapar. Iris, alcanza al resto del equipo para darles cobertura. Thomas y yo distraeremos al enjambre para que todos lleguéis a salvo al interior del módulo lunar.
Iris accedió, cesó de disparar y aceleró el paso para unirse al resto mientras sus dos compañeros se daban la vuelta para encarar al enemigo.
Los científicos estaban ya subiendo por la rampa del módulo e intentaban acceder a la cámara de descompresión. Tras varios agotadores segundos, Anderson se subió encima de las cabezas de los otros tres, pero no quedaba espacio para Valentina.
—No os preocupéis chicos que tengo a Iris aquí. No perdáis el tiempo y entrad —dijo ella.
La puerta se cerraba con un silbido de alivio mientras al otro lado veían los ojos aterrorizados de Valentina. Tras un ansioso minuto —el más largo de sus vidas— la cámara se abrió al espacio interno del módulo y el grupo se apresuró a entrar.
Kyle cerró rápidamente la puerta para permitir que los demás subieran a bordo. Podían ver a Valentina a través de las escotillas esperando impaciente a que se abriera la esclusa exterior con Iris apresurándose en la distancia. Brad y Thomas continuaban su lucha feroz contra el enjambre muy por detrás de ellas. Los dos habían desconectado las radios para que los compañeros no pudieran escuchar sus gritos. Era su última batalla y lo sabían.
El arma de Brad dejó de disparar —seguramente sin munición— mientras Thomas seguía lanzando las últimas balas que aún quedaban en el cargador de su rifle. El enjambre envolvió a Brad y —no hay otra palabra para describirlo— trituró su cuerpo en cuestión de segundos. Luego se abalanzó hacia Thomas incluso antes de que su arma dejara de disparar.
Todo lo que quedó de ellos fueron dos manchas rojas flotantes —una neblina espantosa—.
El enjambre se volvió hacia el módulo lunar ya sin obstáculos y apenas tardó unos segundos en llegar hasta la nave. Valentina gimoteaba desesperadamente e Iris se dio la vuelta para enfrentarse a esa turba extraterrestre, lanzando granadas lo más rápido que pudo con una ira que sin duda vengaba la muerte de sus camaradas. Se las arregló para reducir la velocidad del monstruo el tiempo suficiente para que la esclusa del módulo se abriese de nuevo.
Por fin Valentina saltó dentro de la cámara e Iris subió la rampa caminando hacia atrás y disparando hasta que se quedó sin granadas.
Le tiró el arma, que el bicho destrozó rápidamente, a la vez que saltó hacia adelante para intentar cogerla a ella. Iris se dio la vuelta y entró en la cámara, resbalándose y cayendo al suelo de forma que su pierna izquierda quedó fuera, sobre la rampa.
—¡Cierra la esclusa! —le gritó a Valentina. La doctora presionó el botón y el portón comenzó a subir. Iris se arrastró como pudo, pero el enjambre la alcanzó. Sintió un dolor punzante en la pierna y la flexionó instintivamente antes de que la esclusa quedase cerrada por completo. Valentina arrastró a su compañera hacia adentro mientras las gotas de sangre flotaban por todas partes.
Estaban a salvo.
El ambiente de la cámara comenzó a compensarse, pero Iris enseguida sintió la falta de oxígeno y un frío hiriente porque su escafandra estaba rasgada.
La puerta interior se abrió finalmente y sus compañeros las recogieron rápidamente para asegurarlas enseguida en sus asientos.
—¡Salgamos de aquí! —dijo Alex, que había estado a los controles preparándolo todo.
Unos segundos después, el módulo comenzó a temblar y emitir chirridos inquietantes. Kyle se desabrochó el arnés y fue a ver qué estaba pasando a través de una de las escotillas inferiores.
El enjambre se había enganchado a una tobera e intentaba arrancarla.
—¡Alex, date prisa y despega!
—¡Ya estamos casi, vuelve a tu asiento! —dijo Alex.
Kyle se puso el arnés de seguridad a la vez que los motores empezaron a rugir. El módulo despegó como un cañonazo, alejándose de la superficie de la luna y de todos los misterios y horrores que contenía.
O al menos, eso esperaban.
—¿Es posible que siga colgado en el exterior? —preguntó Valentina desde su asiento, ejerciendo presión en la hemorragia de la pierna de una conmocionada Iris que estaba sentada a su lado.
—Alex, ¿hemos alcanzamos ya velocidad terminal? —preguntó Kyle.
—Sí, ¿por qué?
—Voy a mirar fuera. —Kyle se desabrochó nuevamente y flotó hacia la misma escotilla de antes. Posteriormente se desplazó a todas las demás—. Ya no está. El calor y la fuerza de los gases de escape deben haberlo repelido.
—Esperemos que tengas razón —respondió Alex.
—Teseo, atentos, llegaremos a vuestra posición en diez minutos —anunció Alex.
—Ya no estamos en nuestra ubicación anterior. Os lo explicaremos más tarde. Por ahora, modificad las coordenadas de vuelo hacia una nueva posición a no menos de doscientos kilómetros del Objeto —solicitó Boris desde la Teseo.
—¿Qué quieres decir? ¿Por qué? —intervino Kyle.
La voz de Chen se escuchó.
—Haz lo que te decimos. Tenemos una orden de la Junta Directiva y no hay tiempo para explicar o debatir. Os recogeremos pronto.
Plesetsk, ¿de qué leches va todo esto? —le preguntó Kyle directamente a Sonia.
—Hemos detectado actividad en la superficie del Objeto en órbita, una apertura. Vamos a ejecutar una maniobra ofensiva. Manteneos en comunicación a medida que realizáis el cambio de posición solicitado —contestó Sonia.
—¡Increíble! ¿Ninguno de vosotros grandes genios ha considerado que es una locura atacar a alguien que quizá nos esté abriendo sus puertas a modo de invitación? —dijo Kyle.
—Voy a modificar la trayectoria —intervino Alex antes de que las cosas se salieran de control—. Llegaremos a nuestra nueva posición en aproximadamente veinte minutos.
Kyle apagó el canal de largo alcance.
—¿Qué demonios está pasando con Chen y la Junta? ¿No os parece que hay algo extraño detrás de esto? ¿Van a intentar volar el Objeto? —preguntó.
—A mí solo me alegra que sigamos vivos y de una pieza —dijo Anderson.
—Más o menos —agregó Iris, sombríamente.
—¿Cómo está tu pierna, compañera? —preguntó Kyle.
—Va a necesitar cirugía cuando volvamos a la Tierra —intervino Valentina mientras aplicaba vendajes limpios a la gran herida y las múltiples laceraciones de Iris.
—¿Voy a perder la pierna?
—No, pero tienes mucho tejido muscular dañado que vamos a tener que reconstruir. Te esperan unos pocos meses de curas, terapia física y recuperación.
—Al menos estoy viva. No como Brad, Thomas y Bo.
—Estamos todos vivos gracias a ellos y a ti, Iris —reconoció Valentina mientras apretaba tiernamente la mano de la soldado.
—No sé si alguna vez podré hablar de manera adecuada sobre lo que hemos vivido —dijo Kyle, mirando fijamente a la pared que tenía enfrente—. No creo que haya palabras para describir lo que habéis hecho por nosotros.
Un pesado silencio se apoderó de la cápsula.
//
—Alex, ¿estáis a salvo en posición? —La voz de Chen llegó a través del canal reabierto.
—Estamos donde nos indicaste, pero como seguramente sabéis, hemos sufrido muchas bajas e incluso podemos llevar a cuestas… —La petición de Alex fue interrumpida.
—¡Ahora no! Espera hasta que contactemos con vosotros —gritó Chen.
—¿Pero qué demonios está pasando? —preguntó Hannah furiosa y ofendida por la forma tan arrogante en que Chen rechazó la mención de sus bajas y todo lo demás.
—Chicos, Kyle tenía razón. Venid a este lado —dijo Anderson.
Se amontonaron alrededor de un par de escotillas que mostraban una vista perfecta en la distancia del Objeto, así como de un pequeño Teseo aún más lejos. Una luz minúscula y muy brillante abandonó la nave Teseo y transcurría rápidamente en dirección al Objeto.
Se trataba de un misil.
—Las ojivas nucleares iban a ser nuestro último recurso para detener una amenaza existencial. No estoy segura de que el Objeto fuese capaz de destruir la Tierra —dijo Hannah.
—Es tiempo de represalias. La táctica favorita de los políticos. Lo que mejor saben hacer —se lamentó Valentina.
—Pues yo creo que estos aliens se lo merecían después de lo que nos han hecho —dijo Iris, con fuerzas renovadas gracias a los analgésicos.
—Estamos todos conmocionados y no sabemos lo suficiente sobre lo que ha sucedido en la base para justificar un ataque nuclear contra una civilización visitante, no importa lo que piense la Junta Directiva —respondió Hannah.
El misil se acercaba rápidamente a su objetivo. Kyle sintió una mezcla de alivio por haber logrado sobrevivir y de rabia porque la humanidad estaba a punto de volar en pedazos aquel artefacto tan increíblemente raro y sofisticado. Nadie tendría ya la oportunidad de descubrir su verdadero propósito.
El misil impactó sobre el Objeto con una enorme detonación, pero unos segundos más tarde, al agotarse la deflagración, permanecía inerte y sin daños.
—Fantástico. Ahora les toca a ellos. Estamos completamente jodidos —dijo Kyle incrédulo. La misión había dado de repente un giro pavoroso. Iban a bordo de un tren fuera de control a punto de descarrilar.
—¡Mirad, están lanzando un segundo misil! —dijo Anderson.
—Supongo que Chen es un firme defensor de la cantidad sobre la calidad. Dudo que el resultado sea diferente esta vez —dijo Hannah mientras esperaban el segundo impacto.
La nueva detonación no obtuvo mejores resultados. El Objeto resistió. Hubo una pausa larga y temerosa pero no se produjo ningún contraataque.
La voz de Chen resonó dentro del módulo lunar.
—Alex, prepara el módulo para el encuentro.
—Chen, ¿me dejarás terminar lo que te tengo que decir esta vez o tienes que llevar a cabo más planes fallidos? —preguntó Kyle.
—Adelante.
—Nuestro atacante puede seguir enganchado al exterior del módulo lunar. No hemos sentido ni escuchado ningún golpe contra el casco desde que despegamos y no lo podemos ver a través de ninguna de las escotillas. Los sensores tampoco detectan nada inusual, pero estamos lidiando con un bastardo terco y difícil y no podemos permitirnos el lujo de que entre en la Teseo.
—Una vez que estemos a vuestro alcance escanearemos el módulo y lo revisaremos dando una vuelta de trescientos sesenta grados antes de permitir que os acopléis.
—No hay problema, Chen. Realizaré dos rotaciones completas a lo largo de ambos ejes y luego nos decís lo que veáis —sugirió Alex.
—Recibido.
Al cabo de unos minutos, Chen volvió a abrir comunicación.
—Estamos a tiro. Comencemos. No hay tiempo que perder.
Ambas naves dispararon sus motores para encontrarse en unas coordenadas predeterminadas, lo suficientemente lejos del Objeto para, con suerte, escapar a posibles represalias, pero lo suficientemente cerca para que el combustible del módulo lunar no se agotara. Quince minutos después, la Teseo y el módulo lunar flotaban cara a cara en sincronía. La tripulación estaba a punto de descubrir si, después de todo, habían podido quitarse de encima ese monstruoso enjambre.
—Buenas noticias por ahora. Nuestro escáner de largo alcance no ha detectado nada extraño en el módulo. No hay cambios en su volumen, masa, composición o temperatura, pero llevemos a cabo un examen visual de todos modos, tal como lo planeamos.
Alex activó los propulsores para realizar dos rotaciones lentas mientras —a bordo de la Teseo— Chen, Raúl y Boris miraban por las escotillas para detectar cualquier cosa que pudiera estar fuera del módulo.
—No hay nada inusual. Alex, ¿es posible que se haya escondido dentro de los motores o en cualquier otra parte del vehículo? —preguntó Chen
—Lo dudo. No hay espacio de sobra en el motor y el enjambre es grande —unos dos o tres metros según se configure—. El módulo está diseñado para ocupar el menor espacio posible. Pero sabemos poco del enjambre. Quizá pueda encontrar una manera de encajar en el interior dado que cambia de forma fácilmente.
—Tenéis permiso para proceder, Alex. Asumiremos el riesgo. Bienvenidos a casa —dijo Chen.
//
Sonia miraba su bandeja de comida. A juzgar por su descuidada presentación, estaba segura de que la combinación que eligió del buffet —ternera a la Mongolia, buñuelos de gambas y lichis— estaría deliciosa. Pero tenía demasiadas cosas en la cabeza y la comida permaneció intacta.
—¿Todo bien, jefa? —preguntó Laura—. No estás comiendo nada.
—Lo siento Laura. No soy muy buena compañía hoy, ¿verdad? No puedo concentrarme en nada. Sigo pensando sobre el horror que hemos vivido y lo que debe haber sentido la tropa allí arriba, luchando contra ese monstruo y sabiendo que literalmente serían triturados para que sus compañeros pudiesen vivir. Y no puedo olvidar que dos de las armas más poderosas jamás desarrolladas ni siquiera se las arreglaron para abollar el Objeto. Estamos indefensos, Laura.
—No hay duda. Esta misión no va por buen camino, pero que fallaran los misiles quizá haya sido lo mejor para todos. Hemos dejado que nuestras decisiones sean dictadas por políticos necios, con sus típicas actitudes cobardes. Ahora nos enfrentamos a las consecuencias.
—Dios mío, Laura, qué panorama más atroz pintas. No me estás consolando precisamente, ¿sabes?
—A lo que me refiero es que, aun con esas, tengo esperanzas.
—¿Por qué?
—Los extraterrestres no han tomado represalias, ¿no es cierto?
—Podrían estar planeando sus próximos pasos.
—Dudo que necesiten tanto tiempo para destruirnos si ese fuera su objetivo. Estoy convencida de que el enjambre era un sistema de seguridad automatizado. Se desplegó por defecto.
La teoría de Laura parecía posible, pero Sonia continuaba preocupada.
—De acuerdo, incluso si tuvieses razón, al menos debes admitir que los extraterrestres deben haber sabido que el ataque estaba teniendo lugar y, sin embargo, no hicieron nada para detenerlo.
—Déjame pensar en lo que dices. Debe haber una explicación para eso. Vamos a caminar si ya has terminado de comer. Necesito estirar las piernas —dijo Laura.
Se levantaron, devolvieron sus bandejas y salieron de la cafetería al pasillo adyacente.
—Dios mío, cómo desearía que hubiera ventanas en este lugar —se lamentó Laura antes de continuar con sus argumentos—. Estoy de acuerdo en que es posible que los extraterrestres supieran del ataque y lo dejaran continuar de todos modos. Pero ¿y si no fuese así? Supón que su mundo natal esté a años luz de distancia, lo cual es muy probable. Cualquier señal que los objetos o la base misma hayan enviado a aquel planeta seguramente aún no ha llegado. O tal vez nunca se envió señal alguna. Simplemente no tenemos la información suficiente para sacar una conclusión certera.
—Cómo deseo que nunca hubiésemos disparado esos misiles. Es una decisión que siempre llevaremos a cuestas. Al igual que tendremos que aprender a aceptar la muerte de la mayor parte de nuestro contingente militar. Solo espero que esta raza nos deje en paz para que al menos tengamos la oportunidad de lamentar lo que hemos hecho.
—De ahora en adelante debemos asegurarnos de tomar decisiones más consideradas, Sonia.
—Eso espero.
—Venga, nadie dijo que esto sería fácil. Solo intenta escuchar mis consejos de vez en cuando. A estas alturas qué daño pueden causar, ¿no crees?
//
—Nunca me pude imaginar que me convertiría en un soldado, Kyle —se lamentó Hannah.
Se encontraban en el vestuario preparándose para otra misión más. La Junta Directiva les había ordenado abordar el Objeto a través de la nueva apertura y estudiar su interior. En esta ocasión, cada miembro de la tripulación debía llevar un arma y las únicas personas que quedarían en la Teseo serían Boris y, por supuesto, Iris porque estaba herida. Todos los demás habían sido alistados para reforzar las filas del grupo expedicionario en caso de que alguno más de esos enjambres estuviera a la espera.
—Aun así, entrenamos para el combate.
—¡No puedes decirme que alguna vez pensaste en que la cosa llegaría a esto! ¡A llevar tu propia arma e incluso dispararla contra un monstruo indestructible!
—He de admitir que no me lo imaginé del todo. Soy un académico poco agresivo. Pero nada de esto estaba apuntado en mi lista de cosas por hacer, Hannah, no solo la cuestión de las armas. Lo que estamos viviendo es tan brutal que empiezo a resignarme a lo que venga. Estamos fuera de control.
—Bueno, no te rindas. No creo que ese enjambre perteneciera a la cultura que construyó la base. Me pareció que se comportaba como un depredador sin inteligencia. Creo que podría haber una tripulación razonable en la nave y tal vez podamos comunicarnos con ellos. Incluso si no encontramos a nadie, estoy segura de que aprenderemos mucho —espero que tengamos suerte y comencemos a desentrañar este misterio—. Estoy emocionada —dijo Hannah mientras se colocaba el casco.
—Eres admirable, Hannah. Supongo que el ataque podría haber sido causado por nuestra entrada a la fuerza en la base. En esta ocasión vamos a cruzar una puerta abierta, no a quebrantar la entrada. Se parecerá más a una visita. Y si no tomaron represalias incluso después de que intentamos atacarlos con los misiles…
—Exactamente.
—Espero que dispongamos de tiempo suficiente para grabar. Estoy tan impaciente por regresar a la Tierra para examinar la evidencia… Y si establecemos comunicación con alguien, bueno, eso ya sería …—dijo Kyle cerrando su casco con un clic.
—Coged vuestras armas y la munición extra. —La voz de Chen no calmaba los nervios precisamente—. Siento tener que pediros que dejéis atrás gran parte del equipo científico, pero no puedo permitir que carguéis con cosas no esenciales. Puede que tengamos que volver a correr.
—Me dejaréis al menos que traiga un kit de emergencia, ¿no? —suplicó Valentina a Raúl, a quien consideraba el «policía bueno».
—Tú decides lo que es esencial. Pero recuerda que cada uno de nosotros ya lleva suficiente oxígeno para una salida de tres horas además de su arma, diez granadas, mil balas, la mezcla de termita y el kit de herramientas estándar. Queremos que puedas correr y disparar fácilmente. Todo lo demás es secundario esta vez —respondió Raúl mientras miraba a cada uno de ellos para asegurarse de que todos le habían escuchado.
La última tarea del equipo fue ponerse sus SPP y lanzarse al espacio, directamente hacia la puerta abierta del Objeto.
Kyle fue el último en cruzar el umbral de la apertura. Se abría hacia una estancia vacía tan grande como el hangar de un avión. Estaba inundada de una luz suave y cálida como todo lo demás de origen extraterrestre que habían visto hasta entonces.
Sus compañeros de equipo yacían en el suelo o intentaban levantarse. Todos se habían caído debido a la repentina atracción de la gravedad artificial dentro de la nave.
Entonces, Kyle sintió el tirón familiar del campo de contención al flotar dentro del hangar. Trató de evitar aterrizar torpemente, pero al final él también perdió el equilibrio. Los seres humanos no están preparados para adaptarse a cambios repentinos en la fuerza universal de la gravedad.
—¿Estás bien, Kyle? —preguntó Valentina.
—Si, pero nunca me acostumbraré a esto.
—¡Muy bien, equipo! Ya sabéis qué hacer. Colocaos en formación de una sola fila adoptando postura defensiva —ordenó Chen.
—Como sospechaba, la temperatura es templada, veinte grados centígrados, y la atmósfera también es respirable —confirmó Anderson.
—Y esta vez afortunadamente no hay silbidos —añadió Alex.
—No entremos en conclusiones precipitadas. Manteneos en guardia y seguidme —dijo Chen.
Caminaron lenta y cautelosamente hacia el centro del enorme hangar e incluso más allá, hacia una pared que presentaba una serie de puertas abiertas. Había marcas al lado de cada una como las que vieron en la base lunar. Pero allí los símbolos habían sido tallados en cemento. Estos eran digitales, iridiscentes, de un tono amarillo ligeramente diferente al de la pared misma.
—¿Qué puerta elegimos, Chen? —preguntó Raúl.
—¿Hannah? ¿Kyle? ¿Alguna preferencia?
—No tengo la más mínima idea, capitán —respondió Kyle.
—Tampoco a mí se me ocurre nada —dijo Hannah.
—¿Para eso os pagan tanto dinero? —bromeó Chen.
—¿Quién ha dicho nada de mucho dinero? —respondió Hannah sonriendo.
Chen tomó la decisión.
—Nos quedamos con la del medio.
Se acercó a la puerta y se detuvo brevemente al principio de un corredor de diez metros que terminaba en una intersección en forma de T. Entró y los demás le siguieron caminando lentamente con las armas apuntando al frente. Al llegar a la intersección, giraron a la derecha.
Estaban en un nuevo pasillo que tenía una puerta abierta y varias cerradas, todas marcadas. Al entrar en la única sala abierta, se sorprendieron.
Se parecía a un dormitorio cualquiera de nuestro planeta, excepto que los muebles estaban formados por simples planos horizontales y verticales que flotaban sobre el suelo: una cama de tamaño humano, un asiento y un escritorio vacíos. Todo estaba compuesto del mismo material iridiscente y liso que veían en todas partes. Era como si el ocupante del dormitorio lo hubiera abandonado dejando solo los muebles. No quedaban dispositivos, ni ropa de cama, ni artículos personales.
Lo más sorprendente era la falta de pared frente a la entrada. Era una ventana completamente abierta al espacio que mostraba una vista bellísima de las parpadeantes estrellas. Un inmenso mar negro y azul oscuro moteado de puntos incandescentes tan remotos como atrayentes.
—¿Quizá sea la cabina de un miembro de la tripulación? —preguntó Hannah.
—Hermosa habitación —dijo Kyle—. El primer dron que enviamos no detectó ninguna ventana en la superficie de la nave. Podría ser una pantalla de visualización.
—O tal vez abriste las ventanas junto con la puerta cuando presionaste al azar todos esos botones en la base lunar —bromeó Anderson.
—¿Al azar? De ninguna manera, todo fue metódico. El hecho de que no fueras consciente de lo que estaba haciendo no significa que yo no lo supiera —sonrió Kyle.
—No, habríamos visto estas aperturas desde la Teseo. Como dijo Kyle, probablemente esta sea una pantalla que proyecta lo que está fuera —dijo Hannah.
—Bueno, de cualquier modo que hayan logrado construir esto, es espectacular —concluyó Valentina.
Al salir de la habitación Chen intentó abrir la siguiente puerta. Pasó su mano alrededor del marco, empujando aquí y allá. Trató de levantar la puerta —todo sin suerte—.
—Es extraño que nadie se haya presentado para saludarnos. Esta nave ha estado claramente ocupada por una tripulación. ¿Es posible que ahora se encuentre vacía? Si fuese una sonda robótica, ¿por qué tiene habitaciones y letreros por todas partes? —se preguntó Alex.
—¿Tal vez la tripulación se fue después de llegar aquí? En cuyo caso, ¿cómo lo hicieron sin que nos diéramos cuenta? ¿Si no es una sonda, se trata quizá de una nave vacía controlada de forma remota o que viajaba en piloto automático? De cualquier manera, alguien la trajo hasta aquí. Y, por cierto, acabamos de empezar a explorarla. No deberíamos llegar todavía a la conclusión de que está vacía —dijo Kyle.
—La anatomía de esta especie es de proporciones similares a la nuestra, eso es seguro. A pesar de que sus vehículos y la base lunar son enormes, lo que hay dentro de estos espacios parece diseñado a escala humana —dijo Hannah.
—A juzgar por su alfabeto, su comunicación escrita también se parece a la nuestra. Está más cerca del conjunto limitado de caracteres de nuestros sistemas de escritura contemporáneos que de los métodos jeroglíficos o pictográficos —añadió Kyle.
—¡Estáis bajando la guardia, chicos! Manteneos enfocados —advirtió Chen al equipo.
—Sí, capitán —respondió Raúl dando la vuelta y echando a los científicos una mirada estricta.
Caminaron por muchos pasillos más, pegando metódicamente sus marcadores en las paredes de cada esquina. Tan emocionante como había sido la misión, no pudieron evitar sentirse desanimados debido a lo vacío que estaba todo. Les quedaban menos de dos horas y media de oxígeno y la esperanza de encontrar a los extraterrestres se desvanecía.
Chen levantó el puño derecho para detener el avance.
—¿Oís eso?
—No, ¿qué es? —preguntó Hannah.
—Escucha con más atención. ¿Puedes oír un leve zumbido?
—¡Oh, no, ya estamos de nuevo! —temió Anderson.
—Sí, lo oigo. Aunque, no creo que se trate de un enjambre. El sonido es más tenue y parece menos siniestro —dijo Kyle.
—O tal vez está lo suficientemente lejos como para parecerlo —dijo Hannah.
—Sigamos adelante. No quiero separar al grupo esta vez. Tendremos una mejor oportunidad de defendernos si nos mantenemos unidos —ordenó Chen.
Se acercaron a otra intersección. Raúl estaba a punto de colocar un marcador en la pared cuando algo casi lo golpeó. Flotó en su dirección procedente del otro lado de la esquina.
El soldado tropezó, pero recuperó el equilibrio rápidamente y apuntó con su arma al intruso mientras el resto del grupo hizo lo mismo con las suyas.
Se trataba de una pequeña máquina voladora parecida a una mariposa o a un colibrí. Sus alas batían muy rápido. Por supuesto, estaba hecha del mismo material que el resto de la nave.
Se detuvo en el aire durante un par de segundos, mirándolos sin alarma ni agresión, a pesar de que todos tenían sus armas apuntadas. Después de una breve pausa pasó flotando junto a ellos.
Asombrados, se giraron para mirarla con curiosidad antes de que desapareciera por otro pasaje.
—¿Visteis eso, Plesetsk? —preguntó Kyle.
—Nos dio un buen susto —respondió Sonia.
—¿Qué demonios es? —preguntó Raúl, confundido.
—¿Quizá la tripulación sean todos robots? —supuso Alex.
—No lo creo. De nuevo, todo está diseñado para seres de proporciones y tamaños aproximadamente humanos. —respondió Hannah con paciencia.
—Pero si ese es el caso, ¿dónde están todas esas supuestas personas, eh? —preguntó Raúl. —Vemos solo robots, no formas de vida biológicas.
—Ojalá lo supiera. —Era todo lo que Hannah realmente podía decir al respecto.
La voz de Boris desde la Teseo interrumpió sus especulaciones.
—Chicos, Iris se siente peor. Está delirando y no responde. Tiene cuarenta grados de fiebre y la herida de la pierna está en carne viva. Deberíais daros prisa. Debemos llevarla de vuelta a la Tierra cuanto antes.
—Escúchame, Boris —ordenó Valentina con autoridad—. Duplica la dosis de antibiótico intravenoso, dale treinta miligramos de Oxicodona y colócale hielo en la frente y las muñecas hasta que baje su temperatura. Volveremos tan pronto como sea posible.
—Entendido.
—De acuerdo, equipo, ya escuchasteis a Boris. Tenemos que ir rapidito —dijo Chen tomando nuevamente la delantera al trote.
//
Anduvieron durante media hora sin incidentes cuando se toparon con un gran atrio circular. Tenía una cúpula muy similar a la que vieron en la base lunar, aunque obviamente no estaba hecha de hormigón. También había varias puertas triangulares alrededor del perímetro y, como siempre, una de ellas estaba abierta.
—No se les puede achacar de ser poco consistentes —dijo Sonia—. Apuesto a que es una sala de control.
Raúl entró y miró brevemente a su alrededor.
—Sí. La misma mesa de control en el centro, la misma ventana de vidrio que da a un hangar. Hay tres pequeños triángulos aparcados y la habitación en sí es más pequeña que la de la base —de unos veinte metros cuadrados, diría yo—.
—Está bien, vamos —ordenó Chen.
—Espera un segundo… ¡Capitán! ¡hay un cadáver tirado en la esquina!
Tardaron un momento en procesar esas palabras.
—Ya voy, Raúl. El resto de vosotros, quedaos aquí —dijo Chen.
Hannah empezó a agitarse con entusiasmo.
—¡Sabía que íbamos a encontrar a la tripulación, pero nunca había imaginado que estarían muertos!
—¿Y solo un integrante en más de una hora de búsqueda? —preguntó Valentina—. Debe haber otros, pero me imagino que también estarán muertos o hubieran celebrado un funeral para su compañero de tripulación. Por el contrario, está ahí solo y tirado.
—Chen, no aguantamos más. ¿Podemos entrar? —preguntó Hannah.
—Adelante. Es seguro.
Se dirigieron apresuradamente a donde se encontraba el cadáver. Hannah y Valentina se arrodillaron a su lado mientras los demás miraban asombrados. Raúl se volvió para vigilar la entrada.
—Teseo, Plesetsk, ¿Nos recibís? —preguntó Valentina mientras se ponía muy cerca del cadáver para que su cámara grabara cada detalle.
—A la perfección —respondió Boris.
—Pertenece a un humano en estado avanzado de descomposición y sin trauma evidente. Tomaré muestras de tejido para hacer pruebas de ADN. A juzgar por la estructura del esqueleto y su tamaño, estoy segura de que se trata de un hombre adulto que murió hace años. Es difícil precisar la fecha dadas las circunstancias. Lo sabremos una vez que regresemos a la Tierra y realicemos más análisis —dijo la doctora.
—Está desnudo —observó Kyle.
—En efecto —respondió Valentina, confirmando lo evidente.
—¿Nadie más piensa que eso es extraño? —continuó Kyle mirando al grupo.
—Desde luego. —Hannah estuvo de acuerdo—. Todas las culturas humanas conocidas a lo largo de la historia utilizaban algún tipo de indumentaria adaptada a sus entornos naturales y a sus costumbres.
—La pregunta más importante no es qué no lleva puesto, sino cómo llegó aquí en primer lugar. Pienso que no se trata de un miembro de la tripulación —observó Anderson.
—¿Qué quieres decir? ¿Quién más podría ser? —preguntó Chen, muy confundido.
—Si este tipo proviene de otro planeta, la teoría entera de la evolución se pondría en cuestión porque, bueno, ¿cómo podría propiciar la evolución del ser humano un entorno que no sea la Tierra? Y si él y el resto de la tripulación son terrestres, ¿cuál sería la explicación para ello? Nadie en nuestro planeta puede construir naves o bases lunares tan avanzadas como estas.
—Te entiendo, Anderson, pero ¿de dónde crees que vino entonces? —preguntó Hannah, impaciente.
—Podría ser un humano contemporáneo, como nosotros. No puedo creer que esté realmente afirmando esto, pero probablemente fue abducido.
—No hablas en serio —objetó Alex.
—Mira a tu alrededor. ¿Dónde diablos crees que estamos? ¿Se mantienen aún en pie tus preciosas creencias científicas? —respondió Anderson.
—Nos vemos obligados a considerar que lo que dice Anderson es posible. Pero, como a Hannah le gusta recordarnos cada cinco minutos, la nave está construida a escala humana y nadie sabe cómo diseñar algo así. Deberíamos examinar la consola de control para tratar de confirmar quiénes son estas personas —sugirió Kyle mientras caminaba de regreso a la consola central.
Colocó la palma de su mano derecha con una breve vacilación directamente sobre la superficie y, al igual que sucedió en la base, la habitación cobró vida. Pero esta vez las paredes, el suelo y el techo se «disolvieron» de repente. El efecto les hizo tambalearse, sorprendidos. Se encontraban de pie en medio del espacio. Podían ver la luna que se alzaba enorme justo debajo de ellos, la Tierra más lejos y el inmenso manto de estrellas como telón de fondo. También podían ver la Teseo a un lado.
Una superposición holográfica tridimensional de vectores y símbolos naranjas apareció en su entorno cubriendo el espacio colindante.
—Vaya espectáculo —dijo Alex mirando a su alrededor.
—Creo que los pilares de control se activan simplemente con la forma de una mano humana. Dudo que empleen biometría porque llevo guantes y, aunque la usaran, mi ADN y mis huellas dactilares no coincidirían con los de ningún miembro de la tripulación.
—Intenta tener más cuidado que la última vez. Tuvimos suerte de que solo lograras abrir una puerta. No quiero que nos embarquemos en un viaje intergaláctico no programado —advirtió Chen.
—Ser cuidadosos no nos ayudará a descubrir de qué se trata todo esto y eso es lo que vinimos a hacer aquí, ¿no? No sabemos con certeza que fui yo quien abrió la puerta de la nave en primer lugar —respondió Kyle mirando a Chen.
—Bueno, si no fuiste tú, ¿quién lo hizo entonces? ¿Y con qué fin?
—Es mejor no especular… Veo un conjunto de pequeñas etiquetas tridimensionales flotando cerca de ti, Chen. Se parecen a una estructura de archivos de ordenador como los de casa.
Kyle extendió ambas manos hacia los archivos, intentando diferentes movimientos hasta que encontró una manera de enfocarse en las etiquetas haciendo un zoom.
—Toda la sala es una interfaz gestual similar a las de nuestros teléfonos en la Tierra. Esto refuerza la teoría de Hannah de que los diseñadores de esta nave son humanos —compartimos la misma ergonomía y cognición—. El cadáver seguramente era uno de ellos, no un secuestrado contemporáneo de los nuestros —observó Kyle.
—¿Qué crees que esconden esas etiquetas, Kyle? —preguntó Hannah.
—No tengo la menor idea, pero intentaré averiguarlo.
—¿Y qué hay de las tres naves triangulares en el hangar? —preguntó Alex a nadie en particular—. Parecen transbordadores para viajes cortos, algo así como nuestro propio módulo lunar.
—Sí, pero no nos preocupemos de ellos todavía. Deja que Kyle haga lo suyo —le respondió Hannah.
—Hay dos tipos de etiquetas según su color, por lo que quizá representen dos clases diferentes de archivos. El texto al lado de cada uno sigue un patrón y supongo que son nombres de archivos. Con suerte puedan incluir fechas o números de versión. Estoy empezando a diferenciar las letras de los números. Sin embargo, necesito ver más archivos para estar seguro —dijo Kyle, entusiasmado mientras intentaba desentrañar la base de datos.
Hizo un gesto infructuoso en el aire frente a su cara, deslizando sus dedos verticalmente. Luego intentó deslizarlos lateralmente, también sin éxito. Se paró a pensar y se dio cuenta de que podría intentar desplazarse a lo largo del eje Z para aprovechar la interfaz tridimensional. Instintivamente, hizo un movimiento como de «tirar» hacia sí con ambas manos, un gesto de «ven aquí». Eso resolvió el problema. La interfaz se enfocó más allá del primer conjunto de archivos para mostrar un segundo grupo como si Kyle hubiera avanzado. Repitió el gesto con el mismo efecto, cada vez tomando nota del color de las etiquetas y las marcas alfanuméricas de cada una.
El resto del equipo observó a Kyle en una especie de trance mientras Valentina continuaba examinando el cadáver en solemne silencio.
—Intenta abrir uno de los archivos. No tenemos mucho tiempo —solicitó Sonia.
—Afirmativo. Estoy en ello —respondió Kyle.
Después de algunos intentos, el gesto válido resultó ser el mismo que el pellizco que se usa para alejarse de la superficie de los mapas digitales en tablets y teléfonos. Un sinfín de letras comenzaron a flotar sobre una especie de cubo virtual que podía rotarse para mostrar cada uno de sus seis lados.
—Es un archivo de texto mapeado sobre un volumen tridimensional. No siempre utilizan triángulos o pirámides, especialmente si el contexto de uso se ve obstaculizado por la adherencia rígida a un polígono específico —observó Kyle mientras lograba abrir el cubo para mostrar un segundo cubo en el interior: más «capítulos» por así decirlo.
—Al igual que sus habitaciones no son piramidales. Prefieren lo triangular, pero solo cuando tiene sentido. —Hannah se mostró de acuerdo.
—Voy a abrir un montón más de estos archivos para establecer que el rojo significa «texto». Anderson, Alex, una vez que los haya abierto, desplazaos y filmad el contenido de todos ellos para un análisis posterior.
—Entendido —respondió Alex.
Después de unos minutos, unos cien cubos de texto flotaban en el espacio y ambos comenzaron a grabar.
—Si estoy en lo cierto, el próximo lote de archivos será mucho más fácil de entender. —Kyle abrió uno de los elementos marcados en azul y toda la habitación se quedó sin aliento.
Apareció un gran «marco» cúbico mostrando un video clip en tres dimensiones. Les llevó un tiempo darse cuenta de que estaban viendo el equivalente de vídeos caseros. O, más precisamente, un documental. Había sido filmado utilizando múltiples cámaras de trescientos sesenta grados desde diferentes puntos de vista: eran como imágenes de drones, tal vez filmadas por robots como la mariposa que encontraron antes. No parecía una grabación de videovigilancia o una cámara de seguridad. Había sido editado adecuadamente formando una narrativa coherente.
El video mostraba lo que podría ser una parte de la tripulación de la nave de pie y reunidos alrededor de un hombre. Se podían ver varios robots yendo y viniendo. Había cuatro hombres y seis mujeres, algunos de tez más oscura que otros, todos con cabello largo, camisas de diferentes colores y diseños y pantalones beige holgados. Las mujeres tenían sus caras pintadas en llamativos patrones geométricos.
El hombre del centro parecía ser el líder y se dirigía al grupo en una lengua desconocida que sonaba similar a los idiomas de Oriente Medio.
—Dios mío, esto es increíble. ¡Finalmente los estamos viendo! De verdad son humanos —dijo Hannah.
—Creo que nos topamos accidentalmente con la bitácora de la nave. Es sorprendente que no configuraran ninguna medida de seguridad que impidiera que un total extraño como yo accediese a sus datos. Deben haber confiado mucho los unos en los otros… o tal vez eran de una credulidad excesiva —reflexionó Kyle.
—Probablemente no esperaban ningún visitante. Hay muchos archivos de video. Grabemos el contenido de tantos como podamos. Ojalá pudiéramos meterlos todos en un disco duro y llevárnoslos de regreso a la Teseo —dijo Hannah.
—Y así cuando estemos en casa podremos reproducirlos en nuestros ordenadores —bromeó Kyle.
//
El siguiente video los dejó boquiabiertos. Mostraba a un grupo de seis hombres sentados en sillas flotantes en medio del espacio —en una sala de control similar— aunque de un tamaño mucho más pequeño, probablemente perteneciente a uno de los transbordadores aparcados en el hangar.
Se acercaban rápidamente a un planeta liso, de color blanco-azulado y entraron en su atmósfera a una velocidad vertiginosa, aparentemente sin decelerar en absoluto. El efecto para quienes veían el video era desconcertante.
El transbordador se detuvo de repente a menos de un metro de la superficie del planeta, sin haber reducido su velocidad, sin rebote alguno y sin sacudidas ni impactos. Solo se percibió una ausencia total de movimiento. Energía perfectamente disipada y redirigida.
—Esto es una locura. Han descubierto la manera de deshacerse de las fuerzas inerciales, centrífugas y centrípetas junto con la gravedad. También pueden desplazarse sin fricción —exclamó Kyle.
En el vídeo, un miembro de la desconocida tripulación pronunció algunas frases breves y sucedió algo notable. Las paredes de aquella sala reaparecieron y los asientos de la tripulación envolvieron a cada uno de ellos al ponerse de pie: las sillas se transformaron en una especie de trajes formados por pequeñas superficies triangulares que les cubrían de pies a cabeza. Su nueva armadura parecía un mosaico dorado sin costuras.
Los seis hombres salieron de la sala de control del transbordador seguidos por cámaras y atravesaron un pasillo vacío similar a los de la nave nodriza. Llegaron a una habitación que se abría a un duro mundo exterior. Por un breve momento, se pararon uno al lado del otro justo en el borde de la nave y, sorprendentemente, comenzaron a levitar hacia el planeta helado y montañoso más allá de la puerta.
Fueron transportados de pie perpendicularmente a solo unas pocas pulgadas al suelo. Seguramente las escafandras tenían la capacidad de anular la gravedad incluso fuera de sus naves.
Las condiciones planetarias no parecían ser hospitalarias para los humanos. El viento era fortísimo y debía hacer mucho frío a juzgar por la lluvia helada que los rodeaba. Todo el suelo estaba cubierto de nieve y hielo, aunque podría no ser agua debido a su tinte azulado. El cielo nublado era de un hermoso color aguamarina y las nubes oscurecían todas las estrellas y cualquier luna que hubiera. No se podía saber si la expedición tuvo lugar durante el día o la noche porque la luz del exterior era espectral —de una intensidad apenas suficiente para ver claramente el paisaje, como si estuviesen bajo la luna llena en la Tierra—. No se veía flora o fauna alguna, al menos no todavía. Kyle se preguntaba si los exploradores iban en busca de vida o si trataban de extraer minerales o combustible del planeta.
Hablaban con moderación los unos con los otros mientras flotaban alegremente, ajenos a la tormenta de nieve que los envolvía. Nunca dudaron. Nunca se detuvieron para orientarse o decidir a dónde ir. Parecían saber exactamente lo que tenían que hacer y cómo.
Después de unos minutos, el grupo llegó al borde de un acantilado con vistas a un profundo y ancho cañón. Kyle, que le tenía miedo a las alturas, observó con un escalofrío cómo aquellos seis personajes se lanzaban directamente hacia el fondo. Estaba claro que controlaban su caída libre, pues iban con los pies hacia abajo y no se tambaleaban. Aun así, la escena se desarrolló demasiado rápidamente a juicio de Kyle.
Detuvieron su caída repentinamente a escasos centímetros del suelo del cañón. Luego continuaron avanzando hacia la pared opuesta que debía estar a unos quinientos metros de distancia. A medida que se acercaban, Kyle y compañía vieron una superficie triangular, como una puerta, directamente en la pared. Era muy similar a la que encontraron en la luna.
La puerta se abrió automáticamente y el grupo la atravesó.
—A esta gente les gustan las estructuras simples y uniformes. Están muy centrados en la coherencia estructural. Sus sociedades deben ser tremendamente organizadas —observó Alex.
Los exploradores pasaron sin esfuerzo de la levitación a caminar mientras sus trajes ambientales se disolvían como por magia. Atravesaron una serie de largos corredores hasta llegar a una puerta sellada con un extraño símbolo grabado en piedra. No se trataba de un conjunto de letras sino más bien de un pictograma que mostraba a una persona, rodeada por unas pocas líneas onduladas, de pie dentro de un triángulo.
Aquello fue bastante sorprendente para Kyle, pues era el primer icono que habían visto durante toda la misión. Hasta entonces había supuesto que esa cultura alien no utilizaba arquetipos gráficos distintos de los caracteres alfabéticos convencionales y eso le había resultado extraño.
En las imágenes de la grabación que todos miraban atónitos, la puerta se abrió automáticamente revelando una pared de líquido naranja que llegaba hasta el mismo umbral. Como de la nada, un casco cubrió la cabeza de cada uno de los tres miembros de la expedición y éstos entraron mientras los otros tres permanecieron fuera.
Nadaron hasta el centro de una habitación completamente sumergida en el líquido naranja. De sus cascos salían burbujas de oxígeno. Poco después Kyle y compañía observaron las escenas más perturbadoras que habían visto durante esa misión que ya iba repleta de ellas.
El centro de la habitación inundada estaba ocupado por unos treinta humanos desnudos, tanto hombres como mujeres, suspendidos verticalmente en el líquido y de pie… muy quietos, con los brazos a los lados. No estaban dormidos ni muertos, sino muy vivos pues, a pesar de la inmovilidad de su cuerpo, sus cabezas se movían frenéticamente y sus rostros exhibían muecas retorcidas. En pocas palabras, no parecían estar contentos. La otra cosa extraña era que ninguno de esos humanos llevaba casco ni aparato de respiración alguno.
Los tres buceadores, por llamarlos de alguna manera, cogieron a uno de los cautivos, una mujer, y la llevaron hacia la pared opuesta donde se había abierto una pequeña puerta triangular. Desaparecieron a través de ella y ese fue el final del video.
—¿Qué demonios es eso? —preguntó Kyle, de repente muy preocupado por estar allí y haber sido testigo de tal cosa.
—Una especie de cárcel acuática —declaró Hannah.
—Definitivamente. ¿Pero por qué encerrar a los cautivos en una piscina? ¿Y cómo diablos podían respirar sin cascos?
—No tengo la más mínima idea. Fue muy perturbador verlos llevarse a aquella mujer a través de ese pequeño agujero. Me pongo claustrofóbica solo de pensarlo.
—¿Alguna idea de qué planeta se trataba, Hannah?
—No lo sé, pero no está en nuestro sistema solar. No se parece a ninguno de nuestros planetas o lunas. Eso es seguro.
—Por lo que a mí respecta, todo esto es de locos. Será mejor que salgamos de aquí pronto —advirtió Raúl.
—Este corto se merece el Oscar al más inquietante —dijo Hannah.
—Nos estamos preocupando por vuestra seguridad de nuevo —anunció Sonia desde la Tierra—. Tratad de encontrar tantas respuestas como sea posible pero no vamos a prolongar la visita más de lo necesario.
—Tú y el resto de la Junta Directiva estáis sanos y salvos en vuestras acogedoras oficinas, Sonia. Nosotros somos los que estamos arriesgando el pellejo aquí, pero es bueno saber que están tan preocupados —dijo Raúl.
—Puede que estemos a salvo aquí en la Tierra… por ahora. Si esos aliens dementes deciden intentar algo en nuestra contra, ¿cómo lo evitaríamos? —se lamentó Sonia.
—Bueno, todos tranquilos. Por ahora vamos a abrir más archivos de vídeo y olvidemos lo que hemos visto. Puede que haya una explicación más sencilla para lo que acabamos de ver —una explicación que no incluya la idea de que esta especie sean unos perversos coleccionistas de seres humanos—. Es posible que hayamos visto imágenes de un balneario o un hospital. Los «cautivos» podrían haber sido pacientes en tratamiento. Simplemente no lo sabemos —dijo Kyle, conciliador, tanto para su propio beneficio como para el de los demás.
—Sí, ni tú mismo te lo crees —sentenció Raúl.
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Por espacio de media hora vieron diez vídeos más. Afortunadamente, ninguno de ellos había sido tan inquietante como el primero. Más tarde, se propusieron examinar archivos del inicio, la mitad, y el final de una colección que contenía cientos, si no miles. Grabaron unos minutos de cada uno. Ese método era preferible que tener tiempo de grabar solo un par de videos en su totalidad. Esperaban poder capturar a la tripulación en tantas situaciones diferentes como fuera posible para obtener una idea precisa de sus vidas.
Muchas de las cosas que los videos mostraban le resultaron familiares a Kyle y Hannah. Ya era inapelable el hecho de que se trataba de una tripulación humana… o al menos un facsímil. Aunque también había cosas raras.
Por ejemplo, las herramientas, utensilios y muebles aparecían y desaparecían en el aire. La tripulación nunca tuvo que recoger ni guardar nada. Con pocas excepciones —como la consola de control central, los robots y las paredes de la nave— lo demás iba y venía al alcance de la mano.
—Todo lo que usan está hecho del mismo color beige, de ese material difuso, excepto la ropa —dijo Hannah.
—Es como si hubieran descubierto cómo imprimir instantáneamente cualquier cosa en 3D en cualquier lugar para luego disolverlo. Lo único que esta nave necesita almacenar son átomos que pueden ser reconfigurados en diferentes cosas para luego reciclarse. No es de extrañar que todo esté tan vacío. Sabían cómo viajar ligero. ¿Te imaginas si todas tus pertenencias pudieran aparecer a voluntad y ser eliminadas en cualquier momento?
—El sueño de todo minimalista. —Hannah estuvo de acuerdo.
En otro vídeo la tripulación se encontraba sentada en una especie de comedor, alimentándose de pequeños y multicolores trozos piramidales como de gelatina. Eran servidos en platos triangulares que también aparecían y desaparecían espontáneamente. Los vasos tenían cuatro lados y eran de base triangular. Obviamente, la parte superior estaba abierta. Los líquidos que bebían también eran policromados.
—Parece que necesitaban almacenar moléculas nutricionales en la nave para preparar esa especie de sushi y las bebidas —dijo Kyle.
En otro vídeo, vieron un gimnasio donde algunas personas se ejercitaban con máquinas y pesas que se disolvían en el aire una vez habían sido utilizadas.
—Me pregunto si sus ropas también son desechables —dijo Valentina.
—Dudo que lo sepamos a menos que se hayan filmado vistiéndose por la mañana —respondió Raúl.
—El cadáver estaba desnudo. Tal vez su ropa desapareció cuando murió.
Los vídeos mostraban a la tripulación en situaciones muy variadas: dirigiendo la nave desde el puente de control, andando por los pasillos, realizando tareas misteriosas en diferentes habitaciones, volando en los transbordadores y apresurándose durante lo que supuestamente eran emergencias.
—Muy bien chicos, es hora de irnos —dijo Chen.
—Solo unos pocos archivos más. No tardaremos mucho —se quejó Hannah.
—Necesitamos tiempo para regresar a la Teseo. No quiero que nos quedemos sin oxígeno por arriesgarnos demasiado.
—Bueno, si eso es todo lo que te preocupa… mira —dijo Hannah, molesta, quitándose el casco para gran alarma y sorpresa de Chen.
Todos se detuvieron en seco.
Respiró algunas bocanadas profundas de aire sin ningún efecto adverso.
—¿Cómo huele? —preguntó Kyle.
—¿Por qué no lo averiguas por ti mismo?
Kyle se quitó el casco con un siseo neumático y percibió un olor muy neutro. Simplemente aire normal y respirable que llenaba sus fosas nasales y sus pulmones.
—Debéis mantener los cascos puestos para activar las cámaras. De lo contrario, ¿cómo grabaremos vuestra preciosa evidencia? ¿Cómo nos comunicaríamos con la Teseo y el Control Central? —objetó Chen.
—Claro, vamos a tener que dejarnos los cascos puestos, pero he demostrado que nos los podemos quitar con seguridad si se nos acaba el oxígeno. Vaya, que no tenemos por qué asfixiarnos antes de volver —dijo Hannah desafiante.
Kyle se fue al final de la secuencia de archivos y abrió lo que parecía ser el último vídeo —al menos dentro de ese grupo en particular—. Mostraba a un hombre mayor empujando sin esfuerzo una plataforma flotante donde una anciana descansaba muy quieta con los ojos cerrados.
Recorrió varios pasillos hasta que llegaron a una puerta que se abría automáticamente. El hombre empujó la «camilla» dentro de una habitación muy grande que contenía innumerables cajas grandes, parecidas a sarcófagos, dispuestas en filas. Cada sarcófago se veía completamente cubierto de símbolos y flotaba horizontalmente a escasos centímetros del suelo. Estaban elaborados con el mismo material opaco y brillante que el resto de la nave.
El viejo se dirigió a un espacio vacío al final de una de las filas donde un sarcófago sin tapa apareció de la nada. Con ternura, levantó a su colega inerte y la colocó dentro.
El hombre dio un paso atrás tarareando una melodía misteriosa y bajó la cabeza como si rezara o meditara. Sacó un montón de cuerdas coloridas de uno de sus bolsillos, atándolas con nudos elaborados. Cuando había terminado, colocó las cuerdas ya anudadas en forma triangular sobre el pecho de su colega y el sarcófago se selló automáticamente. Ese fue el final del vídeo.
Todos callaron, reflexionando sobre las implicaciones de una escena tan notable.
—Acabamos de presenciar un funeral —dijo Hannah.
—Claramente —coincidió Kyle—. Pero solo asistió una persona. ¿No os parece extraño?
—Sí, pero podría ser parte de su tradición —dijo Valentina.
—Bien, pero ¿y si hemos visto el funeral del penúltimo miembro de la tripulación y es por eso que solo asistió una persona? Ambos parecen bastante viejos y la habitación está hasta los topes de sarcófagos sellados. Acordaos de que vimos personas mayores en algunos de los otros vídeos… ¡tal vez todos envejecieron juntos a bordo de la nave! —dijo Hannah.
—Qué destino tan sombrío ser el último en vivir en una nave vacía durante quién sabe cuánto tiempo —añadió Kyle.
— Si eso es así, la tripulación pasó una gran parte de sus vidas en esta nave y también murió en ella. ¿Estaría ese proceso predeterminado o se perdieron durante sus viajes? Tenemos que encontrar la cripta —dijo Anderson.
//
El grupo atravesó la nave durante otra hora en busca de la sala de sarcófagos. A medida que avanzaban por los pasillos, lo único que encontraron fueron varios robots mariposa que les prestaron breve atención antes de alejarse flotando.
Kyle seguía mirando los símbolos en todas partes para tratar de identificar los que vio en el vídeo junto a la puerta de la cripta. Estaban empezando a perder la esperanza. Podrían tardar días enteros en explorar una nave de ese tamaño, pero finalmente tuvieron la gran fortuna de encontrarla. Sin embargo, la cripta estaba cerrada y sus esfuerzos por abrirla fallaron una vez más.
—¿Por qué no se abren automáticamente estas malditas puertas como lo hacen para la tripulación? —gritó Raúl.
—Es posible que reaccionen a datos biométricos —ofreció Alex.
—Tal vez, pero me fue posible manejar sus sistemas de archivos sin ninguna barrera de seguridad. En la Tierra están comenzando a aprovechar el potencial de las señales cerebrales para mover cosas o controlar software a un nivel muy básico. Una especie de telepatía —dijo Kyle.
—La tecnología aquí es tan avanzada que no me extrañaría que su sociedad hubiera descubierto la telequinesis —dijo Alex.
—No perdemos nada por intentarlo. Vamos a concentrarnos en la puerta. Imaginaos que se abre —pidió Kyle.
Algo incómodos, permanecieron en silencio durante unos minutos, cada uno involucrado en sus propios pensamientos.
La puerta no se movió ni un centímetro.
—¡Cómo diablos se logra abrir una puerta de estas! —Volvió a gritar Raúl, rindiéndose por la frustración.
—Quizás haya demasiada interferencia. Los sensores de la puerta podrían «confundirse» con los pensamientos de tantas personas dirigidos todos a una —observó Kyle—. Dejadme probar solo. Id a la vuelta de la esquina y ya os llamaré cuando haya terminado.
Hicieron lo que dijo y Kyle trató de vaciar sus pensamientos una vez que el grupo se había marchado. No le fue fácil con todas las emociones de los últimos días. Sin embargo, a los pocos momentos, se sintió lo suficientemente tranquilo como para conjurar una imagen clara de la puerta abriéndose. Mantuvo ese pensamiento en su mente durante varios segundos.
La puerta se abrió con un crujido.
—¡Lo he hecho! ¡Muchachos, regresad!
—Te has superado a ti mismo, Kyle. Eso de la telepatía fue una gran idea. No se me habría ocurrido en un millón de años —dijo Hannah mientras entraban en la cripta ya abierta. Kyle encabezó al equipo y Raúl se quedó atrás para cubrirles.
—Si la tripulación podía operar con ciertas cosas y máquinas a través de telekinesis, ¿por qué no la nave en sí? —preguntó Alex.
—Buena pregunta. Tal vez la tenían reservada solo para pequeñas interacciones. A lo mejor la telepatía tiene sus límites y no podían pilotar una nave de este tamaño —dijo Kyle.
—Pilotar el barco posiblemente requería de varias personas en colaboración y por eso necesitaban señales visuales y controles interactivos a los que todos pudieran hacer referencia y usar simultáneamente sin confundirse en el proceso —como lo que experimentamos cuando todos queríamos abrir la puerta al mismo tiempo —dijo Hannah.
—¿Y qué hay de su idioma, entonces? ¿Por qué tendrían que hablar si simplemente podían «pensar» de uno a otro? Montaban unas buenas chácharas en esos vídeos —continuó Alex.
—Es cierto, pero reitero: la telepatía quizá deba establecerse entre dos personas directamente o entre una persona y un objeto. Entre grupos grandes podrían diluir el proceso —respondió Hannah.
—Sigo pensando que no es razonable la necesidad de usar la telepatía para abrir puertas cuando simples sensores automatizarían la tarea —insistió Alex.
—Activar la puerta con tu propia firma mental registraría quién entró en la habitación en un momento dado. Tal vez. ¡Demonios, no lo sé! Estamos hablando de una cultura diferente, sean humanos o no —respondió Kyle, llegando a los límites de su paciencia y deseando empezar a estudiar la cripta.
—Excelentes argumentos. Espero que podamos elaborar un informe coherente de su cultura una vez que comencemos con nuestros análisis en la Tierra —dijo Hannah.
La cripta era enorme, triangular y de techos altos como el resto de la nave. Tenía aproximadamente el tamaño de un campo de fútbol y estaba llena de sarcófagos dispuestos en triángulos concéntricos con espacio suficiente entre cada uno de ellos para pasar de una fila a otra. Kyle llevó al equipo al corazón del lugar grabando todo por el camino.
La habitual decoración austera solo se hallaba adornada con los símbolos de color naranja que habían visto en el vídeo, brillando sobre la superficie de cada sarcófago. Kyle pensó que podrían ser epitafios que incluyesen los nombres de los miembros de la tripulación y tal vez algún tipo de mensaje biográfico o inspirador. Eran lo suficientemente largos como para constituir obituarios completos. Extraña cultura sin duda, por lo que todo aquello podría no ser cierto, pero Kyle sintió parentesco y familiaridad debido a la indudable humanidad que de algún modo compartían.
Durante varios minutos cada uno de ellos grabó tantas inscripciones como pudo.
—Se acabó el tiempo, amigos. Ahora de veras que necesitamos volver a nuestra nave. Por fascinante que sea todo esto, no tenemos combustible ni oxígeno ilimitados incluso a bordo de la Teseo. Además, Iris necesita atención médica —dijo Chen.
Los miembros del equipo científico se dieron la vuelta y siguieron al Capitán usando los marcadores de guía. Iban a tardar bastante en volver donde comenzó la expedición.
Chen se detuvo al doblar una esquina. Vio a otro robot mariposa flotando tranquilamente en su dirección a unos treinta metros de distancia.
Se volvió hacia Raúl.
—Cógelo. Es lo suficientemente pequeño como para que podamos llevarlo a la Tierra y diseccionarlo. Nuestros científicos podrían realizar ingeniería inversa para averiguar los secretos de la tecnología antigravedad.
—¿Estás loco, Chen? —intervino Valentina—. El robot podría reaccionar a la defensiva hiriendo a Raúl o peor. Tú no estabas con nosotros durante el primer ataque y no tengo intención de repetir la experiencia.
—No importa el riesgo. Estoy a cargo de esta misión y debemos recuperar toda la tecnología valiosa que podamos. El robot no parece en absoluto amenazante —probablemente sea solo una de esas cámaras móviles que utilizaban—.
Raúl estuvo de acuerdo.
—Lo haré… pero destruid al bastardo si me ataca.
—Tenlo por seguro —respondió Hannah apuntando su arma al igual que el resto del grupo.
Con toda la charla, la mariposa mecánica, que no era más grande que una pelota de baloncesto, los había rebasado y Raúl tuvo que darse la vuelta para seguirla. Después de colocarse el rifle a un lado, el sargento se abalanzó sobre el robot con ambos brazos.
Se produjo un breve forcejeo durante la cual el robot levantó a Raúl del suelo. La máquina no parecía ser hostil pero su programación dictaba claramente que tenía que liberarse y continuar su vuelo a lo largo de los corredores de la nave.
Raúl tampoco la dejaba ir, pero alguno de los dos tenía que ceder tarde o temprano. Los mecanismos ocultos de la mariposa zumbaron cada vez más alto y, con un fuerte tirón, acabó derribando a Raúl que aterrizó de espaldas y con una rasgadura en su traje. La sangre comenzó a gotear de la herida.
El equipo abrió fuego contra el robot que se alejó rápidamente y desapareció a la vuelta de la esquina.
—¿Estás bien, Raúl? —preguntó Valentina, corriendo hacia él junto con Chen.
—Creo que me ha hecho un corte.
—No te muevas. Déjame ayudarte. —Sacó alcohol, ungüento antibiótico, gasa y esparadrapo de su mochila, tras lo cual destapó la herida.
—Es profunda pero no corres gran riesgo. —La doctora lo trató y vendó el corte. Chen luego puso pegamento en la tela desgarrada del traje.
—¿Puedes andar? —preguntó Valentina.
—Sí, solo duele un poco. Gracias por tu ayuda.
—Muy bien, salgamos de aquí —ordenó Chen, ignorando las miradas de recriminación del grupo.
Se dirigieron de vuelta a la apertura de la nave sin ningún incidente más. Activaron sus SPP y se prepararon para una última caminata espacial.
//
Su vuelo de regreso iba a ser complicado porque no podían usar arneses de seguridad. El equipo no había encontrado ningún lugar dentro de la nave para atar los cables y la Teseo los recogió poco después de que llegaran. Si uno de los SPP funcionaba mal, el desgraciado flotaría hacia las profundidades del espacio. Es cierto que la Teseo organizaría un intento de rescate, pero eso era más fácil decirlo que hacerlo y también supondría una pérdida de preciado combustible, tiempo y recursos que no podían permitirse.
Activaron sus SPP con un salto muy cuidadoso hacia adelante, volando en una sola fila como lo hacen los escaladores para poder ayudarse mejor mutuamente en caso de emergencia. El vuelo de regreso a la Teseo duraría menos de diez minutos, pero las malas noticias llegaron a mitad de camino por parte de Raúl.
—Chicos, parece que el pegamento no funcionó. Quizá la raja del traje se volviera a abrir al irme preparando o el diferencial de presión exterior la haya ensanchado.
—¿Cómo estás? —preguntó Chen.
—Me siento como una mierda, hablando en plata, capitán. Estoy helado y me cuesta respirar.
—Coloca tu mano libre sobre la rasgadura a ver si puedes frenar la perdida de aire y presión —sugirió Chen.
—Raúl, no hables más y trata de calmarte. Respira lentamente. Eso te ayudará a conservar el oxígeno —dijo Valentina.
Siguieron hacia delante durante unos minutos con la esperanza de que el corte de Raúl no llegara a ser fatal.
Después de un rato, el sargento volvió a hablar.
—Me estoy congelando… no creo… que vaya a llegar a…
—Desactiva tu SPP, Raúl. Kyle, mantente justo detrás de él. Atrápalo y acarréalo el resto del camino hasta la Teseo. Los primeros en llegar nos reuniremos alrededor de la esclusa para que Raúl y los demás entréis primero a la cámara de descompresión. Boris, abre la puerta ya. —Las ordenes de Chen fueros rápidas y claras y se llevaron a cabo sin demora.
Kyle atrapó firmemente el cuerpo del sargento, pero le resultó mucho más difícil guiar su SPP a partir ese momento. No obstante, los largos meses de entrenamiento comenzaron a tener efecto. Solo quedaban unos cien metros por recorrer. Chen, Anderson y Valentina se engancharon a la pared de la Teseo alrededor de la esclusa de aire. Esto aseguró una entrada sin obstáculos para Kyle y Raúl, cuya respiración se había ralentizado considerablemente.
Una vez que los dos estuvieron dentro de la cámara, Kyle apretó el botón y cerró la puerta. Tras la breve espera para que la atmósfera se igualase, abrió la puerta interior.
Boris ya los estaba esperando con una cálida manta eléctrica que envolvió inmediatamente alrededor del cuerpo de Raúl después de quitarle el casco para que respirase mejor.
Después de unos tensos momentos notaron con inmenso alivio que Raúl respiraba, a pesar de que su piel parecía mortalmente pálida y se sentía fría al tacto.
—Miles de millones gastados, meses de preparación y vidas perdidas… todo para encontrar a un anciano solitario —dijo Sonia, sacudiendo la cabeza.
—Técnicamente, encontramos más de uno, aunque no pudimos recuperar el ADN de los demás porque estaban sepultados —corrigió Valentina.
Sonia le lanzó una mirada inconfundible incluso a través de la distancia que separaba la Tierra de la Teseo.
Hannah intervino.
—Creo que esa nave fue lanzada desde la base lunar. Es difícil de precisar hace cuánto tiempo. Podrían haber pasado años. Nadie detectó su actividad debido a su ubicación en el lado oscuro de la luna.
—Esos podrían haber sido los avistamientos de ovnis de las últimas décadas —ofreció Kyle.
—Hace un par de meses, me habría reído de ti por decir eso —agregó Anderson.
—¿Habéis descubierto algún indicio que nos pueda indicar de dónde vinieron estas personas y por qué están aquí? —preguntó Sonia.
—¿Y por qué son humanos si provienen de otro planeta? —agregó Laura, levantando la vista de las notas que había estado escribiendo.
—Aún no tenemos respuestas a ninguna de estas preguntas —admitió Kyle.
—Su planeta debe ser muy similar a la Tierra en términos de atmósfera y tamaño. Respiran el mismo aire que nosotros, la intensidad de su gravedad artificial coincide con la nuestra y su tolerancia a la temperatura también es similar. La evidencia está toda ahí. Desde esa perspectiva, su apariencia humana es coherente —explicó Hannah.
—Pues sí y no. La evolución tomó un cierto camino aquí en la Tierra durante miles de millones de años. Ese periplo culminó en nuestra especie. Ya hemos hablado de lo ilógico que sería suponer que exactamente los mismos eventos evolutivos se repitieran en otro lugar del universo. Por el amor de Dios, ¡incluso tienen robots que parecen mariposas! —interrumpió Anderson con escepticismo.
—No es en absoluto ilógico. Compartimos el mismo Creador, ¿no es así? —ofreció Raúl mientras los interlocutores de la videoconferencia hacían gestos de burla.
—Y una vez más aquí tenemos la ideología ilustrada en toda su gloria. Pues en mi opinión, la explicación de Raúl es sensata —dijo Valentina.
—Vamos a eliminar primero todas las opciones naturales antes de entrar en disquisiciones teológicas y sobrenaturales, ¿de acuerdo? —respondió Kyle, cortando de raíz esa línea de argumentación.
—Existe una explicación alternativa —dijo Hannah—. Estamos condicionados a pensar en estos seres como extraterrestres porque su nave proviene de fuera de nuestro Sistema Solar y porque su tecnología es mucho más avanzada que la nuestra. Nos cuesta creer lo contrario. Ningún país en la Tierra puede emprender tales proyectos tecnológicos y de construcción.
—En eso estamos de acuerdo —continuó Kyle.
—Pero ¿y si su cultura se originó en la Tierra, solo que hace eones? Estos seres podrían ser nuestros progenitores.
Hubo una larga pausa.
—Muy interesante, Hannah —dijo Alex—. Pero una civilización capaz de logros industriales y técnicos como estos habría sido mucho más avanzada que la nuestra y habría esparcido muchas pruebas de su existencia por todo el planeta. Los arqueólogos no han encontrado restos de una cultura tan sofisticada en ninguna parte de la Tierra.
—Sensata objeción. Veamos qué descubrimos si alguna vez desciframos su idioma. Entretanto todas las ideas deben permanecer sobre la mesa.
—Sonia… Iris y Raúl necesitan atención médica. La Teseo va baja de oxígeno, combustible y provisiones. Deberíamos regresar a la Tierra de inmediato —recomendó Chen.
—Estoy de acuerdo. Ya habrá otras misiones para reunir más evidencia. A pesar de lo inquietante que fue esa escena de cautiverio sumergido, en este momento no creo que tengamos suficientes razones para considerar la nave como una amenaza existencial —y gracias a Dios por eso, porque no pudimos si quiera hacerle un rasguño con armamento termonuclear—. Incluso la criatura enjambre, por mortal que sea, no va a venir a la Tierra a diezmar nuestra población. Mi recomendación para la Junta Directiva será relajar la postura defensiva global y tratar toda misión posterior principalmente como científica, salvo por llevar mejor armamento ligero para lidiar con esos enjambres. Así que, Chen, por favor volved a casa.
//
El equipo se mantuvo ocupado durante casi una hora preparando la Teseo para el viaje de regreso. Todos tenían un trabajo específico que hacer.
Valentina verificó las estadísticas vitales del grupo y vio que todos, excepto Iris, estaban en muy buenas condiciones. Fue a revisar la pierna lesionada de la soldado y le suministró más antibióticos y analgésicos. La temperatura de Iris todavía era un poco alta.
Se acercó a Raúl una vez terminó de cuidarla. El sargento estaba atado a su catre de gravedad cero, al igual que Iris, para que el corte de su pecho permaneciese inmóvil.
—Déjame echar un vistazo, soldado. —Valentina desabrochó su chaqueta y le subió la camisa. Le quitó el vendaje y vio que el corte aún estaba irritado, pero no infectado, y los puntos se mantenían firmes.
—Gracias Valentina. Me siento mejor. Y, por cierto, gracias por tu apoyo hace un rato.
—¿Qué quieres decir? —dijo, aplicando ungüento antibiótico y cambiando el vendaje.
Él bajó la voz.
—Cuando los idiotas sabihondos empezaron a reírse de lo que dije. Ya sabes, sobre el Creador.
—No tienen dos dedos de frente, Raúl. No te preocupes por ellos.
—¡Ay! Eso duele. —No pudo evitar hacer una mueca a pesar de que estaba tratando de quedarse quieto mientras ella curaba su herida.
—¡Lo siento, amigo! Como dije, el corte todavía está bastante irritado. Vas a pasar varias semanas de malestar.
—Cuando los médicos habláis de «malestar» ¡mejor ten cuidado! —bromeó Raúl.
—Al menos no dije «presión». Esa es nuestra palabra en clave para cuando el dolor es insoportable.
—No me molestan ni la incomodidad ni la presión si eres tú la responsable, doctora Dyakova.
Valentina estaba disfrutando de las bromas coquetas de Raúl pero su mente seguía pensando en la conversación que acababan de tener con Sonia y su equipo.
—¿Eres cristiano?
—Sí, católico. ¿Tú?
—Ortodoxa rusa. Así que conoces la historia de la caída del hombre, ¿verdad?
—El pecado original y todo eso.
—Sí. Bueno, siempre dudé de que pudiera haber vida inteligente en el universo. Creo que el espacio es tan vasto precisamente para aislar a la humanidad, para castigarnos por nuestro pecado original. La Tierra podría ser nuestro exilio después de que Adán y Eva fueran desterrados del Paraíso.
Raúl estaba sorprendido por el giro que había tomado la conversación, sin embargo, le respondió en sus términos.
—Siento decírtelo, Valentina, pero puedes despedirte de esa teoría. Encontramos un cementerio entero en esa nave —una nave que no es nuestra en absoluto—. ¡Una nave que vino de fuera de nuestro sistema solar!
—Ese hecho incluso refuerza mi idea. Estos humanos podrían venir de un mundo que no ha caído. Compartimos el mismo Dios y Él podría haberlos creado a su imagen y semejanza tal como lo hizo con nosotros.
—Yo de esas cosas no entiendo, doctora. No sé ni por dónde empezar.
—Bueno, no estoy dispuesta a renunciar a mi teoría todavía. ¿Quién sabe lo que van a descubrir después de que volvamos? Venga —dijo, mientras le tocaba suavemente la cara a Raúl—. Intenta descansar un poco. Te vamos a llevar a casa.
—Me encantará. Espero que no te importe si te visito después de la misión.
—Me encantará.
//
—No ansío la reentrada —dijo Kyle distraídamente, como si hubiera estado pensando en voz alta en lugar de hablar con Hannah. En solo unos minutos volverían a la Tierra.
El equipo se puso sus trajes de presión y realizó las últimas tareas asignadas mientras un silencio tenso impregnaba la Teseo.
—No hay nada de qué preocuparse, hombre. Se va a poner el ambiente agradable y calentito aquí, ¡ya verás! —bromeó Ella.
—Claro. ¡Qué tonto soy! Trataré de recordarlo.
—Por cierto, ¿cuáles son tus planes cuando vuelvas?
—Suponiendo que no nos llamen para más de lo mismo y que nuestros «nuevos amigos» no terminen con el planeta, creo que no haré nada por un tiempo. Estar en casa, comer, dormir y ser feliz. Considero excitante algo tan pedestre como el disfrute continuado de una nueva serie televisiva, así que imagínate lo que esta pequeña excursión le ha hecho a mi cordura. Tengo que recargar baterías. ¿Y tú qué? ¿Bueno, aparte de pasar tiempo con tu marido y los niños?
Hannah reflexionó un momento antes de responder.
—¿Quieres que te diga la verdad o la versión socialmente aceptable?
—¿Qué tal si me dices ambas?
—Bueno. Tengo ganas de pasar muchos días de descanso tumbada en la playa, bronceándome, construyendo castillos de arena y nadando en familia. Ah, y cocinando cenas con Peter mientras tomamos un delicioso Montepulciano.
—¿Qué versión es esa?
—Espera hasta que escuches la alternativa y luego me dirás.
—De acuerdo.
—Pues ahí va: estos últimos días han sido los más significativos —¡peligrosos!—, emocionantes, y en general los mejores de mi vida. Sin excepción. Tuve el privilegio de trabajar con las personas más valientes e inteligentes que he conocido en una misión que refleja todas las razones por las cuales me convertí en astrofísica. Me siento parte de algo mucho más grande que mi persona, mi equipo e incluso mi familia. Para variar, estoy haciendo historia en lugar de solo sufrirla. Y la mejor parte es que ni siquiera hemos comenzado a arañar la superficie de lo que acabamos de experimentar. Estoy temblando de ganas por las cosas que aprenderemos.
—Creo que es bastante obvio qué versión es cuál.
—Sí.
Intercambiaron sonrisas y flotaron hacia sus respectivas estaciones en el módulo de comando. Se sentaron y se pusieron los cinturones de seguridad. A través de las escotillas, Kyle pudo ver la enigmática y solitaria nave con su triste puerta lateral todavía abierta.
—Motores en cinco, cuatro, tres, dos, uno… —anunció Boris.
Con un ligero movimiento, la Teseo se distanció mientras aceleraba gradualmente.
Kyle miró el Objeto por última vez, luego cerró los ojos y respiró hondo.
Unos días después, la Teseo llegó a la Tierra. El módulo lunar que transportaba a la tripulación volvió a entrar en la atmósfera sin incidentes, dejando el resto de la nave en órbita para ser reutilizada en futuras misiones.
Aterrizaron en Plesetsk con la ayuda de poderosos paracaídas. Iris y Raúl fueron llevados inmediatamente a la enfermería. El resto del equipo pasó por un examen médico completo y un informe final con Sonia y la Junta Directiva. El día terminó con una solemne ceremonia en honor a los soldados caídos cuyos cuerpos nunca serían recuperados, completada con un elogio del propio general Wang.
A Sonia le había sido muy difícil notificar a los familiares por teléfono y, para su vergüenza, se sentía egoístamente feliz de que la clasificación confidencial del Proyecto Ática hubiese impedido que las familias asistieran a la ceremonia. Hubiera sido mucho más difícil mirarlos a los ojos en persona.
Justo después de la ceremonia todos se despidieron en un momento agridulce. Habían experimentado mucho juntos: euforia, confusión, miedo, pena, desesperación, esperanza. Perdieron colegas por el camino y fueron testigos de cosas y fenómenos que nadie había visto ni imaginado con anterioridad. Se apreciaban a nivel personal más de lo que muchos admitirían, pero el hecho era que, tras medio año juntos, el equipo necesitaba algo de descanso y relajación con sus amigos y familiares, y recuperar el espacio personal y la privacidad de la que habían carecido durante tanto tiempo.
Kyle no sentía lo mismo. Iba a echar de menos a Hannah.
Es cierto que sabía que volverían a verse pronto. Después de quince días de inactividad, ellos dos y Anderson se unirían al trabajo científico en curso para estudiar lo que encontraron. El reconocimiento de patrones simbólicos, la lingüística, la exobiología y la química eran las claves para desbloquear los misterios de esta nave alienígena, en oposición a la geología, la medicina o la seguridad militar. Es por eso que Alex, Valentina y los soldados sobrevivientes no fueron invitados a regresar.
Sin embargo, no tenía ganas de esperar quince días para trabajar y ver a Hannah de nuevo. Compartía mucho en común con ella, independientemente de sus diferentes experiencias vitales. Le era fácil conversar —algo que no fue el caso con casi ninguna persona que Kyle hubiera conocido antes—. Y si fuese honesto consigo mismo se daría cuenta de que su atracción iba mucho más allá de los límites de la amistad.
Ambos se retrasaron para compartir un rato solos después de que todos los demás se hubieran marchado. Bueno, no estaban exactamente solos. Sus respectivos escoltas les esperaban a cierta distancia para llevarlos a dos aviones privados que los trasladarían a casa.
Kyle quería sincerarse, pero no sabía cómo expresarse o, realmente, si debía hacerlo. Ella estaba casada, después de todo, y él no quería ser vulnerable frente a aquel par de gruñones. Sabía que la familia de Hannah la estaba esperando ansiosamente. No tenía el derecho ni el corazón para mantenerla alejada de ellos después de tantos meses de exilio.
—Bueno, supongo que esto es todo. Por ahora.
—Supongo —respondió Hannah, mirándole a los ojos.
—Diviértete en Canadá. Te lo mereces. Vamos a necesitar toda nuestra fuerza cuando volvamos.
—Tú también, Kyle. Espero que te levantes para hacer algo más que acarrear cubas de helado del refrigerador al sofá.
—No lo garantizo. Ya veré qué hago.
—Lástima que no nos dejaran traer ninguna de las pruebas de vídeo con nosotros, ¿eh?
—Entiendo la necesidad de mantenerlo en secreto. Al menos por ahora. Pero sí, es un fastidio.
—¿Lo entiendes? A quién le importa lo que piensen nuestros gobiernos. El mundo necesita saber de esto.
—Tal vez debiéramos tener esta conversación en otra parte, ¿no te parece? —susurró Kyle mientras indicaba a los escoltas con disimulados movimientos de cabeza.
—Sí. Bueno, al menos los dos descansaremos. No estoy lo suficientemente loca como para no darme cuenta de que tenemos que alejarnos para procesar esto y recuperarnos.
—Así me gusta. Mucho mejor.
—Ahora sí me estoy despidiendo, Kyle.
—Lo sé, ya es hora. No te distraigo más. Adiós, Hannah, que tengas buen vuelo.
Hannah se echó a reír.
—¿Qué es tan gracioso?
—¿Buen vuelo, dijiste? —Trataba de pronunciar las palabras entre risas—. ¡Sería irónico que después de todo lo que hemos pasado terminase teniendo un accidente en vuelo a Canadá!
//
El aparcamiento frente al supermercado se encontraba totalmente ocupado. Clover se consideraba afortunado de haber encontrado un estacionamiento cerca del coche de los Coleman. Así les podría seguir con mayor facilidad.
El día amenazaba con nieve. Parecía que una desagradable tormenta venía de camino.
—Será mejor que la familia salga deprisa de la tienda y vuelva a casa si quieren evitar conducir bajo una manta blanca —pensó Clover—. Esperaba que ese fuera el caso porque este particular trabajo de vigilancia se estaba volviendo aburrido.
El marido aún no había obtenido ninguna información a pesar de que su esposa llevaba varios días de vuelta. ¿Tan difícil era? Este tipo no tenía ninguna habilidad. Clover opinaba que el marido era un soso lamentable —al igual que su esposa, ahora que lo pensaba—.
—Vaya par de dos.
La calefacción de su coche apenas mantenía a raya el frío canadiense. Ya le gustaría beberse un café bien caliente, pero no podía dejar su puesto y salir a comprarlo.
Al fin la pareja y sus dos hijos salieron de la tienda empujando dos carritos llenos de provisiones cerca del coche de Clover. Este fingió buscar algo en la guantera para que no le vieran.
Abrieron la puerta trasera de su minivan y el marido comenzó el largo proceso de cargar las compras mientras la mujer acomodaba a los niños en sus asientos. Tenía un bonito trasero, pensó Clover, pero su disciplina y entrenamiento le ayudaron a sacudirse pronto tales ensoñaciones.
La minivan retrocedió y salió del aparcamiento. Clover estaba bastante seguro de que irían derechos a casa después de tan masiva y fructífera compra. Los siguió a una distancia prudencial, cambiando de carril de vez en cuando para evitar ser detectado.
Los Coleman eran aburridos. Quizá más aburridos que nadie a quien Clover hubiera seguido nunca. La mujer jamás se reunió con nadie inusual, no llamó a nadie para hablar de nada interesante, y nunca abrió un maldito expediente para hojearlo. Ni siquiera habían salido a cenar fuera.
Debería haberlo sabido, pensó Clover. La vida de la mayoría de las personas no era muy interesante. Incluso en un paraíso natural como la Colombia Británica, la gente pasa la mayor parte de su tiempo metida en cajas: la caja del dormitorio, la caja de la cocina, la caja de la sala de estar, la caja del automóvil, la caja de la oficina, la caja del gimnasio, la caja del restaurante, la caja de la tienda y de vuelta a la caja del dormitorio. Raramente salen al aire libre o disfrutan de la aventura. El estilo de vida de la gente normal y corriente le recordaba a un zoológico gigante, pero sin espectadores. Las personas se agitaban en sus jaulas, pidiendo al cuidador del zoológico que los alimentara; sin vivir realmente, simplemente contentándose con un par de ventanas a la realidad —sus teléfonos y sus televisores. Distrayéndose mientras la Naturaleza y la Gracia bailaban su danza ancestral en la vida real.
Clover interrumpió su diatriba interior cuando la familia llegó a casa —una vivienda de un solo piso de mediados del siglo XX—. Cuando los vio descargar las compras del maletero perdió la paciencia y marcó un número.
Alguien contestó tras un par de politonos.
—Peter Coleman no va a producir nada a menos que le advirtamos claramente que vamos en serio. Déjame actuar. ¿Qué podemos perder? —dijo Clover al auricular con total frialdad.
Escuchó durante unos segundos, tomó aire y continuó hablando.
—Podría seguirles durante seis meses y aun así no nos acercaríamos a nuestro objetivo. Créeme.
Escuchó durante unos segundos más y su tensión finalmente se evaporó.
—No nos dieron otra opción. Esta vez funcionará, te lo aseguro. Déjamelo a mí.
Y colgó.
//
—¡Mami, mira el gran hombre de nieve que he hecho! —gritó Caleb a todo pulmón.
Hannah siguió mirando hacia delante, ajena.
—¡Se ve genial, hijo! —dijo Peter después de un par de segundos al ver que ella no se había dado cuenta de la llamada de atención de Caleb—. Sigue así y pronto te convertirás en el principal escultor del reino.
—¿Qué es un escultor, papi?
—Alguien que hace estatuas.
—¡Sí!
Peter se volvió hacia su esposa.
—Hannah, Caleb se sentía orgulloso de mostrarte lo que hizo. ¿Qué pasa cariño? Llevas medio año fuera y a veces siento que todavía no has vuelto.
—Lo siento, Peter. Estaba divagando. Honestamente, tengo mucho en qué pensar.
—Tenía la esperanza de que intentarías cambiar tu vida laboral una vez volvieras. Hemos hablado de mudarnos, ralentizar las cosas para que puedas dedicar más tiempo a los niños. A nosotros…
—Tú hablaste de eso, Peter, no yo. ¿Y eso sería realista? ¿Crees que simplemente me puedo desprender de todo por lo que he trabajado y mudarme al quinto pino para criar ganado y ver Jeopardy en televisión?
—Eso duele ¿Sabes qué? Tus prioridades están jodidas, Hannah. Ya llevas aquí una semana y todavía no sabemos en qué estás trabajando o qué has estado haciendo. ¿Cuánto tiempo te tirarás fuera la próxima vez? ¿Te parece esta una buena vida familiar?
—Definitivamente no, Peter. No trataré de convencerte de lo contrario. —Hannah sintió remordimiento por haber respondido de forma tan desagradable—. No hay duda de que pido demasiado de ti y de nuestros hijos. Pero confía en mí: si supieras lo que he estado haciendo entenderías por qué no puedo dejarlo todo atrás.
—¿Tiene que ver con el ejército?
—Peter, no puedo revelarte nada a pesar de que lo deseo con todas mis fuerzas. Pero si abro la boca lo pondría todo en peligro.
—¿Quién va a saber que me dijiste nada? ¿Confías en mí o no?
—No es cuestión de nuestra confianza, es cuestión de la confianza que ha depositado nuestro gobierno en mí.
Hannah se dio la vuelta y observó a los niños jugar en la nieve bajo el mortecino sol. Miró hacia el cielo, recordando el calor de la reentrada a la Tierra unos días atrás. Recordaba la misteriosa nave triangular y la Teseo que aún estarían allí arriba, en sus respectivas órbitas.
—¿Te apetece que volvamos a casa? Está empezando a hacer frío de verdad. —Y ambos se levantaron para recoger a los niños.
//
Tras un día entero de patinaje sobre hielo, de juegos en la nieve, comer castañas asadas y beber sidra caliente subieron a su minivan y se dirigieron a su hogar.
Esa noche, cuando los niños estaban en la cama, y mientras Peter veía un partido de fútbol en la televisión, Hannah fue a su oficina, cerró la puerta y cogió el teléfono para llamar a Kyle. Unos segundos después escuchó la voz familiar de su colega.
—¿Sí?
—Kyle, soy Hannah.
—Oh. Hola, Hannah. ¿Va todo bien?
—Sí. Todo está bien… Bueno, no del todo, no. Pensé que me vendría bien llamarte. Me estoy volviendo loca.
—¿Qué quieres decir?
—Estoy ansiosa y aburrida y, además de eso, me siento culpable por estar ansiosa y aburrida en lugar de disfrutar del tiempo libre con mi familia. Mi cabeza me dice que este es mi lugar, pero mi corazón me aleja. No creo que pueda estar una semana más lejos de Laura y su equipo. Estudian nuestros hallazgos mientras nosotros estamos de vacaciones. No tiene sentido.
—Tiene sentido, Hannah. Ya hemos hablado de esto, ¿recuerdas? La tripulación entera hemos atravesado experiencias muy traumáticas. Si no descansas te volverás loca de verdad. Tarde o temprano.
—Sé que estoy dejando que mis emociones se apoderen de mí. No me comporto de forma racional y necesito cambiar eso. Pero es muy difícil. Y Peter no me facilita las cosas.
—¿Y eso?
—¡Porque es perfecto! Es el esposo y padre ideal. Tan comprometido con nuestra familia que me hace sentir como una completa energúmena por anhelar volver al trabajo. Se encuentra bastante molesto conmigo porque no puedo desvelarle la naturaleza de nuestras investigaciones. Nunca lo había visto tan interesado en mis cosas. Normalmente retrocede cuando digo que algo es confidencial, pero esta vez no para de preguntarme sobre el proyecto. También quiere que básicamente me retire para poder pasar todo el tiempo con la familia, compensar mi excesivo enfoque en el trabajo, mis viajes, mis largas ausencias. No puedo hacer eso, no quiero abandonar mi carrera, pero amo a mi familia. Quiero tener ambos, ¿es mucho pedir?
—No lo sé, Hannah. ¿Podría ser?
—¡No me estás ayudando, Kyle! —dijo Hannah bromeando a medias—. Lo que empeora las cosas es que no sabemos cuánto tiempo estaré fuera la próxima vez. ¿Has tenido noticias de Sonia o recibido alguna notificación de fechas?
—No. Paso el tiempo solo y aburrido, lo que probablemente hace que mi situación sea peor que la tuya.
—¿Por cuánto tiempo crees que nos pedirán que estemos callados? No sé si podré garantizar guardar el secreto indefinidamente.
—Hannah, sabes que es muy probable que estén escuchando esta llamada, ¿verdad?
—No me importa. Quizá así se den cuenta de lo que estamos pasando en nuestras vidas personales por no poder hablar de estas cosas con nuestros seres queridos.
—Al menos tú tienes seres queridos con quien no debes discutir cosas.
—Lo siento, Kyle. Te cargo con mis problemas cuando estoy segura de que también tienes los tuyos.
—No, nada emocionante. No te preocupes.
Una pausa.
—¿Es raro que eche de menos el tiempo que pasamos juntos comiendo y bebiendo de tubos y bolsas? Me encantaba beber esas burbujas flotantes de café y zumo de naranja.
Hannah esperó la respuesta de Kyle. Lamentó haber mencionado algo sobre «nuestro tiempo juntos». Sonaba cursi y no salió como quiso expresarlo. Se sintió mal por haber llamado a Kyle a espaldas de su marido.
—No es raro y no eres la única que se siente así.
—Gracias.
—Por cierto, la mejor manera que tenemos de poder compartir lo que estamos haciendo con el mundo sería volver a trabajar y resolver todos estos acertijos de una vez por todas.
—Música para mis oídos. Oye, ya te he entretenido lo suficiente y es tarde.
—No hay problema. Tengo una segunda porción de helado esperándome. No, en serio, disfruta de tu familia y llámame cuando quieras. Ah, y no seas tan dura con Peter. Estuviste fuera durante varios meses y eso es difícil para cualquiera. Ya verás cuánto los echarás de menos cuando volvamos a irnos. Intenta vivir el momento, día a día.
—Sabias palabras, Kyle. Gracias. Que tengas buenas noches, ¿vale?
—Tú también, Hannah. Y gracias por llamar.
//
Peter no solía estar en fuera hasta tan tarde. Había ido a la biblioteca para escribir después del almuerzo. Los cambios de escenario a menudo ayudaban a desatascar su cerebro y ponían en marcha su creatividad. Escribía en cafeterías o librerías, a veces incluso sentado en bancos de la ciudad si hacía buen tiempo. Se encontraba satisfecho con un simple bloc de notas y disfrutando de un paisaje diferente. Por eso Hannah no se preocupó al principio.
Pero ya habían pasado doce horas y Peter no había vuelto.
Comenzó a inquietarse alrededor de las nueve de la noche y le llamó repetidamente a su teléfono móvil sin poder conectar con él. Le dejó muchos mensajes a los que tampoco respondió.
No era ella de mucho preocuparse, pero su marido jamás estuvo ausente durante tanto tiempo sin hacerle saber dónde se encontraba y cuándo volvería a casa. No sabía si se sentía más preocupada o enojada. Probablemente ambas cosas en igual medida.
Tampoco podía sumergirse en el trabajo para mantener su mente ocupada. Una vez más, se quejó internamente del secretismo injustificado en torno al Proyecto Ática.
Leyó revistas para matar el tiempo, vio dibujos animados con Paul y Caleb, cocinó, dio de comer a los niños, los bañó y los acostó.
Al llegar la medianoche, Hannah se sintió atrapada. No podía abandonar la casa para ir a buscar a Peter porque los niños se quedarían solos. Realmente no tenía amigos cercanos en Penticton y mucho menos parientes que cuidaran a los niños mientras trataba de localizar a su esposo. Y la biblioteca seguramente ya estaba cerrada de todos modos, así que quién sabe dónde podría estar.
Pensó en llamar a la policía, pero quizá fuera demasiado temprano para que activaran una alerta de personas desaparecidas. Pero si Peter no estaba de vuelta antes de la mañana, se pasaría por la comisaría local tras dejar a los niños en la escuela. Mientras tanto, continuaba llamándolo por teléfono sin resultado alguno.
En esto estaba pensando Hannah —con una ansiedad creciente— cuando escuchó un ruido en la puerta de casa. Se levantó del sofá y cruzó corriendo la habitación.
Era Peter. Caminaba con cuidado, claramente dolorido, y llevaba una venda en la cabeza.
—¡Ay, Dios mío! ¿Qué te ha pasado? He estado preocupada todo el día y puedo ver que tenía razón de estarlo.
—Lo siento cariño. Sé que esto es muy aparatoso, pero en realidad no es nada.
—Aquí, acuéstate en el sofá y te traeré algo de beber.
—No quiero nada, gracias, Hannah. Estoy bien. Simplemente magullado.
—¿Tuviste un accidente?
—No. Me asaltaron.
—¿Asaltaron? ¿Cómo? ¿Dónde?
—Estaba teniendo un día muy productivo. Pude escribir durante horas y cuando salí de la biblioteca por la noche, justo antes de cerrar, aún llevaba la cabeza repleta de personajes y de tramas. El aparcamiento estaba oscuro y no presté la debida atención. Antes de poder darme cuenta me rodearon tres chorizos. No dijeron nada. Empezaron a golpearme y caí al suelo. Se llevaron todo el dinero que tenía, que no era mucho, pero me dejaron conservar mi identificación y mis tarjetas de crédito. Qué generoso de su parte.
—Dios mío. ¿Y qué hiciste luego?
—Me encontré en condiciones de conducir al hospital y me trataron en la sala de emergencias. Por eso he vuelto tan tarde.
—Deberías haberme llamado. ¡Debiste haber contestado al teléfono! ¿Por qué no me devolviste las llamadas? Te hubiera acompañado en el hospital.
Peter sabía que eso era exactamente lo que habría hecho si la historia que contaba fuera cierta. Sin embargo, estaba preparado para el interrogatorio —tuvo tiempo para pensar—.
—Los ladrones se llevaron mi teléfono móvil y, cuando llegué al hospital, me metieron directo al tratamiento.
—Ya veo.
—Tampoco quería asustarte por teléfono. ¿Qué habrías hecho con los niños de todos modos? ¿Llevarlos al hospital para que se contagiaran de Dios sabe qué superbacteria? No, todo salió bien. Me han cuidado estupendamente.
—¿Y aparecer así de repente no es alarmante?
—Al menos te estoy dando las noticias cara a cara, Hannah. Hablemos de otra cosa. Me duele mucho la cabeza.
—Tenemos que llamar a la policía.
—¡No!
—¿Por qué no? Deben atrapar a esos imbéciles antes de que asalten a otra persona.
—Eran ladronzuelos de pacotilla. La policía no va a tener tiempo para ellos con la cantidad de delincuentes a los que se enfrentan a diario.
—Da igual, Peter. Aunque no los detengan, es una cuestión de principios.
—Hannah, dejémoslo ir. Quiero olvidarlo todo y salir de Canadá tan pronto como podamos.
—No sé cuándo será eso, Peter. Volveré a trabajar pronto.
—No se me ha olvidado, créeme. Hannah, por favor, dime en qué andas. Esto me está volviendo loco.
—Nunca habías estado tan interesado por mi trabajo.
—Nunca has estado fuera durante meses y sin fin a la vista. ¿Tanto te cuesta entender que necesito algún tipo de respuesta? Me quedaría más tranquilo si supiera en qué estás trabajando. Podría al menos comprender la escala del proyecto y ajustar mis expectativas por muy equivocadas que pudieran ser. Cualquier cosa es mejor que este silencio. Mejor que verte desaparecer por esa puerta una vez más.
A Peter se le saltaron las lágrimas. Eso suavizó el corazón de Hannah, pero la vehemencia de su emoción le sorprendió. No era un hombre sensible.
—Cariño, todo lo que puedo decirte es que el proyecto trata con información que seguramente cambiará la historia humana. Información que es difícil de obtener pero que transformará el mundo tal como lo conocemos en un tiempo récord —y para mejor—.
—Espero que tengas razón, Hannah. Nuestro matrimonio depende de ello.
Se levantó para preparar la cena sintiendo infinidad de emociones simultáneas: alivio por tener finalmente a su marido en casa, preocupación por lo que le ocurrió, comprensión ante su insistencia por saber y, al mismo tiempo, rabia por tener que resistirse a sus peticiones. Y no le gustaba la solapada amenaza de ruptura conyugal de Peter. ¿Qué haría ella si la situación fuese al revés? ¿Sería tan poco solidaria como Peter? Se preguntó si había alguna cosa que hiciera que Peter anduviese tan frenético. Algo que él le estaba ocultando.
Kyle caminaba por un corredor subterráneo bajo aquella iluminación fluorescente que tan bien recordaba de los meses de entrenamiento. Acababa de aterrizar hacía diez minutos posiblemente en el mismo lugar de la primera vez y se dirigía a reunirse con el resto del equipo del Proyecto Ática. Estaba encantado de colaborar con los científicos que habían estado clasificando los vídeos y demás evidencia física desde su regreso a la Tierra hacía dos semanas. Y, por supuesto, sería fantástico volver a ver a Hannah.
Sus escoltas le acompañaron al exterior de una sala de conferencias a través de cuya ventana pudo observar a cuatro personas muy conocidas sentadas alrededor de una pequeña mesa. Se quitó la chaqueta, sintiendo calor de repente, y abrió la puerta.
—¡Kyle! Es estupendo verte —dijo Hannah, levantándose de su silla y saludándole torpemente con una de esas maniobras híbridas entre apretón de manos y abrazo.
—Es maravilloso verte a ti también —dijo él con nerviosismo.
—Bienvenido, Kyle. El equipo completo siente un gran alivio de que te unas a nuestros esfuerzos —dijo Sonia.
—Yo por mi parte estoy encantada de verte. Hemos avanzado mucho en la identificación de los caracteres alfanuméricos de los visitantes y en la clasificación de la evidencia de vídeo para su análisis, pero necesitamos su toque mágico —dijo Laura.
—¿Pero bueno… y qué hay de mi toque mágico, Laura? ¡Me duele que no me nombres! —Anderson bromeó mientras estrechaba la mano de Kyle.
—Gracias a todos. Es genial estar aquí de nuevo. Si os digo la verdad, desearía haber venido antes. Aparentemente uno puede cansarse de ver viejos programas de Star Trek. ¿Quién lo hubiese imaginado?
—Convocamos esta reunión para informar a todos sobre tu llegada y no podíamos comenzar sin ti. No te has perdido nada, así que toma asiento. Laura, haz los honores —dijo Sonia, mientras su científico jefe proyectaba una presentación de PowerPoint en una enorme pantalla. La primera diapositiva mostraba una foto del cadáver de la nave alien.
—Las pruebas de ADN han confirmado que el cadáver pertenece a un ser humano. Ese no es el hallazgo más sorprendente pues quedó claro desde el momento en que lo vimos. Lo más interesante son los resultados del análisis químico: data de hace unos doscientos mil años —dijo Laura, pasando a una nueva diapositiva.
Hannah se adjudicó el descubrimiento sin vacilar.
—¡Tenía razón! ¡Son nuestros antepasados!
Kyle recordó el momento en el Teseo cuando adelantó su hipótesis a todo el equipo y al Control Central.
—Tu teoría ancestral tiene algún sentido, Hannah —admitió Laura—. Pero sabemos que el homo sapiens apareció hace unos ciento noventa y cinco mil años según las tesis más recientes. Me cuesta mucho concebir que nuestros antepasados hubiesen vivido en cuevas pero que, de alguna manera, también descubrieran el viaje interestelar al mismo tiempo. Y aún no tenemos explicación del por qué una civilización tan avanzada no dejó rastro alguno de su existencia que los arqueólogos pudiesen haber revelado. Por lo tanto, no debemos descartar por completo la posibilidad de que estas personas sean de origen extraterrestre.
—Bueno, algún rastro sí que dejaron, ¿no? Estamos nosotros. Los humanos de hoy. Podríamos ser considerados herederos de aquella civilización —interrumpió Kyle.
Laura prosiguió con una descripción detallada de las hipótesis de trabajo más recientes y de todos los enigmas que aún quedaban por desvelar.
—Dejando de lado por un momento la teoría de que estos seres provengan de un planeta diferente, la probabilidad de que dos especies idénticas, pero de alguna manera no relacionadas, se desarrollen secuencialmente en el mismo planeta es infinitesimal. Por eso, y desde este punto de vista, tal vez se trate de nuestros antepasados, pero todavía no hemos encontrado ninguna referencia al planeta Tierra en los videos que grabamos y no sabemos del todo cómo leer los textos. Obviamente, todavía queda mucho material por recoger de la nave. Sin embargo, si aun así no encontrásemos referencias a la Tierra, eso sería muy extraño para una tripulación que viaja a través de las galaxias durante años. ¿Qué nunca mencionen su planeta de origen? Sigamos admitiendo la posibilidad de que la tripulación sea alienígena, biológicamente idéntica a nosotros, pero que existió hace muchísimo tiempo. Quizá colonizaron nuestro planeta y somos descendientes de esos ancestrales visitantes. No obstante, no hemos conseguido probar esto. —Mostró más diapositivas en secuencia—. Pero sigamos, ¿qué estaban buscando entre las estrellas? ¿Por qué venir a nuestro sistema solar? ¿Por qué usar nuestra luna como base? Si visitaron o incluso colonizaron la Tierra en algún momento, ¿por qué no tenemos evidencia de ello? ¿Dónde estaba el planeta de estos humanos si usaban la luna como un puesto avanzado para sus exploraciones?
—Y cómo explicamos la terrorífica cárcel acuática, ¿eh? —preguntó Anderson.
—Esa escena solo confirma que son humanos como nosotros. Ninguna de nuestras culturas ha estado desprovista de crueldad —continuó Laura.
—Esto se pone más interesante cada segundo. Estoy desesperado por echarle mano a esos textos —dijo Kyle.
—¡Y a los videos! —Hannah contribuyó con su propio entusiasmo.
—Creemos que estas personas estuvieron viajando por el espacio durante la mayor parte de su vida adulta. Y murieron en el espacio —dijo Laura, pasando diapositivas—. Quedan muchas incógnitas: ¿qué sistemas de propulsión y soporte vital utilizaron para un viaje tan prolongado? ¿Fue necesario viajar de por vida debido a limitaciones técnicas, por libre elección, o se vieron obligados a ello por alguna catástrofe externa? ¿De qué está hecha la nave? Y lo más preocupante de todo, ¿cuál era la composición de ese enjambre que atacó a nuestro grupo de reconocimiento?
—¿Alguien ha planteado la idea del enjambre como personaje infiltrado? Podría haber sido un enemigo de esta raza que irrumpió en su base lunar —observó Kyle.
—Intrigante idea. Podría explicar por qué la base está vacía, quizá después de una hipotética matanza, pero plantea más preguntas de las que responde. ¿De dónde vino el enjambre en ese caso? ¿Y es probable que permaneciera activo y funcionando durante dos mil siglos hasta el momento en que nos atacó? —respondió Laura.
—Podría haber sido un arma desarrollada por una facción enemiga dentro de su propia sociedad. Es posible que simplemente hayan estado en guerra entre sí —continuó Kyle.
—Interesante.
—¿Y no es grandioso que le hayamos dado rienda suelta al enjambre por la Luna para que espere tranquilamente la llegada de nuestra segunda misión? —bromeó Anderson, amargamente.
—Necesitamos un calificativo para esta raza. Seguimos refiriéndonos a ellos como, bueno, «ellos» cuando no los llamamos «aliens» que no creo que lo sean —sugirió Hannah.
—Les hemos estado llamando «visitantes» —respondió Laura.
—Bien entonces, ¿tenéis alguna otra pregunta sobre estos visitantes? —preguntó Sonia, pareciendo ansiosa de repente.
—¡Más de una! Pero quiero empezar a traducir su lenguaje de inmediato en lugar de sentarme con vosotros en una sala de conferencias todo el día. Parece que no habéis descubierto demasiado de todos modos. Sin ofender —soltó Kyle.
Sonia entrecerró los ojos y le devolvió una sonrisa burlona.
—¡Amén! —Hannah se mostró más que de acuerdo, levantándose y prácticamente corriendo hacia la puerta con Kyle a rastras.
—¿No estáis agotados del viaje? —preguntó Sonia.
Pero ya se habían ido y Laura corrió detrás para alcanzarlos y mostrarles el camino al laboratorio.
//
El general Wang se sintió enamorado mientras sumergía su rostro en la bufanda de Zhi Ruo —prenda que le servía como souvenir de la velada que acababan de pasar juntos—. Respiró su hipnótico perfume mientras abandonaba la casa de su amada. Un número del Servicio Secreto abrió la puerta del automóvil oficial —un Cadillac último modelo negro mate— y Wang entró, abrumado por la idea de tener que devolver su atención a los asuntos relacionados con el Proyecto Ática.
—Vamos de vuelta a la sede —ordenó sin haber salido totalmente de su ensueño. Borrachera de masaje, lo llaman.
Mientras conducían por las calles de Shanghai recordó la sonrisa de Zhi Ruo, su delicada figura, y la forma juguetona en que le acariciaba el pelo y le hacía cosquillas en los costados. Era una delicia de mujer. Nada que ver con la Señora Wang, siempre tan brusca y dominante.
¿Estaba enamorado, entonces? Eso debía ser.
—Así es como debe sentirse el amor —pensó.
Había pasado tanto tiempo desde la última vez que ni siquiera podía estar seguro. Así de patética se había vuelto su vida sentimental.
Todavía quedaban unos minutos antes de volver a ser consumido por el trabajo. Siempre le habían parecido estimulantes las luces nocturnas de la ciudad y la bulliciosa vida urbana de Beijing le reconfortaba. Comenzó a nevar mientras recorrían las calles abarrotadas. La nieve aparecía poco en esa época del año y Wang disfrutaba de su parsimoniosa belleza.
En esto pensaba el general cuando escuchó un pitido proveniente de algún lugar dentro del automóvil.
Esto le desconcertó.
Ni un segundo después, todo se sumió en una luz blanca e incandescente. Sintió un fortísimo golpe y cómo su cuerpo era empujado contra el techo de su auto… y más arriba aún.
Todo ocurrió en un abrir y cerrar de ojos, pero así es como el propio Wang describiría lo que estaba viviendo —su propia muerte— si hubiese tenido tiempo. O la oportunidad.
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Mientras Kyle descansaba en casa esos quince días, el equipo de Laura había estado ocupado reuniendo y clasificando un alfabeto visitante de treinta letras y sesenta números. Basándose en la fisiología humana y nuestros patrones de habla, los lingüistas establecieron correlaciones entre fonemas y letras, asignando a cada una su propia frecuencia de utilización. También habían formulado conjeturas preliminares sobre el valor de cada numeral.
Los propios visitantes mismos habían sido clave para la traducción de su lengua porque, al igual que cualquiera puede aprender los rudimentos de un idioma viendo películas extranjeras o leyendo cómics, los científicos identificaban el significado de ciertas palabras al observar las acciones realizadas por la tripulación, así como las cosas con las que interactuaban cuando hablaban en los vídeos.
Una vez que se estableció esa base semántica parcial, el equipo de Laura procedió a transcribir cada conversación, archivo de texto e inscripción utilizando el nuevo alfabeto. De esta manera, Kyle y Hannah pudieron estudiar las pruebas con facilidad y emprender una traducción más exhaustiva.
A Kyle se le ocurrió una gran idea al principio del proceso, guiado por el hecho de que la lengua de los visitantes realmente sonaba similar a los idiomas hablados en Oriente Medio. Solicitó la ayuda de un traductor con autorización para poder trabajar en el Proyecto Ática.
Sonia encontró un traductor profesional de la inteligencia del ejército que sabía árabe, hebreo, arameo e inglés. Con su ayuda, y para su sorpresa, descubrieron que bastantes de las palabras de los visitantes tenían raíces similares a los idiomas contemporáneos de Oriente Medio. La implicación, por supuesto, fue que la teoría de los antepasados de Hannah estaba confirmada. Gran parte de la historia, la antropología, la sociología y la lingüística habrían de ser reescritas.
Junto con Anderson, trabajaron catorce horas al día durante casi tres meses. Averiguaron que la nave visitante había sido construida en la propia base lunar. Kyle no comprendía los procesos o tecnologías que utilizaron. Sin embargo, la tripulación empleaba un término análogo a «luz comprimida» que pensó sería indicativo del material de la nave. No había otra evidencia que analizar y a nadie se le ocurrió que fuera posible convertir fotones en materia sólida, por lo que, por ahora, asumieron que se trataba de un término analógico.
El equipo sostenía que los vectores trazados sobre la interfaz de navegación tridimensional mostraban una de las rutas utilizadas por la nave de los visitantes. Basados en esa suposición, y por improbable que pareciera, Hannah determinó que viajaron desde nuestra luna hasta Épsilon Eridani, continuando hacia la Enana Cetus y llegando al Supercluster Virgo, en solo unos meses —un viaje de sesenta y cinco millones de años a la velocidad de la luz—. Esa ruta no era la única que la nave había atravesado mientras la tripulación se encontraba con vida. Había viajado durante milenios después de que todos murieran.
Sin embargo, el segmento temporal del que tenían evidencia videográfica podría haber incluido varias paradas en el camino. Los vídeos demostraban que la tripulación envió transbordadores a planetas cercanos. Quizá incluso a lunas y asteroides. Por lo tanto, no había forma de saber lo rápido que la nave podría viajar sin interrupción alguna.
Kyle dedujo que había sido lanzada para explorar el universo en busca de vida pero que nunca la encontraron —y mucho menos una inteligencia extraterrestre o una civilización de ningún tipo—. Eso resultó bastante desalentador. Sin embargo, el equipo era consciente de que quedaban muchos más archivos a bordo y albergaban la esperanza de que futuras expediciones pudieran descubrir evidencias que demostrasen lo contrario.
Durante sus viajes la tripulación debió haber recibido noticias inquietantes. Aparecieron en varios videos consolándose, reuniéndose y manejando frenéticamente la interfaz en la sala de control. Este curioso comportamiento duró algún tiempo, pero eventualmente recuperaron una especie de resignada normalidad. Kyle no pudo identificar la causa de todo ello, pero no podía ser nada relacionado con la propia nave pues no parecía verse afectada —y tampoco había encontrado ningún indicio de que ese inmenso aparato hubiera precisado una gran reparación a bordo—.
A Hannah se le ocurrió otra hipótesis verosímil una noche mientras intentaba dormir. Saltó de la cama todavía en pijama para ir a llamar a la puerta de Kyle, que abrió casi de inmediato. Apareció vistiendo calzoncillos largos y camiseta, frotándose unos ojos soñolientos.
La dejó entrar en la habitación.
—¿Qué pasa, Hannah? Son las tres de la mañana —dijo, poniéndose los pantalones y tratando en vano de aplanar su cabello rebelde.
—¿Y si la emergencia de la tripulación tuviera que ver con incidentes en la Tierra? ¿Podrían haber descubierto que su civilización estaba a punto de extinguirse y la noticia les pilló en el espacio? Eso explicaría por qué estaban condenados a viajar toda su vida sin poder regresar, hasta que murieron uno por uno.
—¿Por qué crees que la nave regresó sola hasta nuestra era, cientos de miles de años después?
—Podrían haberla programado para continuar la búsqueda por su cuenta. La propulsión de la nave, sea lo que sea, es sin duda lo suficientemente rápida como para permitir que cubra el universo conocido en el espacio de doscientos mil años. Tal vez haya vuelto al terminar su búsqueda, ya sea con pruebas de vida extraterrestre o, lamentablemente, con las manos vacías.
—¿Es desesperante que sigamos respondiendo a preguntas que solo conducen a incógnitas aún mayores? Me gustaría estar seguro de algo, para variar.
—¡Imagina lo que todavía podemos encontrar en esos archivos! Es tan emocionante —Hannah prácticamente temblaba de entusiasmo.
—Existe otra posibilidad y es bastante inquietante. Imagina que la nave haya regresado porque algún evento importante haya ocurrido aquí en la Tierra en la actualidad.
Hannah se detuvo a pensar por un segundo.
—¿Cómo averiguarían sus sistemas lo que sucede en la Tierra cuando ninguno de los humanos de su cultura sigue vivo para enviarles algún tipo de señal?
—Los visitantes podrían haber diseñado un sistema de alarma que se activaría una vez se cumplieran ciertas condiciones meteorológicas, geológicas, políticas o incluso demográficas en nuestro planeta.
—Si eso fuera cierto, ¿cuáles serían las implicaciones?
—No nos anticipemos. Estamos lejos de saber la razón exacta por la cual la nave está aquí.
—No creo que pueda volver a dormir nunca más. Simplemente tengo que volver a la nave a por más datos.
—Pues yo la próxima expedición me la pienso pasa aquí en tierra. Prefiero estudiar los datos que me envíes. Ya he pasado por demasiadas aventuras de Flash Gordon, muchas gracias.
—Tienes que venir. De lo contrario te echaría demasiado de menos. Estos últimos meses han sido los mejores de mi vida, en gran parte gracias a ti.
Kyle no supo responder. Permaneció bastante rato callado y muy quieto con la cabeza baja. Finalmente la miró para darle un simple «gracias».
La suave luz de la habitación, la hora tardía y su complicidad profesional conspiraron para crear una atmósfera de irrealidad e irresponsabilidad.
Estaban sentados uno frente al otro en el borde de la cama de Kyle. Hannah colocó su mano derecha sobre la de él y no la movió. Kyle se sintió paralizado.
Ella se le acercó. Sus cálidos alientos les aleteaban en la cara. Dejó que su frente descansara delicadamente sobre la de él. Permanecieron así durante unos segundos llenos de tensión. Hannah notó que su autocontrol se desvanecía más allá del punto de no retorno.
Kyle giró un poco la cabeza y la mejilla de Hannah cayó directamente sobre la suya mientras sus bocas se buscaban, tentadoras. En el mismo momento en que sus labios se tocaron, Kyle se apartó.
Hannah se sintió sorprendida y confundida. Le dolió.
—No debemos… —murmuró Kyle.
Ella miró vagamente la pared por un momento.
—Hannah, lo siento, pero sabes que no está bien —dijo él.
—Sí, lo sé. Pero a la vez no lo sé. ¿Por qué no está bien, Kyle?
—No es solo por respeto a tu familia, Hannah. Quizá no sea yo tan santo como para que eso me detenga en un momento como este.
—¿A qué te refieres entonces?
—Hay alguien más, Hannah.
Ella sopesó lo que debía decir, calibrando también sus sentimientos heridos e intentando organizarse la cabeza.
—¿Te refieres a aquella chica de la que me hablaste? ¿La que te gusta tanto?
—Esa chica eres tú, Hannah. Aquel día te expresé mis sentimientos de forma velada. Pero no. Es otra persona.
—Me tienes en ascuas.
—Se llamaba Samantha y falleció hace dos años. Cáncer.
Eso eran palabras mayores. La relación entre Samantha y Kyle debió haber sido seria y Hannah se lamentó de que su amigo hubiese sufrido una pérdida así de amarga. Pero por otro lado se alegró de que Kyle estuviese libre —aunque de inmediato se reprochó tan bajos sentimientos—.
—Lo siento muchísimo, de verdad. ¿Erais pareja?
—Llevábamos casados cinco años.
Se hizo una breve pero interminable pausa. Hannah comprendió la profundidad de la soledad de Kyle y no quiso interrogarle más porque se estaba poniendo cada vez más melancólico.
—Perdóname, Kyle. —Hannah se puso en pie, estiró la mano y alborotó tiernamente el cabello del taciturno matemático antes de darse la vuelta y cerrar la puerta.
Kyle se quedó muy quieto durante mucho tiempo, mirando la entrada sin siquiera verla.
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Después de tres meses de estudio continuo, Sonia había convocado una videoconferencia con la Junta Directiva a la que se encontraba informando.
—No podemos descartar la posibilidad de que el enjambre no perteneciera a la base lunar en primer lugar.
—¿Qué quiere decir con eso? —preguntó la delegación rusa.
—Algunos de nosotros pensamos que el enjambre no fue fabricado por los visitantes. Por un lado, su morfología y dinámica son muy diferentes de los robots flotantes que encontramos en la nave y realmente de cualquier otra cosa que hayamos visto producida por su cultura. Por otro lado, podría ser que las malas noticias recibidas por la tripulación de la nave tuviesen que ver con el enjambre. Quizá exterminara a todo el personal de la base lunar.
—Si ese fuera el caso, ¿por qué no encontramos restos humanos en la base? —preguntó el representante de Estados Unidos.
—Básicamente, el enjambre mata triturando los cuerpos hasta crear una pulpa muy fina. Después de cientos de miles de años, esta materia orgánica puede haberse desintegrado. El hecho es que no sabemos qué sucedió con seguridad —admitió Sonia.
—O sea, que es todo pura especulación. ¿Tiene algo que lo respalde? —respondió el delegado ruso—. Si los visitantes no construyeron el enjambre, ¿de dónde vino? ¿Por qué la tripulación de la luna fue incapaz de eliminar la amenaza? Después de todo, su tecnología es muy superior a la nuestra y nosotros al menos pudimos ralentizar el enjambre durante su ataque. ¿Quizá se enfrentaron a una invasión de muchísimos enjambres que les resultó imposible eliminar a los visitantes? Pero si hubiese más de un atacante, ¿por qué no nos topamos con el resto de ellos si aún andan por la base?
—Simplemente no sabemos lo suficiente, pero intentaremos eliminar la mayoría de estas hipótesis durante la próxima misión —dijo Sonia.
Sin embargo, el interrogatorio no cesó.
—¿Por qué los visitantes decidirían no interrumpir su viaje espacial, incluso después de que su base lunar fuera diezmada, para proteger la Tierra de una posible invasión de los enjambres? —dijo el líder chino, una nueva cara en la pantalla que fue presentada como el General Ang. Anteriormente, durante la misma conferencia, habían comunicado a Sonia que el general Wang había sido recientemente asesinado y que una investigación estaba en curso. Ella extendió sus condolencias, deseó mucho éxito para la investigación y era lo suficientemente astuta para no seguir hablando del tema.
El hecho era que ella ya había tenido noticia de la muerte de Wang. El día anterior había recibido una nota anónima amenazándola con un destino similar si no seguía unas misteriosas instrucciones que todavía estaban por llegar. Claramente, alguien iba a por los integrantes de la Junta Directiva del Proyecto Ática, pero aún no sabía qué hacer al respecto y estaba muy asustada.
—El equipo ha discutido la posibilidad de que tras haber conquistado con éxito la base lunar, los enjambres atacasen la Tierra y fuera ese el evento que destruyese todo resto de la antigua civilización de los visitantes.
—Me parece poco probable. Una invasión de enjambres habría necesitado desintegrar completamente cada persona, edificio, vehículo y herramienta sobre la faz del planeta. De lo contrario habríamos encontrado algo hace décadas, si no siglos. Y ese es un cometido muy difícil, incluso para armas tan formidables. ¿Y si fue así, por qué no destruyeron igualmente toda la base lunar durante su ataque previo? El lugar está completamente intacto —continuó Ang.
—No lo sabemos a ciencia cierta. Tal vez una parte de la base fuese destruida y el enjambre interrumpió su ataque por alguna razón. O podrían haber salvado la base para sus propios fines. Sin embargo, en última instancia, tiene usted razón: no sabemos qué sucedió con exactitud.
—Sea como sea, ¿cuál es su hipótesis actual?
—La que está ganando más adeptos es que, de hecho, el enjambre era un viejo enemigo. Algunos de nosotros tenemos la opinión de que la misión de las naves visitantes era encontrar el planeta natal de la raza responsable del enjambre o, en caso de que se tratara de una forma de vida sintética, encontrar su propia sociedad. Esto suena exagerado, pero en realidad no es más extraño que los fenómenos que hemos presenciado hasta la fecha. Por eso recomendamos mantener la clasificación secreta del Proyecto Ática. No tiene sentido alarmar a la población con escenarios no confirmados. Todavía podría haber otras explicaciones menos dramáticas que queden por descubrir. Deberíamos darles más tiempo a nuestros profesionales de ética y comunicaciones para que reflexionen sobre cómo y cuándo divulgar la información dadas las implicaciones globales de algo como esto.
—Puede ser demasiado tarde para eso, Sonia. Ya hay muchos rumores circulando en la prensa —dijo el delegado de los Estados Unidos.
Sonia se preguntó si el resto de los líderes también habían recibido amenazas.
—Eso es cierto, pero hemos tenido éxito en contrarrestar los rumores. La mayor parte de la opinión pública cree que solo son teorías conspiratorias.
—Me pregunto si ese antiguo enemigo todavía está ahí afuera. Si aún es capaz de volver —dijo Ang.
—Precisamente. Mayor razón para mantener las cosas en silencio por ahora —respondió Sonia.
—Si alguien está a favor de levantar la clasificación secreta del Proyecto Ática, que levante la mano —preguntó el representante de los Estados Unidos al resto de los delegados.
Nadie lo hizo.
—Muy bien, mantengamos todo en secreto hasta que regrese la próxima misión —anunció—. Ojalá que con más y mejores respuestas.
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—¿Qué? ¡Malditos políticos! —gritó Hannah—. Precisamente esta es la razón por la que están mandando el mundo entero a la mierda. No existe argumento válido alguno para mantener a los visitantes en secreto. Y en lo que a mí respecta, este secreto ya me está costando mi matrimonio y la cordura.
—Cálmate, Hannah. No quiero tener que recordarte tus obligaciones de seguridad nacional —respondió Sonia—. Además, somos muy conscientes de que el secreto perpetuo no solo es indeseable, sino inalcanzable. El embargo se levantará una vez que vuelva la siguiente misión.
—¿Cuándo nos vamos?
—¿Quieres decir cuándo volveréis a casa o cuándo partirá la próxima misión?
—La próxima misión, por supuesto —respondió Hannah claramente enojada.
—Hablemos de eso más tarde.
—No, quiero hablar ahora.
Sonia respiró hondo.
—Como desees. Me temo que no serás parte de la nueva misión, Hannah. Eres demasiado valiosa para arriesgarte a otro encuentro con el enjambre. Te necesitamos para el análisis, pero no tanto para las tareas de recolección de datos. Te pediremos que continúes el trabajo de investigación cuando llegue nuevo material.
Kyle sabía que Hannah estaba a punto de explotar.
—¡Absolutamente inaceptable! Mi experiencia y conocimiento de los visitantes serán de muchísimo valor para la expedición. ¿Cómo sabrá el nuevo equipo dónde buscar y qué traer de vuelta?
—Dejasteis los marcadores atrás. Los usarán para seguir vuestros pasos a las salas de control. Además, dado que las entradas a la nave y la base permanecen abiertas, el nuevo equipo tendrá más tiempo para explorarlas por completo y, con suerte, recabar aún más información. Desearía que pudieras ir y no enfrentarte a ningún riesgo, pero eso es imposible.
—Veo que lo tenéis todo decidido, como de costumbre —dijo Hannah, empezando a resignarse. No podía ejercer control alguno… el proyecto era mucho más grande que ella.
Kyle se levantó y le puso un brazo sobre los hombros. Ella lo apartó, todavía enojada y dolida, pero después de un minuto se calmó un poco y ambos salieron de la sala de conferencias.
Sonia dijo sus palabras de despedida.
—Podéis regresar a vuestros hogares por ahora. Os avisaremos cuando sea necesario.
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Unos días más tarde, desde casa, Hannah telefoneó a Kyle de improviso, interrumpiendo uno de sus seminarios de posgrado. Él decidió contestar el teléfono cuando vio quién le estaba llamando.
—Tengo algo que decirte.
—¿Puedes esperar? Estoy dando clase —dijo, saliendo del aula para disfrutar de privacidad.
—Lo siento, pero no sé a quién recurrir. ¡Me acabo de enterar de que mi familia ha sido amenazada, Kyle! —Hannah se echó a llorar.
—Espera un momento, ¿qué quieres decir con «amenazada»?
—La casa, los teléfonos, los coches, todos tienen micrófonos ocultos y nos han estado siguiendo durante meses. Esto es serio, Kyle. Y no sabemos quién anda detrás.
—¿Cómo lo descubriste?
—Peter me lo dijo. Hace un par de horas mientras hacíamos el amor.
Demasiada información, pensó Kyle.
—Me lo susurró al oído —continuó ella—. Dijo que probablemente estaban viéndonos en aquel momento pero que pensarían que me estaba diciendo naderías.
La imagen mental de Peter haciendo el amor a Hannah no le resultaba agradable a Kyle, por lo que la apartó a un lado.
—No deberíamos estar hablando de esto por teléfono si ese es el caso, Hannah.
—No te preocupes. Te estoy llamando desde un desechable.
—¿Un qué?
—Un teléfono prepago que acabo de comprar. Me desharé de él después de esta llamada.
—Todo esto parece una mala película de espías. ¿Sabes qué buscan estas personas? —preguntó Kyle.
—Quieren averiguar cosas del Proyecto Ática. Hace unos días Peter vino a casa lleno de moratones y me dijo que fue asaltado por ladronzuelos cuando, de hecho, fueron estas personas quienes lo golpearon. Enseguida se puso a hacerme preguntas sobre mi trabajo por enésima vez. No le dije nada y estalló en sollozos. ¡Nunca lo había visto reaccionar así! Estaba claro que algo andaba mal, pero no podía imaginar que le estuvieran chantajeado.
—Vaya dilema. Por un lado, has estado ansiosa por dar a conocer nuestros hallazgos. Decírselo a Peter sería una forma de ampliar el círculo de personas que conocen el secreto. Si la Junta Directiva no descubre que tú eres la que está filtrando informaciones —¿y cómo podrían saberlo?— también te quitarías a estos chantajistas de encima de un solo golpe. Sin embargo, estarías dando información de proporciones históricas a quién sabe quién. Pero si no le cuentas nada a Peter, estarás preocupada por lo que podría sucederle a tu familia. ¿Puedes ir a la policía? —añadió Kyle.
—No sé si puedo confiar en la policía. Todo este lío puede estar en manos de peces gordos, ya sean nacionales o extranjeros.
—Cierto.
Se quedaron en silencio durante un rato.
—Mi único recurso es hacerlo totalmente público. Estoy segura de que los chantajistas pretenden beneficiarse de la información del proyecto, no compartirla con nadie. Podría anular su influencia sobre mí eliminando cualquier ventaja que puedan obtener del secreto.
—Eso podría funcionar, pero el Gobierno lo negará todo de cualquier manera y sabemos lo que a través de la historia les sucede a los que se enfrentan al Estado.
—Ya eso ni me preocupa. Paso totalmente del Proyecto Ática. Nos tratan como herramientas que pueden descartar a su conveniencia.
—Eso no es del todo cierto, Hannah. Hemos tenido el privilegio de experimentar algo sin precedentes en la historia de la humanidad y aún seguimos siendo parte integrante del equipo. Este será el legado de nuestras carreras. Piénsalo bien, Hannah.
—¿Qué es más importante, mi legado académico o salvar a mi familia a la vez que permito que el público sepa algo que tienen derecho a saber?
—Tu familia es lo primero, sí. Y no te culpo por ello. Tal vez…
—¿Qué piensas, Kyle? ¿Tal vez qué?
—Tal vez tengas razón, pero si lo haces público elige el momento y luego hazlo cuanto antes. Y además…
—¿Además qué, Kyle?
—¿Dices que tienes micros por toda la casa y teléfonos intervenidos?
—Así es.
—Estupendo. ¿Recuerdas cuando me llamaste desde casa durante las vacaciones? Mencionamos el trabajo de Laura y cómo nos gustaba beber burbujas flotantes. Si tu teléfono estaba ya intervenido por aquel entonces, esas son pistas bastante sólidas sobre la naturaleza de lo que hemos estado haciendo.
—¡Oh, Dios mío! Sin querer, he podido poner al equipo entero en peligro.
Cinco de la mañana de un domingo cualquiera.
El doctorando Néstor Manzanero bostezó con ganas. Estiraba los brazos tratando de sacudirse la somnolencia. Necesitaba estar alerta durante dos largas horas más hasta que su turno terminara. El silencio del edificio era opresivo y la mayoría de sus colegas estaban en casa, arropados en sus camas o, en caso del personal militar, en sus catres dentro de los barracones. Solo debía permanecer despierto dos horas más y luego podría irse a dormir a pierna suelta.
No hacía tanto, Néstor daba cabezadas en el turno de noche, pero había prometido no volver a hacerlo nunca más. La doctora Henry casi lo despide y necesitaba mucho ese trabajo porque su mujer y él estaban esperando su primer hijo. Era un buen trabajo con un salario excelente. Bastante desconcertante, eso sí. La mitad del tiempo no tenía claro qué demonios estaba pasando y, dado que necesitaba saberlo para ejercer bien sus labores, pronto se le hizo evidente que sus jefes ni le tenían en cuenta.
Pero él creía saber lo suficiente como para preocuparse. Había en el espacio algo inteligente y posiblemente peligroso. Le habían hecho firmar acuerdos de confidencialidad hasta el fin de sus días, y aunque no los leyó con mucho interés, eso no significaba que fuera estúpido.
Su trabajo consistía en controlar la nave en órbita conocida como Teseo. Estaba vacía y abandonada desde hacía varios meses. Se suponía que él y sus compañeros de equipo vigilarían la embarcación espacial en turnos de cuatro horas durante todo el día sin interrupciones —y, hasta el momento, nunca había sucedido nada inusual—.
Al principio había sido fácil quitarle importancia a lo que estaban haciendo y podían distraerse de vez en cuando, alejando por unos minutos su vista de las pantallas. Después de todo, ¿qué podría pasarle a la Teseo mientras estaba en órbita? Se trataba de una nave nueva con la mayoría de sus dispositivos desconectados y que daba vueltas al planeta con el piloto automático a la espera de nuevas aventuras. Nadie pensaba que algo pudiera salir mal, por lo que estaban convencidos de que no habría problema en chequear sus smartphones o incluso en echarse cortas siestas de vez en cuando. Sin embargo, le habían pillado la semana anterior y temía que sus supervisores anduvieran ya más atentos. Por lo tanto, se lo tomaba en serio. No había tregua para el agotado Néstor.
Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando notó algo extraño. No cabía duda alguna. La Teseo había activado su alarma, representada por un signo de exclamación parpadeante en la pantalla principal. Su entrenamiento y curiosidad científica entraron en acción. Confirmó la órbita y se dio cuenta de que la nave había entrado en un vector de declive. Un cálculo rápido le reveló que ardería en el reingreso atmosférico en exactamente una hora y cincuenta y siete minutos.
Eso era inquietante, pero sabía que aún podía corregir el problema activando los propulsores adecuados —por suerte, la gravedad no se había apoderado inevitablemente de la Teseo—.
Néstor activó de forma remota los propulsores de la nave para devolverla a una órbita estable, sin respuesta. Algo andaba muy mal. Se disponía a realizar más análisis cuando, por el rabillo del ojo derecho, vio una sombra que entró y salió del marco de la pantalla a gran velocidad.
Dirigió toda su atención a ese monitor. Mostraba las transmisiones de las diferentes cámaras de seguridad a bordo.
Al poco, los ojos de Néstor se abrieron y soltó un suspiro involuntario. Tardó un par de segundos en sacudirse el susto. Levantó el auricular del teléfono y marcó el número de emergencia.
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La mañana era nítida y fresca —el invierno no había terminado aún, pero poco le quedaba—. Hannah podía casi percibir ciertos olores de la primavera que se acercaba, enhebrados sutilmente en la atmósfera.
El vuelo a Nueva York había transcurrido sin incidentes. Le resultó incluso agradable, a pesar de lo que estaba a punto de hacer.
Se detuvo cerca de Union Square para tomar un café. Sentada en un rincón, bebía de su taza y miraba distraídamente su teléfono, completamente consciente de estar siendo observada.
Todavía no disfrutaban de la vida rural que Peter hubiera querido, pero su matrimonio había sobrevivido de todos modos. El episodio de chantaje en curso les había hecho formar un fuerte frente común contra la amenaza a su familia. De cualquier forma, la posibilidad de continuar con su exitosa carrera académica, de proporciones podría decirse que históricas, estaba a punto de desaparecer para Hannah, así que lo único que les quedaba a ambos eran sus hijos y su matrimonio. Y eso era liberador.
Sacó su teléfono para hacer una llamada. Estaba a punto de poner en marcha unos engranajes que jamás podría parar.
Revelar la naturaleza y el contenido del Proyecto Ática era lo correcto. Estaba segura de ello. Los gobiernos no tenían derecho a esconder cosas como estas a las sociedades a las que debían servir.
La gente necesitaba saber.
Marcó el número del equipo editorial del New York Times.
—Hola, soy la doctora Hannah Coleman —dijo—. Soy astrofísica y exobióloga y necesito hablar con su jefe de redacción.
Hannah escuchó con atención durante unos segundos.
—Le aseguro que esta es una llamada que van a querer recibir —dijo ella, y luego la pusieron brevemente en espera.
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—¡Cómo ha podido suceder esto! —se preguntó Sonia en voz muy alta mientras miraba con incredulidad la retransmisión en vivo—. ¿Cómo ha conseguido un enjambre entrar en la Teseo?
Habían estado tratando de rectificar su trayectoria sin éxito. Lo único que podían hacer era observar cómo el enjambre destruía rabiosamente la instrumentación a bordo e intentaba perforar los paneles del casco. La nave estaba perdiendo parte de su estructura muy rápidamente.
—Ese bicho maldito debe haberse quedado en el módulo después de que el grupo despegara de la superficie lunar —supuso Laura.
—¿Y nadie lo detectó durante todo este tiempo? ¿Cómo es posible? ¡Mide dos metros de alto, por el amor de Dios!
—Tal vez solo algunas de sus unidades robóticas consiguieron introducirse en el motor. Ya sabemos que son capaces de autorreplicarse. Con el tiempo, puede que se haya formado un nuevo enjambre.
—Todo lo que tenemos son teorías descabelladas y conjeturas extrañas. Estoy harta de no saber a qué diablos nos estamos enfrentando.
—Te entiendo, Sonia, pero tenemos que llamar a la Junta Directiva en este mismo momento y rezar para que el enjambre no sobreviva al calor del reingreso a Tierra. —Y Laura, junto con todos los demás en aquella sala, vio cómo las cámaras de la nave se apagaban una a una y la transmisión de datos cesó.
El equipo de Tierra capitaneado por Sonia permaneció en silencio sin mirar otra cosa que las pantallas en negro que acreditaban el desastre. Muy en breve, serían testigos del final de una época.
FIN
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